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Huyamos a Bolivia

Que mi amigo piense lo que quiera. Esta es nuestra realidad. Proliferan las noticias absurdas y las hormigas culonas. Y culiprontas. Se roban el libro de García Márquez y jamás capturarán al responsable.

Daniel Samper Ospina, Daniel Samper Ospina
16 de mayo de 2015

Hace un par de semanas, cometí el grave error de ver el noticiero acompañado por un amigo extranjero que estaba de paso por el país: lo sometí sin compasión al aluvión de titulares increíbles que Colombia produce a diario, mientras él parpadeaba, aturdido, sin comprender lo que sucedía: “Roban primera edición de ‘Cien años de soledad’”; “expresidente Uribe advierte que nunca se le arrodilló a Yidis en un baño”; “turista defeca en plaza del centro de Cartagena”; e incluso uno que llamó poderosamente su atención: “Superministro Martínez come hormigas culonas con jefe de la oposición”.

Mi amigo me miraba extrañado, como pidiendo una explicación; y yo hacía mi mejor esfuerzo para salvaguardar la imagen del país.

–El superministro Martínez, ¿es un superhéroe de verdad? –me preguntó.

–Pues… sí, si lo quieres llamar así…

–¿Pero es un pájaro?

–Bueno: fue conservador, de modo que de alguna manera lo es…

–¿Es un avión?

–Ah, eso sí: donde haya poder, allá estará él. Es un verdadero avión.

–¿Es Superman?

–Mejor que eso –le expliqué–: es un superministro: tiene superescoltas, firma superdecretos.

–¿Y come hormigas?

–Sí, superhormigas. Y se las pasa con mermelada.

En mis ratos de angustia, imagino que trasladan el Salón de la Justicia al lado de Palacio de Nariño. De inmediato, el procurador inhabilita a Linterna Verde; el ministro de Defensa decomisa para uso propio la gomina de Superman; confinan al mico de los Gemelos Fantásticos en un inciso de la ley de equilibrios; y desvalijan el avión invisible de la Mujer Maravilla, que debe viajar en TransMilenio, donde es víctima de manoseos. Los superhéroes soportan con estoicismo el hecho inevitable de vivir en Colombia y pagar un predial exagerado hasta que, por decreto presidencial, deben recibir en sus huestes al superministro Martínez. Y hasta ahí llegan todos.

Y en buena parte por envidia, porque nadie como el superministro para exhibir sus superpoderes: lanza rayos de intrigas en las oficinas palaciegas; se teletransporta de un círculo de poder a otro; ingresa como abogado de los cacaos en una cabina telefónica y sale transformado en funcionario de alto nivel, uniformado con capa y tirantas, para incidir en quienes regulan a sus antiguos jefes.

–Pero no parece que ese señor tenga poderes –observó mi amigo.

–¿Que no? –lo imprequé–: ¡es la versión mejorada del Hombre Elástico! De samperista se convierte en pastranista, y de pastranista en uribista, y de uribista en santista sin que le duelan las coyunturas. O al revés: al vaivén de ellas.

–¿Y siempre es así de aburrido?

–Es que no lo oíste explicando los contratos de Tony Blair: ahí era más chistoso.

–Pues yo no le veo la gracia –sentenció sin oírme–: no parece superhéroe.

Pensaba darle nuevos argumentos, valorar el mérito que tuvo al acercar a Uribe y al presidente, ese par de amigos distanciados por cosas de la adolescencia, pero hermanados, en el fondo, por su incapacidad para elegir buenos ministros, sobre todo de Defensa.

Pero justo cuando comenzaba a construir mi tesis, irrumpió en la pantalla Angelino Garzón, con una canosa barba de varios días, vestido de pantaloneta y chanclas, mientras recibía el aval para lanzarse a la Alcaldía de Cali. Advertía que se va a dejar la barba hasta que el América regrese a la primera división, lo que hace prever que en unos 15 años parecerá una suerte de Yeti políticamente correcto.

–¿Qué es este espectáculo? ¿Quién es este señor?

–Ha de ser un náufrago –improvisé–: por eso la pinta.

–Pero el periodista está diciendo que es de izquierdas, que puntea en las encuestas y que estrena barba…

–A lo mejor está hablando de Clara López.

–¿Quién?

–Clara López. La exnovia del expresidente Uribe.

–¿El que comía hormigas culonas? ¿O esa era Yidis?

Procuré distraerlo hablándole bellezas de nuestra riqueza gastronómica y nuestro respetable gusto de comer insectos freídos en grasa, hasta que el presentador informó que el procurador llamaba “culipronto” al presidente por oponerse a las aspersiones con glifosato.

–¿Y qué quiere decir ‘culipronto’? ¿Es como las hormigas? –me preguntó.

–Significa ‘estadista’: acá los altos funcionarios se tratan con mucho respeto.

–¿Pero ese no es el mismo señor que la semana pasada atacaba la eutanasia?

–Sí, porque defiende la vida.

– ¿Y entonces por qué apoya ahora el glifosato, si da cáncer?

–Por ‘culipronto’.

Iba a elaborar al respecto, pero surgió entonces un flash informativo que nos dejó con la boca abierta: “Capturan al jefe de capturas de la Fiscalía”. Y entonces me di por vencido.

Que mi amigo piense lo que quiera. Esta es nuestra realidad. Proliferan las noticias absurdas y las hormigas culonas. Y culiprontas. Se roban el libro de García Márquez y, aunque ya lo recuperaron, jamás capturarán al responsable, porque el funcionario encargado para tal fin está preso. A menos, claro, de que asuma el caso un superhéroe, como el superministro Martínez.

Dejé a mi amigo en el aeropuerto mientras notaba su ilusión por regresar a un país más civilizado que el nuestro: Bolivia. Y aquella noche no miré el noticiero, pero me leí Relato de un náufrago, en homenaje no tanto a García Márquez, como a Angelino.

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