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Diario de una desplazada en La Cabrera

Fui a la Panamericana a comprar la cartulina para el cartel de desplazada, pero era carísimo.

Por: Daniel Samper Ospina

Acabamos de llegar a la casa que nos dio la Bogotá Humana y a Brian ya lo detuvieron dos veces los tombos y le dijeron que ahí no se podían cuidar carros, que echara para allá, pero estamos contentos porque la casa nos queda cerca del semáforo en el que vamos a trabajar (el alcalde, además, prometió que va a construir de a semáforo por desplazado, para ayudarnos). El barrio se ve muy bacano.

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Fui a la Panamericana a comprar la cartulina para el cartel de desplazada, pero era carísimo. Me endeudé con un señor de la fila que se ofreció a prestarme plata, un tal Juan Carlos Ortiz, muy querido el señor. La gente acá es muy amable. Ahí le firmé una letra.

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Madrugué a trabajar y le pedí a un vecino del edificio, un pelado llamado Tomás Uribe, que escribiera el cartón para que quedara con mala ortografía y todo. El barrio es lindo pero acá las tradiciones son diferentes. Por ejemplo: los niños no tienen mamá sino una señora vestida de blanco que los cuida, pobrecitos. Le doy gracias a dios. Definitivamente yo vivía en una burbuja.

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Por primera vez alguien me habló. Fue una señora de apellido Brigard que salía del gimnasio. Preguntó si puedo interceder para que a su empleada le den una casa en mi conjunto, a ver si deja de llegar tarde. Fui al parque el Virrey y vi a Cecilia López vestida en sudadera de terciopelo, hablaba por celular seguida por dos escoltas. A veces me dan ganas de irme de acá.

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Dejé a Brian Junior en ‘Periquito’, el jardín infantil del barrio. Me sentí mal porque todas las señoras iban en sudadera de marca y yo en cambio llevaba la camiseta de “No nos moverán” que me regaló la Bogotá Humana. Al chino no me lo recibieron. Me dijeron que fuera a ‘Bazuquito’, el jardín en concesión que tienen en el sur, o que espere por uno de los mil jardines que prometió el alcalde. Mientras, voy a conseguir una señora de blanco para que lo cuide.

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Le pedí una taza de azúcar a mi vecino, un señor Sarmiento Angulo. Me la dio con la condición de que mañana le lleve taza y media, ese fue el arreglo. Ahora debo vender el doble de bolsas de basura para lograrlo.

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La señora De Brigard me invitó a un coctel. Un coctel es un sitio en el que jartan trago y las personas rotan de grupo para hablar mal unas de otras. Se me acercó un señor Urrutia y me preguntó de cuáles Chivatá era yo. Después se me acercaron unas muchachas lo más de atractivas, las Lara, para elogiarme la pinta y preguntarme dónde podían conseguir chiros como los míos. A Diana Katherine le coqueteó don Tomás Jaramillo, un joven muy bien plantado. Dios quiera prospere porque se ve muy decente el muchacho.

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Hoy fui a Eurolink para comprarle un regalo a tía Mayerli, que me nombró madrina, pero acá no fían. Escogí un cenicero de plata que me costó un riñón. Literalmente. Para pagarlo, me toca ir a La Hortúa, porque en la clínica del Country no atienden Sisbén.

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Tío Milton vino de visita y, como el andén estaba lleno de carros de escolta, tuvo que dejar la balinera en el parqueadero de Pomona y el chiste le costó lo producido del año. Las Lara pasaron en la tarde, que quieren unas balineras, que dónde se consiguen.

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A Diana Katherine la está molestando el muchacho Urrutia de la cuadra de atrás, y me preocupa porque los Chivatá somos gente decente, nunca hemos estado metidos en escándalos ni cosas de esas, y vaya uno a saber si ellos sí, y ahí sí paila, riopaila. Ojalá le pare bolas al otro muchacho.

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Llegó el subsidio de la Bogotá Humana para que comer en la zona. Fuimos al restaurante de los Rausch. No alcanzó el subsidio. El Distrito tuvo que echar mano de las finanzas para el metro. Y tuvimos que salir de ahí a almorzar. Otro corrientazo de estos y me toca vender la casa.

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Me encontré en la iglesia de El Chicó con Rodrigo Jaramillo, que estaba rezando. A la salida le ofreció hacer un negocio con unas acciones a Brian, que llegó lo más contento: lo que iba a gastar en el chance se lo dio a él. Ahora sí vamos a salir de pobres. Ojalá porque seguimos debiendo la taza de azúcar (ya nos toca pagar cuatro).

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Las Lara me invitaron a una fiesta con sus amigas y muchas estaban vestidas como yo. Llevaban chanclas, pero de cuero; cartulinas, pero en un tal papel Kimberly importado, una cantimplorita de plata con Cocinol. Me dijeron que era la moda Human Bogotá Retro Fashion inspirada por mí. De una revista les tomaba fotos mientras jartaban trago.

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Con el subsidio de la Alcaldía matriculamos a Byron en el Colegio Nueva Granada pero se la montaron porque no habla inglés. Jairo, el mayor, sí se adaptó, pero anda de amigo con los muchachos de bachillerato y ahora mete vicio a la plazoleta de Carulla de la 85. Tengo miedo.

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Necesito huir. Este barrio acabó conmigo y corrompió a mis hijos. Por la taza de azúcar que me prestaron, debo seis. Rodrigo Jaramillo se llevó mis ahorros. Su hijo Tomás le robó el corazón a Diana Katherine, entre muchas otras cosas. Juan Carlos Ortiz se quedó con todas mis bolsas (él también está en el negocio de la bolsa). Brian me abandonó por la señora De Brigard. Y para terminar, la niñera de blanco que contraté siempre llega tarde: debe ser que vive en un barrio bueno.

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