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El bigote de Serpa se encuentra con el de Palomino

Había gran algarabía en el cielo a donde van a dar los bigotes que pasaron a mejor vida: el célebre mostacho del dirigente liberal Horacio Serpa se topaba, de frente, con el del general Palomino.

Daniel Samper Ospina, Daniel Samper Ospina
7 de noviembre de 2015

Caía la tarde y había gran algarabía en el cielo a donde van a dar los bigotes que pasaron a mejor vida: el célebre mostacho del dirigente liberal Horacio Serpa acababa de ingresar al reino celestial y se topaba, de frente, con el del general Palomino, también recién llegado.

— Hola, soy el bigote de Horacio Serpa.

— Creo que te conocí allá abajo, en la Tierra: yo soy el bigote del general Palomino.

— ¡Claro que sí! ¡Claro que nos conocimos! Aunque de vista, solo de vista, lo aclaro… Nunca hubo, cómo decirlo, contacto físico. No es que eso tenga nada de malo, obviamente… pero no sucedió. Nos conocimos de vista, simplemente.

— ¿Qué haces por acá, bigote de Serpa?

—Pues mi amo me perdió en una apuesta… Apostó que se afeitaría el bigote si perdía Rafael Pardo.

— ¿Y perdió?

— Sí; y por su culpa la Unidad Nacional se quedó sin Bogotá… y mi amo sin bigote…

— Algo me había comentado el bigotillo de Clara López, con quien cené ayer…

— ¿Cómo así? ¿También terminó acá por una apuesta?

— No, por peeling.

— No hard peelings, como diría Santos.

— Oye, bigote de Serpa: ¿qué se siente ser el bigote de Serpa?

— Pues, para tener un dueño de izquierda, la saqué barata, porque casi todos fuman Pielroja y terminan con los bigotes amarillos…

— Se te ve canoso… Y yo te hacía más tupido…

— De golpe me confundes con el de Pastrana: el de Pastrana es tupido.

— ¡Y más largo!

— Bueno: no es que yo sea un mariachi…

— Dios mío, estar con el bigote de Serpa, ¡qué buena suerte la mía!

— No es para tanto…

— ¿Que no? Eres un emblema de la política de este país, como la espada de Bolívar o el diente de Gaviria.

— Pero eso era antes, cuando era negro y grande…

— ¿El diente de Gaviria?

— No, me refiero a mí.

— Recuerdo que parecías una brocha en las fosas nasales del doctor Serpa, una escoba: ¡fuiste mi gran inspiración!

— Sí: de estas cerdas colgaron miles de alverjas de lechona… Toda una vida soportando sus mañas de político tradicional: oyéndolo gritar arengas, comiendo cochinadas… ¡Cuántos aguardientes no gotearon de estas puntas! Pero ya no queda nada… Soy pelusita gris, apenas...

— ¿Masato? ¿Te daban masato?

— A veces, sí, también.

— A mí también: es sabroso y espeso…

— Óyeme, bigote de Palomino, pero asustan por acá: pensé que en el cielo de los bigotes había más movimiento, pero qué soledad... Mira esa bola de paja que atraviesa la plaza…

—Es el vello púbico de Iván Cepeda… Lo apostó si perdía Clarita López.

—¡Pobre mota, cómo divaga!

— Y eso que no has visto la barba de Angelino…

— ¿La barba de Angelino anda por acá? ¿Pero no dijo que se afeitaría únicamente cuando el América de Cali jugara en la primera división?

— Es que ya se estaba engarzando con los pelos del ombligo, pobre…

— Pero hablemos de ti, bigote de Palomino: ¿qué haces por acá?

— Uh, es una historia larga… Todo empezó cuando acusaron a mi jefe de acosar sexualmente a un subalterno, y de matonearlo para que no contara …

— Pero, ¿tu jefe es...? ¿Sabes lo que quiero decir? No tiene nada de malo, ni mucho menos, es lo más normal del mundo, es decir: no hay nada que sea anormal o normal, todas las preferencias son respetables…

— Sí, sí, ya, ya… Yo nunca vi nada, a lo mejor todo sucedía a sus espaldas: pero hay gente que pide su cabeza, y la está entregando por cuotas… Ya empezó con el bigote…

— No debió de ser fácil…

—Para nada, y mi pobre general lo está pasando mal: ya no puede pedir que hagan batidas sin que la orden se preste a comentarios.

— Dios mío, pero ¿a qué se debe que alguien haga semejante acusación?

— Es una conspiración infame: sus subalternos se le voltearon…

— ¿Lo dices literalmente?

— Me refiero a que quieren verlo caído…

— ¿Acostado? ¿Un policía acostado?

— Quieren dañarle la honra.

— Claro, pobre: hacerle fama de corrupto…

— No, hombre: que fuera torcido, vaya y venga, acá eso no tiene nada de malo: pero ¿qué diría el procurador si supone que mi general bien podría cantar en Village People con ese bigote y ese uniforme? ¡Lo inhabilita!

— ¿Que al bigote del general Palomino lo van a inhabilitar por rumores de alcoba? ¡¡Mamola!!

— El procurador es capaz de acabar con el general si cree que es gay, y más ahora, cuando acaban de aprobar la adopción igualitaria…

— ¿No estás de acuerdo con ella, acaso? ¿No crees que todos los bigotes tenemos los mismos derechos?

— ¡No! ¡Como dice el doctor Uribe: “El mal ejemplo al niño puede inducirlo a la promiscuidad” y a cosas aun más graves, como hacer negocios sospechosos en las zonas francas!

— ¡Mira, están pasando los pelos de la lengua de Belisario!: ¡son muchos!

— Lo último que supe de mi general es que se encomendó a monseñor Córdoba…

— ¿El general conoce a monseñor?

— Pues de saludo: una vez le besamos el anillo…

— ¿De verdad? ¿Él también?

— No entiendo…

— ¡Mira, la barba de Angelino!

— Pura barba de sindicalista: me dan ganas de hacer una batida...

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