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Santos en el billete de cien mil

¿Por qué no poner a Roy, por ejemplo, en el billete, para que, como en su caso, dar vueltas no sea problema?

Revista Semana
28 de febrero de 2015

Sé poco de temas económicos. De por sí, hace poco supe que Corredores Asociados es una firma comisionista y no un sindicato de atletas, como suponía. A pesar de mi ignorancia, sin embargo, discrepé del Banco de la República y su idea de emitir un nuevo billete de cien mil, porque, quiero decir, ¿sus directores han cogido taxi alguna vez? ¿No saben, acaso, que sacarle un billete de cincuenta mil a un taxista es peor que sacarle la lengua? ¿Cuántas crucetas desenfundarán, entonces, cada vez que alguien pretenda pagarles con uno de cien mil?

Y, sin embargo, la decisión parece tomada: José Darío Uribe, gerente del emisor, anunció no solo que el billete entrará en circulación el próximo año, sino que llevará impresa la cara del expresidente Lleras Restrepo.

Seamos francos: ¿puede haber algo más desabrido para las nuevas generaciones que un billete con la cara de un prócer de corbata y joroba al que jamás conocieron y que a duras penas sonreía? Piénsenlo bien: ese billete será parte de nuestras vidas. Con uno de ellos pagaremos 20 corrientazos, o seis almuerzos en El Corral, o un jugo de mandarina donde los Rausch: ¿por qué no permitir que aparezca la cara de alguien más conocido?

No digo que usen la de Falcao, porque Asobancaria se quejó de la emisión, y el Tigre, como buen miembro de la banca, debe tener disciplina de gremio.

Pero que al menos tenga la cara de los cabecillas de InterBolsa, Tomás Jaramillo, Víctor Maldonado y Juan Carlos Ortiz, cada uno con su vestido de cuello blanco y el billete por cárcel, para que puedan seguir circulando entre la clase alta. O, ya puestos a elegir expresidentes, y me permiten la impudicia, que venga con la efigie de mi tío Ernesto, así cambien la denominación por una de ocho mil pesos. O al menos la de alguien del Partido de la U, cuyos militantes, al igual que los billetes, tienden a ensuciarse, se dejan manosear por todo el mundo y son del bolsillo del gobierno. ¿Por qué no poner a Roy, por ejemplo, para que, como en su caso, dar vueltas no sea problema?

En un primer momento imaginé que el billete merecía tener la imagen de un héroe moderno y visualicé la figura del expresidente Uribe, quizás no trepado en una potranca, pero sí con un giro interpretativo que le reconociera su valor de personaje mítico: convertido en centauro, por ejemplo, mitad arriero paisa, mitad mula, la mirada enjuta y una taza de café en la mano. Y si aquella escena era muy próxima a la fábula, al menos recrearlo en un escenario bucólico, bañándose en tanto ninfa en un espumoso río de la patria, medio cuerpo expuesto al oleaje y el otro medio en pose radical para que los huevitos hicieran las veces de los tres ceros. Y si resultaba vulgar, que entonces aparecieran Pachito, Zuluaga y Carlos Holmes, que son tres ceros a la derecha. El hilo de seguridad sería de seguridad democrática.

Pero al ritmo de su estridente locura, temí que un billete con Uribe se devaluara en cuestión de meses, como él, y supuse que sería mejor idea imprimir de una vez el sexto mejor billete del mundo, y estampar a Petro con la perrita Bacatá alzada en brazos, alcalde y perrita convertidos en un mismo animal político, ambos en un balcón, megáfono en mano, y allá abajo una muchedumbre integrada por los funcionarios que han renunciado a mitad de camino. Además, como se trata de un prócer de izquierdas, el billete no se prestaría al lavado. Pero circularía como el tráfico durante la Bogotá Humana: es decir, no circularía. Y la verdad es que ningún dirigente colombiano merece la distinción tanto como Santos. Es la única gloria a la que le falta acceder, porque a la literaria ya lo hizo a través de La silla del águila, una novela de Carlos Fuentes en que aparece haciendo las veces de presidente de Colombia: es un texto de ficción, se entiende.

Pero aquella fue una mención insuficiente, porque el presidente merece protagonizar textos mejores, aun una parábola oriental, como el mítico cuento de Chuang Tzu: aquel hombre que soñó que era una mariposa y al despertar no sabía si era un hombre que había soñado ser una mariposa, o una mariposa que había soñado ser un hombre, o si simplemente había olvidado tomar su medicina, pobre. A Juan Manuel lo ven como un frío tahúr, como un tipo práctico y cínico capaz de traicionar a su sombra. Yo en cambio, creo que él es una mariposa. Una mariposa que soñó que era uribista y que, al despertar, no sabía si era un uribista que había soñado ser una mariposa, o una mariposa que había soñado ser un uribista.

Por eso merece mejores homenajes, y este billete es la ocasión para inmortalizarlo en el máximo esplendor de su ejercicio presidencial: dibujado en su reciente visita al Carnaval de Barranquilla para que las generaciones futuras conozcan ese Santos rumbero y vestido con colores vivos que no se dejaba doblegar por la cruda realidad del país: al revés, se sabía distraer de ella como nadie.

La luz ultravioleta de seguridad podría salir de los pantalones con que visitó Curramba. El bótox del párpado presidencial impediría que se arrugara. Y nadie, ni pasajeros ni taxistas, se extrañaría de que un billete con la cara de Santos resultara falso.