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Cuento de Navidad

Jamás los gobiernos de los Estados Unidos se habían avenido a contemplar siquiera la posibilidad de rebajar la deuda externa de ningún país pobre

Antonio Caballero
4 de enero de 2004

Por razones de edición, de distribución de la revista, etc., escribo esta columna la víspera de la Nochebuena, y en consecuencia me siento todo yo empapado de espíritu navideño: los villancicos, los regalos, etc. Miro el universo todo con ojos navideños: a Uribe, a Piedad Córdoba, al gordo 'Mono Jojoy', cuyas risotadas me recuerdan las de los Santa Clauses de la televisión (¡Jojoy! ¡Jojoy!), importados de las grandes tiendas de los Estados Unidos. Hasta a los mismísimos Estados Unidos los miro con ojos navideños, porque también a ellos los veo imbuidos de espíritu navideño. No a ellos: a su gobierno. A este gobierno de George W. Bush, que hasta ahora se había mostrado como el más mezquino, el más avaro, el más miserable de la historia. Y que de pronto.

¿Recuerdan ustedes aquel terrible Cuento de Navidad de Charles Dickens, sobre el mezquino, el miserable, el avaro Ebenezer Scrooge? Yo, que era un niño sensible, lloraba cada vez que, por Navidad, me lo leía mi mamá en voz alta. Recordarán ustedes, como recuerdo yo, que al final el malvado usurero, impresionado por la visita de los tres fantasmas navideños, se vuelve bueno. Y ahora podemos ver todos, ustedes y yo, una conversión semejante en el avaro Bush, el miserable Bush, el mezquino Bush. También él, de golpe, se ha vuelto bueno. Y acaba de enviar de gira navideña al ex secretario de Estado, Jamer Baker para que convenza a los países más ricos del mundo, los del llamado Club de París, de que les perdonen la deuda externa a los países pobres.

Es asombroso. Jamás los gobiernos de los Estados Unidos se habían avenido a contemplar siquiera la posibilidad de rebajar (y no digamos ya de condonar por completo) la deuda externa de ningún país pobre. Según ellos, ese acto de generosidad sentaría un mal precedente. La disculpa habitual de los ricos: si uno les da la mano le cogen el codo, etc., y además los pobres son muy pedigüeños, y encima dicen muchas mentiras, y en el fondo tampoco son tan pobres. Y ahora, de repente, el mismísimo Bush que hace unos meses se negaba en redondo a reducir los intereses compuestos de la casi insignificante deuda externa de Burkina Fasso (una deuda que arruina a ese país africano, pero que cuesta menos que lo que paga en hoteles el ex secretario Baker en su gira navideña), quiere condonar, entera, la deuda de un país que les debe a sus prestamistas extranjeros nada menos que 135 mil millones de dólares.

Explicó Bush que la ''noble misión'' de Baker obedece a que el pueblo del país en cuestión ''no tiene por qué cargar con la deuda contraída por un régimen brutal''.

Yo no lo podía creer. Regímenes brutales, y siempre respaldados por los gobiernos de los Estados Unidos, fueron los que contrajeron las inmensas deudas externas de la Argentina y del Brasil, o del infortunado Haití, o del ya citado Burkina Fasso. Dictaduras militares, que o bien se gastaron esos préstamos en represión de sus respectivos pueblos, o bien los trasladaron directamente a cuentas numeradas en Suiza o en las Islas Caimán. No podía creer yo, pues, que el gobierno del presidente Bush quisiera perdonar la deuda de uno de esos pobres países; hasta que mis asesores económicos me explicaron cuatro cosas.

Una: que el país pobre en cuestión no es pobre, sino muy rico. Se trata de Irak, que tiene las segundas reservas de petróleo del mundo.

Dos: que los Estados Unidos no son acreedores de Irak. Lo son, en cambio, Rusia, Francia, Alemania (curiosamente, los mismos países que se opusieron a la guerra unilateral de los Estados Unidos contra Irak), y (más curiosamente: pero es una larga historia) Turquía.

Tres: que dadas las actuales circunstancias de ocupación de Irak por los Estados Unidos, son los Estados Unidos los que deben responder por las deudas contraídas por Irak. Con el dinero de Irak, por supuesto, pero:

Cuatro: si ese dinero de Irak (de su petróleo) se destina a pagar la deuda externa, no puede gastarse en cambio en los contratos de la 'reconstrucción' de la destrucción del país, ya otorgada a una serie de grandes empresas norteamericanas (con la exclusión de Francia, Rusia y Alemania).

Cinco: (cuando trataban de explicarme la quinta razón recordé a mi mamá que me leía cuentos de Navidad, sentadito yo en sus rodillas. Y me negué a creer que el nuevo Scrooge de hoy fuera todavía más malo que aquel que aterrorizó mi infancia).

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