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El amargo deber

En medio del grosero intercambio debo decir que los dos han mentido. Ni Gustavo Gómez es un vendido ni Hollman Morris es un guerrillero.

Daniel Coronell, Daniel Coronell
15 de marzo de 2014

La independencia es la mejor forma de quedar mal con todo el mundo. Antes de empezar tengo que contarles que llevo tres días debatiéndome silenciosamente en el dilema. Buscando las razones para escribir –y para no escribir– esta columna. Rumiando la opción cómoda de quedarme callado ante los errores y abusos recíprocos de dos respetados colegas y amigos: Hollman Morris y Gustavo Gómez.

Hollman es ahora el gerente de Canal Capital, pero antes de serlo ha sido un reportero consagrado que se ha jugado la vida por buscar la verdad. Creo en su honestidad porque lo conozco desde el comienzo de su carrera y sé las dificultades que ha sorteado. Él ha tenido que padecer persecuciones, amenazas y campañas de desprestigio sin doblarse jamás.

Gustavo es uno de los periodistas más talentosos y agudos que ha conocido Colombia. Su inteligencia marcha de la mano de su generosidad y de su desprendimiento. Como prueba de ello ha declinado posiciones importantes y ofertas tentadoras para seguir haciendo, aquí, la radio que le gusta y los proyectos que le entusiasman. Viviendo, con sencillez y honestidad, de un sueldo que habría podido ser mejor si él hubiera querido.

Por mucho tiempo ellos tuvieron una relación cordial y tolerante frente a sus formas distintas de ver la vida. Hace apenas cinco meses, en octubre del año pasado, recuerdo haberlos visto abrazados y sonrientes en una fotografía en la tribuna del Estadio Metropolitano de Barranquilla en uno de los partidos de la Selección Colombia.

Sin embargo todo esto se ha venido abajo en el estruendo de las injurias mutuas. Tristemente los dos han hecho gala de inmadurez y han estado por debajo de su responsabilidad pública.

No se quién tiró la primera piedra pero ninguna ofensa puede justificar la actitud del otro.

Caracol, y Darío Arizmendi, en particular, han tenido una actitud legítimamente crítica frente al alcalde Gustavo Petro, pero no frente a Hollman Morris. Han descalificado las amenazas que ha sufrido y menospreciado su importante trabajo periodístico de muchos años.

Por otra parte, es cierto que Hollman ha convertido al Canal Capital en una plataforma de propaganda petrista que tiene como meta principal la permanencia del alcalde en el puesto y no la información de los ciudadanos. Está bien que se transmita el balcón de Petro, pero está mal que noticieros y espacios de opinión dediquen horas a cantar loas a la controvertible gestión del mandatario.

En medio de este ambiente, que pasa por interpretaciones malignas de fotografías y mutuos insultos de un ejército anónimo y unos cuantos conocidos en las redes sociales, Gustavo Gómez publicó en la revista SoHo una crónica vivencial con el cuerpo de Policía antimotines Esmad.

A Hollman, que viene ofendido por la postura de Caracol, le pareció válido descalificar a Gustavo y para hacerlo decidió hacer un programa sesgado y preguntarle a la Policía por derecho de petición: “¿Cuánto le habían pagado a Gustavo Gómez por el publirreportaje?”.

La sugerencia es una infamia inmensa. Similar a las padecidas por su autor, Hollman Morris, en el pasado. Una presunción de mala fe guiada únicamente por la ira y el deseo de descalificar al contradictor.

Gustavo, herido en su dignidad, trinó muchas veces contra Hollman sin nombrarlo y faltando gravemente a la verdad: “Un periodista que se cruza correos con la guerrilla y estafa a ONG europeas haciéndose pasar por víctima, no es periodista: es delincuente”.

No es delincuente el periodista que busca la versión de los delincuentes. Hollman Morris ha cubierto el conflicto que vive Colombia y para hacerlo –como debe ser– ha contactado a grupos ilegales. También lo hizo, por ejemplo, Darío Arizmendi cuando le mostró a Colombia la primera entrevista con el paramilitar Carlos Castaño. Eso no hace delincuente a Arizmendi, ni a Morris, solo periodistas.

En Estados Unidos a nadie se le ha ocurrido insinuar que John Miller, el respetado reportero que entrevistó a Osama Bin Laden, sea miembro de Al Qaeda. Otra cosa sería si un periodista recibiera órdenes de un criminal, pero ese no es el caso.

En medio del grosero intercambio debo decir que los dos han mentido. Ni Gustavo Gómez es un vendido, ni Hollman Morris es un guerrillero.

Como amigo de los dos tengo derecho a decirlo aunque les moleste a ambos y como periodista siento que tengo el amargo deber de hacerlo públicamente.

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