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Las ruinas de Bogotá (año 2115)

Dos arqueólogos dirigen las excavaciones del hueco monumental por el que pasará la primera línea del metro de Bogotá, y conversan sobre las ruinas que se topan bajo tierra.

Daniel Samper Ospina, Daniel Samper Ospina
3 de octubre de 2015

Bogotá, año 2115. Dos arqueólogos –uno de ellos, el célebre profesor austriaco Natalio Von Schwarzenberg, experto en análisis diferencial e historia del altiplano– dirigen las excavaciones del hueco monumental por el que pasará la primera línea del metro de Bogotá, y conversan sobre las ruinas que se topan bajo tierra.

–Y este curioso cono de piedra, ¿qué puede ser, profesor?

–Parece que es un megáfono…

–¿Un qué?

–Un megáfono: un elemento de agitación social que usaban los Machos Alfa de la civilización que hace un siglo habitaba esta zona montañosa…

–¿Eran cazadores?

–Sí: y depredadores también.

–¿Y con qué cazaban, profesor? ¿Con cuáles armas?

–Con subsidios. Unas peligrosas trampas con que atraían a la población.

–Qué impresionante, profesor… Mire: creo que me topé acá abajo con un subsidio…

–No, déjame ver de qué se trata este extraño tapiz… Creo que se trata de una boina. Sí: una boina de izquierda. La utilizaban para taparse los chichones.

–¿Y cómo se destruyó esa civilización, profesor? ¿Una lluvia de meteoritos?

–Peor: cuatro gobiernos seguidos de la izquierda tropical.

–¿Cuatro? ¡Pobre gente!

–Así es: cuatro. No sobrevivieron al último… Ganó una tal Clara López y la gente tuvo que desplazarse por el estrecho de Chía: migraciones enteras de humanos de tierra fría que buscaban dónde refugiarse porque la ciudad se vino abajo. No quedó piedra sobre piedra.

–¿Y por qué colapsó, profesor?

–Bueno: el desgobierno. La corrupción. Improvisaban.

–¿Era una sociedad corrupta?

–Muy corrupta, sí, y de extrañas prácticas. Cuentan los historiadores que se apareaban dentro de unos artefactos móviles a los que llamaban TransMilenio: unos pequeños vagones del tamaño de los cohetes de Avianca que viajan a Marte. Allá hay vestigios de uno…

–Mire, y tienen personas adentro, se ven los huesos.

–No, esos huesos deben de ser de perrita Bacatá, la única funcionaria destacada de toda esa época de gobierno…

–Pero son demasiados, mírelos…

–Entonces es que estamos en las que se conocían como las caballerizas de Usaquén… Una especie de camposanto clandestino donde el estamento militar enterraba a los muertos. Era una civilización muy rara.

–Acá me topé con otra cosa…

–¿A ver? Sí, ¡es el famoso cheque simbólico para el metro! ¡Lo llevaremos al museo! ¡Es un gran hallazgo arqueológico!

–¡Qué bien, profesor! Profesor, una pregunta: esta señora Clara, la capitana…

–Alcaldesa… la capitana era otra. La capitana, querido amigo, fue una de las madres más nombradas de esa época…

–¿Esa alcaldesa, entonces, acabó con la civilización?

–Sí. En aquel momento hubo unas elecciones y la alcaldesa que ganó, Clara López, se enfrentó con dos candidatos que fueron incapaces de unirse para evitar su triunfo: Rafael Pardo y Enrique Peñalosa.

–¿Y entonces qué sucedió?

–Nada. A Peñalosa lo hundió la adhesión final de Pacho Santos, que era una mascota de la época…

–¿Otra perrita Bacatá?

–Pero menos mansa: a lo mejor encontremos su momia. En alguna excavación pensé que la había descubierto, pero era un bolardo… en esta zona abundan.

–¿Y qué sucedió con el señor Pardo?

–En un portal de la época dijo que se había hecho un trasplante de carisma. Lo que no confesó es que el donante había sido Abelardo Forero Benavides.

–¿Y entonces?

–Ganó Clara López. No necesitó muchos votos. La gente se confió en las encuestas y no salió a votar; el alcalde del momento la apoyó, operaron los subsidios. Vino su triunfo. Y la devastación.

–Oh, creo que golpeé algo con la pica…

–Déjame ver: sí, es un sombrero. Quizás de Wilson Borja, un cacique. Ya está petrificado. En todos los sentidos.

–¿Sirve para algo?

–Para nada. Y el sombrero tampoco sirve.

–Qué triste: pensar que acá, alguna vez, floreció la vida…

–Así es: acá, alguna vez, hubo una gran civilización, con un gran equipo de fútbol, el Santa Fe.

–Mira, allá: qué interesantes fósiles…

–No los señales. Son Enrique Gómez y otros líderes del Partido Conservador. Están departiendo en un pícnic. Les gusta venir acá. Nos están mirando, atento porque nos pueden atacar.

–Profesor, allá, en esas ruinas, ¿qué quedaba?

–El famoso deprimido de la 94.

– ¡El deprimido de la 94! Siempre supuse que se trataba de una persona...

–Nada de eso: fue la prueba de que aquella vieja civilización no estaba preparada para hacer un metro. Nunca pudieron acabar con ese deprimido.

–¿Ni con Prozac?

–No. Pero si eso te llamó la atención, mira allá, en ese muro de pinturas rupestres…

–¡Qué lindas!

–Así es: pintaron la representación simbólica de un hombre recibiendo dinero…

–¿Quién podía ser?

–Parece que Samuel Moreno, que era un pintado en la pared.

–Pero tengo una duda, profesor: ¿en qué paró la capitana?

–¿Te refieres a Clara López? Pues terminó de destruir la ciudad, con lo cual se perfiló a la Presidencia.

–Qué triste final, profesor. Pobre civilización.

–Así es, estimado amigo. Pero se lo merecían. Se merecieron su suerte.

–¡Ay, me golpeé la espinilla con otro bolardo!

–¡No, es Pachito! ¡Ahora sí lo encontramos!

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