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Sí, sí, Colombia

Detalles aparte, y a diferencia de lo que sucede cuando juega Santa Fe, cuando la maestra de ceremonias dio el pitazo final, respiré aliviado por el resultado.

Daniel Samper Ospina, Daniel Samper Ospina
3 de octubre de 2016

Me preparé para observar la firma del acuerdo con las Farc como quien mira un partido de Santa Fe: para estar a tono con la paz, me serví unas palomitas (palomitas de maíz, no palomitas valencia, que últimamente resultan tan difíciles de pasar); le bajé el volumen al televisor y puse La Luciérnaga a todo volumen, y me dispuse a hacer fuerza, una vez más, y de modo insólito, por Juan Manuel Santos: un político del que siempre he desconfiado, pero que ha conseguido que sufra por él como no me sucedía desde las épocas verdes de Antanas Mockus: en las elecciones anteriores, se me quebraba la mandíbula de tanto apretarla cada vez que enfrentaba a Óscar Iván Zuluaga; y ahora, me descubrí rezando para que no cometiera un error catastrófico que arruinara el resultado del plebiscito: que no gagueara más de la cuenta; o no cediera el micrófono a alias Romaña; o no confundiera a Raúl Castro con el inolvidable Pacheco.

Pero, para mi satisfacción, durante la firma no hubo mayores descalabros. Sí, claro: el evento parecía una edición más del Hay Festival, otra jornada del Festival de Música Clásica. Se imaginaba uno a Munir Falah vestido de riguroso blanco; a Poncho Rentería vestido de riguroso rosado soacha; a Cristian Toro yéndose de remate a Quiebracanto con los comandantes. Vicky Turbay trabajó su invitación regalando una escultura de Botero de la paloma de la paz. ¿Por qué todo el jet set capitalino va en bloque a todo, siempre? ¿Hay buses gratis?

María Claudia Lacouture, la ministra de Comercio dentro de cuyas nuevas responsabilidades está organizar firmas de acuerdos de paz, recicló, corregida, la lista de invitados a la boda de María Antonia, que servirá en versión mejorada para la fiesta del 31 en la Casa de Huéspedes, y estuvo pendiente de que el presidente luciera la guayabera española marca Baruc Corazón que Aída Furmanski le regaló como aporte a la paz.

La ministra, pues, dispuso minuciosamente del orden de los puestos, y sentó a César Gaviria al lado de mi tío Ernesto. Mi tío, que está más voluminoso que nunca, desparramó medio derrière en la silla de su vecino, quien tuvo que soportar el eterno discurso de Timochenko comprimido en el borde de su butaca. Fue el triunfo definitivo del samperismo sobre el gavirismo: un triunfo aplastante. Literalmente.

Más allá de eso, sin embargo, lo positivo es que, salvo las víctimas a las que sentaron en el gallinero, al día siguiente los invitados se cambiaron de escarapela y asistieron al Congreso de Publicidad. Y que el evento brilló a pesar de un par de detalles desafinados. Para quienes lo vimos por televisión, el sonido fue criminal: también merecía reparación, para decirlo en términos idénticos al capítulo de víctimas. Y el discurso de Timochenko fue tan duradero como la paz a la que aspiramos. El coro de niños irrumpió a destiempo en medio del discurso de Santos: seguramente eran niños uribistas, uribitos. Y el jefe de protocolo soltó como saludo a la paz un tremendo avión Kfir mientras hablaba Timochenko, quien todavía está escondido debajo de la tarima: ¿qué seguía? ¿Un saludo con balas de salva? ¿Rematar con cañonazos de confeti?

Pero, detalles aparte, y a diferencia de lo que sucede cuando juega Santa Fe, cuando la maestra de ceremonias dio el pitazo final, respiré aliviado por el resultado: las Farc pidieron perdón y la furtiva lágrima que soltó Santos no le corrió la pestañina, asunto fundamental ante la presencia de tantos invitados extranjeros.

Mientras escribo esta columna, a dos días de la votación, tengo la esperanza de que el buen suceso de la firma haya sido suficiente para que gane el Sí. Porque, en caso contrario, imagino que el país será un infierno: Uribe dará una alocución acompañado del exprocurador Ordóñez, el nuevo dueto cómico que está haciendo las delicias de los hogares colombianos: “Compatriotas –dirá–: hemos salvado a la patria de la dictadura castro-gay-chavista con que querían imponer la ideología de género y quitarnos las pensiones para dárselas a los de Lafar. Bienvenidos al futuro de nuevo. Convocaré al general Rito Alejo del Río para que recupere la fuerza letal del Ejército y refundemos la patria. Perseguiremos a Lafar en Venezuela y a los Santos en sus madrigueras de Mesa de Yeguas. Comenzaré a entenderme con el presidente en funciones, doctor Vargas Lleras”.

Escribo a ciegas, pero con la certeza de que, si al publicar esta columna, el No fue el triunfador, alias el Paisa volverá a las armas. Y por el Paisa me refiero tanto al guerrillero de las Farc, como al expresidente antioqueño. La promesa de renegociar el acuerdo era a todas luces absurda, a menos que encargaran para tal misión a Andrés Pastrana, experto en la materia, quien despejaría tres municipios; contrataría a Marbelle: dialogaría infructuosamente por tres años, y haría que el pueblo clame por otro gobierno de Uribe.

Espero, pues, que, gracias a la feliz firma del acuerdo, haya ganado el Sí. Solo falta que el encargado del sonido también pida perdón, y que, con la mano en la barriga, mi tío Ernesto se comprometa con la no repetición, para que nuestros niños crezcan en un país decente. Así se trate de niños uribistas, como los del coro.