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No sea Malo, Magistrado

¡Qué familia! Urge que Yara Milena se case con el hijo del magistrado bueno y tengan, al menos, un hijo de apellido Mediocre.

Daniel Samper Ospina, Daniel Samper Ospina
16 de septiembre de 2017

Yo sé que una semana en Colombia equivale a siete años humanos; que Colombia es un país esencialmente absurdo: el único del mundo del cual el papa se marcha con ojo morado y curita en la ceja (no a su lado); el único que cuenta con una guerrilla a la que solo le basta un mes en la vida civil para comenzar a resquebrajarse por las luchas intestinas

(en instantes Timochenko se lanzará por firmas); el único, en fin, en que ya no existen partidos políticos, sino candidatos independientes que se cuentan por decenas: y digo sin partidos, a pesar de que uno de ellos, Germán Vargas Lleras, incentiva a los voluntarios de Cambio Radical a que recojan firmas regalándoles boletas del partido de Colombia contra Paraguay.

Somos eso y mucho más, pero lo que sucedió esta semana con el magistrado Malo desborda cualquier situación. Supe de él hace poco, cuando lo mencionaron en un informe radial.

–Al parecer, en el escándalo está implicado el magistrado Malo –dijo el periodista.

–¿Cuál de todos, por favor? –le grité al parlante del radio, en una característica que he ido adoptando en la medida en que envejezco: ahora peleo con objetos–: Malo usted, señor periodista, que ni siquiera da el nombre.

Pasaron días para que comprendiera que, aunque parezca redundante, el magistrado malo es de apellido ídem.

Gustavo Malo Fernández. Comprendo que el arte de bautizar es delicado, trátese de mascotas o de personas, y de eso puede dar fe el perro de Vargas Lleras –hablo de la mascota: no es una expresión desobligante hacia el candidato neoindependiente–: según confidenciales de prensa, Vargas Lleras tiene un perro al que bautizó con el nombre de Petro.

–¡Chite, Petro!

–A otro Petro con ese hueso.

–No ensucie ahí o le vuelvo a dar con el periódico, Petro. Y con El Tiempo otra vez.

Al parecer, se trata de un perrito que improvisa bastante; de un perrito que se cree la sexta mejor mascota del mundo. Ante tan humillante situación, Gustavo Petro debería devolver atenciones, como en Twitter, y adoptar un callejero al que le ponga Germán: un perro con rabia, que se separe de su camada cuando vea que sus hermanos han dado muchas mordidas y sea, en fin, de muy malas pulgas. Un perro que solo entienda a cocotazos y al que no le guste rascarse. Sería un acto de mínima justicia, aunque desataría una guerra de ofensas preocupante: Pinzón se compraría un shar pei y lo llamaría Juan Manuel (y le mordería la mano que le dio de comer), y De la Calle se compraría un pastor de colmillo grande, y lo bautizaría con el nombre de Ordóñez.

El arte de bautizar, digo, es difícil, pero estar imbuido en el peor escándalo de corrupción de toda la historia de la Corte Suprema y ostentar el apellido Malo es de una redundancia infame. Es como si Marta Lucía Ramírez fuera de apellido Lora.

Pero hasta allá llega la podredumbre del escándalo. Magistrados honorables los de antes, como el valiente César Julio Valencia Copete, quien, a pesar de su apellido, era calvo como un ñame: personas decentes, gente de bien cuyos nombres y apellidos reflejaban un gracioso dejo de ironía, una risueña y refrescante negación: como si el presidente se llamara Juan Manuel Leal; o a Álvaro Uribe, Álvaro Gallardo; o como si Vargas Lleras fuera Germán Manotas.

Pero a estas alturas del partido, ser magistrado y apellidarse Malo resulta de una vehemencia innecesaria.

–Le asignaron el caso al magistrado Malo.

–¿No se podía a uno regular, al menos?

–No; el otro es Leonidas Bustos…

Bustos que, dicho sea de paso, también brilla por su apellido. Pero así es nuestra humilde república, y así su Rama Judicial, célebre por los nombres de quienes la ocupan: Nilson Pinilla, que se llamaba Nilson, no Nelson. El exmagistrado Calvete. Margarita Cabello Blanco, que cuando era joven se llamaba Margarita Cabello Rubio. Incluso el actual presidente, que es Echeverri Bueno: de ahí su rivalidad con Malo. Tampoco colabora al escándalo un magistrado de apellido Rico, por honorable que sea, como Luis Alonso: porque Rico fue como quedó, según dicen, Leonidas Bustos.

El asunto es que esta semana, los colegas del magistrado Malo le pidieron la renuncia porque su nombre aparece en las grabaciones del ‘cartel de la toga’. Pero Malo no quiso acceder: se cree de mejor apellido que los demás. Se supo, además, que su hija, Yara Milena Malo, está acusada de extorsión agravada: nunca antes familia alguna había honrado tanto –es un decir– un apellido. Ni Luis Alberto Moreno cambiándose el apellido por el de Chaparro le haría tanto honor a sus escudos: ¿qué pasó con los Malo, por dios santo? ¡Qué familia! Urge que Yara Milena se case con el hijo del magistrado Bueno y tengan, al menos, un hijo de apellido Mediocre.

Una semana en Colombia equivale a siete años en cualquier país humano. La corrupción nos carcome. El ambiente resulta irrespirable. Dan ganas de fugarse, o por lo menos de recolectar firmas para la candidatura de Vargas Lleras a cambio de boletas de fútbol. Yo pienso hacerlo. No quiero ver ese partido frente al televisor porque, como peleo con los objetos, temo acabar gritándole a la pantalla. Como al pobre Petro cuando ensucia el tapete de su amo, el doctor Manotas. n

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