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¿El señor me dice que se llama Juan Carlos qué?

No se puede salir a un centro comercial sin que, planilla en mano, lo aborden a uno cientos de candidatos, como si fueran encuestadores de Herbalife.

Daniel Samper Ospina, Daniel Samper Ospina
30 de septiembre de 2017

Necesitaba descansar. No soportaba el peso agobiante de las noticias que produce este país: apenas este mes, circula foto de la reseña criminal del exmagistrado Ricaurte; los pilotos de Avianca siguen en huelga; un juez castrochavista y enmermelado de Miami ordena extraditar a Andrés Felipe Arias. Y por si faltaran noticias preocupantes, la economía se estanca; el ganador de la Vuelta a Colombia se llama Aristóbulo y arrancó la nueva temporada de Protagonistas de novela: ¿esa es la paz de Santos?

Agobiado por tan espesa realidad, salí a caminar por los confines de la ciudad, y de cuadra en cuadra llegué a la misma plaza desolada que suelo visitar cuando quiero estar solo. Una bola de paja impulsada por el viento recorría el lugar. El ruido del viento vibraba en mis oídos. Hacía frío. Y allá, a lo lejos, observé a un hombre sentado en un escritorio. Parecía un policía. Pero vestía de civil.

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Me acerqué para saber si necesitaba ayuda.

–Buenas, señor: ¿todo anda bien? –indagué.

–Sí -dijo-: aunque esto ha estado solo.

–¿Y el señor trabaja acá?

–Sí, recojo firmas para la campaña del doctor Juan Carlos Pinzón.

–¿Y usted es…?

–Yo soy él. Yo soy Juan Carlos Pinzón.

–¿Y firmas para qué?

–Para presidente. Quiero ser presidente.

–Qué bien –le dije- qué bien, señor Peñate…

–Pinzón.

–Eso es, señor Pinzón: ¿y presidente de qué?

–De Colombia.

Un incómodo silencio se interpuso entre los dos. Nos habíamos quedado sin tema de conversación. Me aventuré, entonces, a romper el hielo:

–¿Y el doctor sí cree que pueda ganar?

–¡Claro! –dijo entusiasta-: en las encuestas tengo mucho por subir.

–¿Y no ha pensado hacer una alianza con alguien más? –le dije, conmovido, para que aterrizara en la realidad-: ¿una alianza, no sé, con Rafael Nieto, por ejemplo, para que unidos derroten el margen de error?

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–No lo descarto –me advirtió, vehemente-: siempre y cuando comparta mis mismos ideales.

Y dicho lo anterior, se largó en una enumeración eterna de sus ideales, mientras yo lo observaba gesticular como en cámara lenta, y por mi cabeza solo pasaban sentimientos de compasión y de ternura: pobre hombre, pensaba; el poder lo ha vuelto loco. Y mientras lo pensaba, lo oía rematar su retahíla:

–Y, por último, no voy a permitir que la guerrilla nos tome del pelo.

–De eso quería hablarle, doctor.

–¿De la guerrilla?

–No, del pelo: ¿qué se echa?

–Solo es un poco de gomina. Pero prefiero hablar de mi carrera…

–Veo que se la peina por la derecha…

–Hablo de mi trayectoria: es sólida y brillante.

–Sí: como su pelo.

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Aún no comienza la campaña presidencial, y ya me resulta exasperante: el rechazo a la JEP produce coqueteos deprimentes entre Vargas Lleras y el uribismo; los candidatos de izquierda han sido incapaces de rechazar con vehemencia la dictadura de Maduro; Humberto de la Calle baja de su pedestal de prócer al lodo electoral, y María del Rosario Guerra lo recibe con una campaña sucia en la cual solo le faltó acusarlo de ser miembro de la familia Guerra; Alejandro Ordóñez y David Name, la pareja show político-religiosa de 2017, encarnación misma del yihadismo bucaro-costeño, se pasean de pueblo estrenando tirantas y bailando tap; y, como si no tuviéramos paquetes suficientes en la política, se lanza a la Presidencia quien los reparte: el dueño de Servientrega. La proliferación de candidatos diminutos es tan agobiante, que uno ya no sabe cómo se llaman ni cuántos son: en cualquier momento anuncia su fastuosa candidatura Amilkar, de Protagonistas de novela. O el propio Aristóbulo.

No se puede salir a un centro comercial sin que, planilla en mano, lo aborden a uno cientos de candidatos, como si fueran encuestadores de Herbalife –o funcionarios de la Registraduría-, para sacarle una firma: pese a que, en términos electorales, está demostrado que la única firma determinante es Odebrecht.

Comenzaba a oscurecer. Por la plaza no cruzaba un alma. Y este hombre, que hablaba sin cesar de su programa de gobierno, me partía el corazón.
–Porque pensamos recuperar la economía –dijo de pronto, con un súbito plural-: y le voy a contar cómo…

Y arremetió de nuevo, sin pausa, mientras yo me distraía con pensamientos que me causaban placer: ensoñaciones como la de que ingresaba a trabajar en la campaña de Ordóñez recogiendo firmas, y me cancelaban 50.000 pesitos con los cuales me compraba una manilla de Salvarte; o la de que Santos me contrataba como headhunter para ubicar a sus futuros nombramientos.

Y así, mientras el candidato Peñate me contaba sus planes de gobierno, decidí acompañar su candidatura. Literalmente. Y lo hice durante una hora, hasta que se hizo de noche. Pobre, finalmente: pobres todos. Los pollitos de Uribe, y también este expollito de Santos, tan buen estudiante que aprendió de su jefe inclusive el arte de la traición. Me partirá el corazón verlo aterrizar, junto con los demás precandidatos, a la realidad del desempleo en 2018. Ojalá lo contraten en Servientrega. O por lo menos lo incorporen a la siguiente temporada de Protagonistas de novela.

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