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Damas y damos

Rosita es orgullosa de su origen, fue reina de belleza cuando Serpa era alcalde y se la levantó, suponemos, a punta de ‘vibrato’

Semana
27 de agosto de 2001

Pensabamos que con NoemI Ibamos a estrenar una modalidad que aún no hemos ensayado los colombianos: la de tener ‘primer damo’. Pero las cosas de la vida la han traído a esta segunda campaña presidencial solterita. Quién quita que, de llegar ella a la Presidencia, estrenemos con Noemí otra insólita modalidad: la de ‘primer novio’.

Por lo pronto, y con la sola compañía de su hija (echá pa’lante), Noemí se las ha arreglado para que los colombianos no le extrañemos ese complemento familiar al que estamos acostumbrados a ver al lado de nuestros primeros mandatarios.

La tradición colombiana en esa materia ha sido escasa de ‘Hillarys’, mujeres con dimensión independiente a la de sus maridos; los colombianos preferimos a las primeras damas discretas y poco metiches en los asuntos de gobierno, pero desde que ellas son esposas de candidatos hasta que se vuelven inquilinas del Palacio de Nariño están sujetas a un estrecho escrutinio de la opinión, y lo mínimo que les exigimos, para votar por sus maridos para Presidente, es que nos caigan bien.

(Ahora dizque existe una asociación internacional de Primeras Damas...)

Excepciones a la existencia de primeras damas en la historia de Colombia hay pocas. Francisco José Zaldúa llegó a la Presidencia soltero (¿o viudo?) lo mismo que Indalecio Liévano, cuando fue encargado como Designado. Guillermo León Valencia enviudó siendo presidente. Núñez llegó separado pero vuelto a casar, lo mismo que Samper. Aquileo Parra llegó viudo. Bolívar llegó soltero... ¡pero con primera dama!

Sin embargo lo normal ha sido que a los presidentes de Colombia los complemente su media naranja, algunas dulces, algunas agrias.

En ese aspecto esta campaña ha resultado sui generis. Primero, por lo que analizábamos atrás: porque todo parece indicar que, con respecto a Noemí, nos quedaremos con las ganas de saber si los colombianos toleraríamos a ese ‘primer damo’ o le cogeríamos de inmediato una ‘tirria’ desbordada.

Pero la actual campaña también es sui generis por el lado de Alvaro Uribe. Este, seguramente que por razones de seguridad —al fin y al cabo ha sido víctima de la absurda cifra récord de 13 atentados— ha sometido a su familia a un estado de máxima discreción, y su aparente soledad pública complementa su imagen de candidato autoritario con una fuerte dosis de irresistible fragilidad.

De esta potencial primera dama sabemos poco: que se llama Lina, que es filósofa y que es núcleo de una fuerte relación familiar, sometida a ser tan discreta por motivos de fuerza mayor. Pero hay quienes aseguran que Uribe le consulta todo y que desde lejos esta mujer maneja los hilos de la campaña uribista.

De ella puede que no sepamos mucho más, pero sí sabemos cómo se enamoró. Según Uribe mismo lo cuenta en la reciente revista Fucsia, le pidió matrimonio con una cajita de turrones Astor y un ramo de rosas rojas. Y ella confiesa que se enamoró de él “porque la miraba con unos ojos brotados por donde se le salía toda su alma”. Y luego cuenta lo que explicaría que una mujer tenga el coraje que muy seguramente tiene la señora de Uribe: “A Lina no le conmueve lo inusual”. Eso quedó claro cuando a la luna de miel Alvaro Uribe empacó a un hermano suyo, y alquiló dos habitaciones intercomunicadas para que éste pudiera entrar a ver películas de vaqueros con los recién casados.

Pero en cambio, por los lados de Serpa, no se necesita ser un genio en materia de imagen política para adivinar que en la estrategia de su campaña figura en uno de los primeros lugares el énfasis en su vida familiar. Serpa tiene lo que las señoras llamamos “una familia linda”, e incluso una de sus hijas es su secretaria privada. Pero no hay duda de que al frente de este cuadro familiar existe una clave: Rosita de Serpa.

No le cuesta ningún trabajo caerle bien a la gente por cuenta de una calidez que proyecta espontáneamente. (Aunque, como cualquier mujer que se respete, también dicen que lleva cuadernito con inventario de quienes han ofendido de gravedad a su marido). No desampara a su esposo ni de noche ni de día: aun en los momentos más difíciles, como el del serpatón al Caguán, ahí estaba Rosita: discreta pero tremendamente presente, sin necesidad de hablar de política, lo que no hace nunca.

De las últimas candidatas a primeras damas Rosita es quizás el mejor prototipo de la mujer colombiana: definitivamente orgullosa de su origen de provincia, fue reina de belleza cuando Serpa era alcalde de pueblo y logró levantársela, suponemos, a punta de vibrato. Desde entonces ha sido realmente su alma gemela y ya no podríamos acostumbrarnos a no verla a su lado en cualquiera de los episodios que incluye la agitada vida de una campaña presidencial.

Pero quizá la mejor descripción que puede hacerse de ella es la que le escuché el otro día a un serpista en un arranque de cariño: “Rosita... es mejor que Serpa”.

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