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La lactosa y el procurador

Como comandante guerrillero, Petro sería idéntico a como es de mandatario: de armas tomar, sí, pero le renunciarían los jefes de los frentes cada 15 días aduciendo problemas personales

Revista Semana
11 de enero de 2014

En su primera chiva trascendental del año, el diario El Tiempo reveló una información verdaderamente explosiva: según su sección de secretos políticos, dentro del sanedrín de Gustavo Petro brillan “una especie de secretarios alternos, Juanito y Arley, que le llevan calditos, carne, maní y evitan que se acerque a cualquier alimento lácteo, lo que representa una amenaza incontrolable para el alcalde”.

Resulta, pues, que Petro no solo es intolerante a la crítica sino a la lactosa, del mismo modo en que el procurador es intolerante a Petro, y desde ya se ve venir una llave entre Miguel Gómez, el mismo Ordóñez y lácteos de toda índole para atajar al alcalde a como dé lugar: en el caso improbable de que falle su destitución, acudirán a la revocatoria; y si esta fracasa, la ultraderecha maquina un plan para distraer a Juanito y Arley, estrellas de la ‘guardia petroriana’, y conseguir que el alcalde ingiera un postre de tres leches lo suficientemente cargado como para que nadie sea capaz de rodearlo y su espacio político quede reducido al baño del centro comercial Centro Mayor.

Pero no pasarán, como dice el alcalde. Las mafias de las lactosas y sus enzimas reaccionarias y enemigas de la paz no se saldrán con la suya. Porque Petro no es un hombre sino un pueblo; incluso no es un pueblo, sino una revolución: inventó el uso de cacerolas como elemento de protesta, pero prohibió el de sartenes, para evitar las vías de hecho en los reclamos maritales; cerró el departamento de planeación e inauguró el de planificación para practicar vasectomías gratuitas a los ciudadanos que tuvieran un mínimo de seis hijos; integró las chivas rumberas al Sistema Integrado de Transporte; densificó, si no el centro de la ciudad, al menos su discurso, atiborrado ahora de consignas. Y no ha utilizado su intolerancia a la lactosa para dispersar las marchas a punta de gases, porque es el alcalde del amor.

Yo era de los que decía que si Petro se nos trepaba y montaba un sistema socialista al estilo de Chávez, me iría del país. Concretamente a Venezuela. Pero hoy por hoy confieso que se me ha disipado ese temor, y aun el otro, más grave todavía, de que, ante el fallo del procurador, el alcalde monte una nueva versión del M-19, como él mismo lo sugirió. El miedo no era en vano porque, como comandante guerrillero, Petro sería idéntico a como es de mandatario: de armas tomar, sí, pero le renunciarían los jefes de los frentes cada 15 días aduciendo problemas personales. Por fortuna, estamos ante un hombre de paz, que no sirve para guerrillero, como lo confirman sus evidentes problemas de ejecución.

Me he vuelto solidario con Petro porque creo que la tolerancia debe ser el propósito nacional de este 2014. Damos pena. No es posible que Santos se pelee con Uribe, el fiscal con la contralora y hasta Juan Carlos Pastrana con José Obdulio sin que nadie proponga una mínima luz de reconciliación entre personas que deberían ser pares.

Y son pares. Pero nones: las peleas han llegado a extremos tan penosos que a uno le dan ganas de rogarles a los guerrilleros de las Farc que durante el próximo ciclo cedan sus puestos para que los representantes del establecimiento negocien sus diferencias, y sea el fiscal, y no Jesús Santrich, quien se haga el de las gafas, y la contralora, y no Tanja, quien luzca un bikini en la proa de un yate. Porque, francamente, ya no saben cómo degradarse más: Uribe tilda al presidente de mentiroso, cuando todos sabemos que Santos es amante de la verdad: la visita de vez en cuando, a escondidas, furtivamente, en moteles de dudosa reputación. Y hace poco, en un encuentro fortuito en el parque El Virrey, cuando se encontraron frente a frente la contralora y el fiscal, esta dio la orden de ataque a sus perros que si bien, en su condición de chihuahas, no tenían la fiereza de un Rottweiler para morderlo, sí se entregaron a una incómoda cópula contra la pantorilla del máximo investigador que lo incomodó públicamente.

El país se lamenta de Uribe, a la vez que Uribe se la menta a Santos, y dan ganas de rogarles a ambos que se quieran nuevamente, porque es más lo que los une que lo que los separa: llámese mermelada o notarías, Agro Ingreso Seguro o Riopaila, chuzadas o caso Lizarralde.

Para agregar más leña a la hoguera, ahora el procurador arremete contra Petro con la tenacidad de una cuajada en el sensible colon del alcalde, y por un instante Ordóñez y la lactosa parecen la misma cosa: lo único que los diferencia es que Petro no votó nunca por la lactosa. Y que la lactosa se muestra más respetuosa del estado de derecho. Y que no ha ofrecido fiestas a parapolíticos. Y que no quiere imponerle sus natas a nadie. Pero, por lo demás, lactosa y procurador son idénticos en su mala leche, y, en el intento de evacuación de Petro, van a terminar inflándolo.

Si el propósito de 2014 es la tolerancia, qué bonito sería, qué reconciliador, que Ordóñez tolere la diferencia. Y que Petro, a su vez, tolere la lactosa. Son mis deseos de este año para que al país le vaya mejor. Y si no al país, al menos a Juanito y Arley.