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‘Cui Prodest’

A quien sí le conviene esta crisis es al uribismo militarista, que es el juego de la guerra tomado como bandera desde cuando Uribe era gobernador de Antioquia

Antonio Caballero
28 de octubre de 2006

Será que soy estulto, ingrato, cobarde o cómplice, como dictamina el asesor presidencial José Obdulio Gaviria en el diario El Tiempo: pero yo no creo que la bomba de la Escuela de Guerra la pusieran las Farc. No se lo creí al presidente Uribe cuando lo dijo a gritos, ni cuando, más sereno, reiteró su acusación asegurando ante la sorpresa general que este gobierno nunca se equivoca ("Il Duce ha sempre ragione": "El Jefe (Mussolini) tiene siempre razón", decían los fascistas italianos antes de la desbandada). Tampoco se lo creo a los ministros y generales que repiten como loros la versión presidencial. Y no soy el único, por supuesto. Son muchos los que, desde el alcalde Garzón hasta el editorialista de El Tiempo, pasando por numerosos congresistas y columnistas de prensa, han expresado sus dudas públicamente. Pero estoy seguro de que los que lo hacen en privado son aun muchos más. Me atrevo a pensar que no creen en la responsabilidad de las Farc ni siquiera los uribistas más furibundos, como el mismo José Obdulio Gaviria o el ex ministro contratista Fernando Londoño. No lo creen: simplemente les conviene decir que lo creen.

Hablo "sin pruebas". Pero no es por ninguna de las cuatro razones que taxativamente enumera el asesor presidencial, sino por simple sentido común. El que se resume en el clásico aforismo del derecho romano: "Cui prodest": "A quién le sirve". A quién le conviene. A quién le aprovecha el crimen.

Y es evidente que la bomba de la Escuela de Guerra, y la consiguiente reacción de furia presidencial enviando al cuerno las posibilidades del intercambio humanitario y las promesas (del propio Presidente) sobre despeje territorial y convocatoria de una Constituyente, no les sirven de nada a las Farc. No sólo no les convienen: es que van directamente en contra de sus intereses. Porque aunque últimamente muchos analistas se empeñan en juzgar a las Farc únicamente a la luz de la fábula sobre el alacrán que picó a la rana sobre la cual cruzaba el río, y se ahogaron las dos, "porque picar estaba en su naturaleza", cualquiera sabe que las Farc tienen también intereses objetivos. Son crueles, carecen de entrañas, sí: todo lo que ustedes quieran, o todo lo que el Presidente quiera -cobardes, fantoches, etc-. Pero, además, tienen intereses objetivos que persiguen pacientemente desde hace cuarenta años: su propio crecimiento militar y su propio crecimiento político. Saben de dónde vienen, y saben a dónde quieren ir. Y una bomba como la de la Escuela de Guerra es en este momento algo que les hace daño por un lado y no les sirve de nada por el otro.

A quien sí le conviene en cambio esta ruptura, esta nueva ruptura intempestiva que interrumpe el igualmente intempestivo acercamiento entre el gobierno y las Farc (las "facilitaciones" de los países amigos, los encargos al Comisionado, la intervención del ex candidato presidencial y desde hace muchos años contacto semioficial con las Farc Álvaro Leyva, los inesperados anuncios del propio presidente Uribe sobre despeje y canje y, en su infinita generosidad, nueva Constituyente), a quien sí le conviene esta crisis de enfrentamiento, digo, es al uribismo militante, al uribismo militarista; en suma, al uribismo, que no es otra cosa que el juego de la guerra tomado como bandera desde hace años, desde cuando era gobernador de Antioquia, por Álvaro Uribe Vélez. Un juego de la guerra que se ha venido dando desde hace muchas décadas, sin salida alguna, pero con costos crecientes. Costos humanos -este de los secuestrados 'canjeables' nuevamente relegados al infierno de la desesperanza no es sino uno de ellos: están los muertos, los desaparecidos, los otros secuestrados por motivos económicos-, y costos materiales. Pero también con rentabilidades humanas -para los que hacen carrera política (e inclusive moral) en la guerra-, y rentabilidades económicas: la guerra es un gran negocio. Tan grande que, desde el solo lado del Estado colombiano, se lleva más del 60 por ciento de su presupuesto. Lo que no incluye las ayudas militares de los Estados Unidos, ni las contribuciones voluntarias de quienes clandestinamente sostienen el paramilitarismo paraoficial, ni los impuestos extraordinarios de guerra, de más guerra, que está anunciando el gobierno.

La respuesta al Cui prodest está ahí. ¿A quién aprovecha el crimen? Voy a contestarlo con tres frases citadas de lo mucho que se ha publicado en estos días sobre el tema. Una es del asesor presidencial José Obdulio Gaviria, que en su mencionado artículo de El Tiempo titulado con relentes de la Falange española "Nos duele Colombia" dice que como consecuencia de la bomba sólo "el pueblo raso" descubre que "tiene un líder que lo conduce a la libertad y a la seguridad (y) por eso cierra filas, leal y confiado, con él". Otra frase es del ex ministro contratista de Uribe, Fernando Londoño: "Ese día llegó pronto (el día, resumo yo, en que se recuperó la tambaleante "fe de los colombianos en la autoridad que los ha salvado") con un atentado". La tercera es de un redactor de El Tiempo que concluye su artículo sobre la rabieta del Presidente diciendo: "Al finalizar su discurso Uribe había vuelto a ser el mismo de antes. El guerrero. El de siempre. Su rostro lo decía. Estaba radiante".

A ellos les aprovecha el crimen.