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Sí al balcón de Petro

Mientras el alcalde pase más tiempo en el balcón, y menos en su despacho, tanto mejor para la ciudad.

Daniel Samper Ospina, Daniel Samper Ospina
25 de enero de 2014

Fue como una revelación: el mismo día en que envié la hoja de vida de mi esposa al Acueducto, comprendí que había llegado el momento de militar en la causa del alcalde Petro. Era lo justo. Finalmente, a diferencia de Samuel Moreno, Petro al menos no resultó siendo un avión: de ahí que nunca haya aprendido a planear. Y el pobre ha sido víctima de solicitudes insólitas, como la última portada de SEMANA en la que le piden que se baje del balcón mientras opera la Justicia, cuando todos sabemos que en Colombia la Justicia ni siquiera puede subir al púlpito de la Iglesia de los Piraquive, porque es coja. Y que además es frígida, porque nunca llega.

Pero no pasarán. Y por eso escribo esta columna: para rogarle a Gustavo que haga caso omiso a la solicitud de esta revista, y siga en el balcón, y no en su oficina, durante lo que le quede de mandato. Le pido que haga del balcón su planeta, un poco a la manera del principito: con una flor, que sería Guillermo Asprilla. Y un cordero, que sería Bacatá. Ah, mi principito de la izquierda, de bucles negros y ojos de lucero, cuya gestión, en especial en asuntos de movilidad, ha sido esencial, porque, como dicen en el libro, “lo esencial es invisible a los ojos”: ponte un abrigo con chamarras; acomoda la espada de Bolívar en el cinto y siéntate en tu balcón, a observar atardeceres.

Yo sé que Bogotá está sumida en una crisis histórica y que la polarización arrasó con la ciudad, y a veces me pregunto si, yo mismo me estoy radicalizando en favor de Petro; si debo reprocharme haber firmado esos trescientos formatos de tutela que clamaban por la suspensión del fallo. Pero entonces observo los análisis de Antonio Morales en Canal Capital y me entrego a la causa sin temores. Qué puesta en escena, qué producción. He ahí la prueba de que la izquierda sí puede hacer televisión cuidada. Antonio llega perfectamente vestido y divinamente peinado al set, pero un estilista del Progresismo lo pone a punto para que salga al aire: le saca la camisa, le revienta un botón a la altura del ombligo, le pone unas gafas con la pata rota y le desenhebra las mechas para que quede con ese look del calvo de izquierda que consiste en dejarse el pelo largo por detrás, a la manera de un Daniel García-Peña, de un Luis Jorge Garay, de la misma Clarita López. Gracias a Canal Capital comprendí que Petro no es un triste político criollo, inepto y contradictorio, sino un prócer de la patria que ya pasó a la historia: quiera dios que el Museo Nacional exhiba para las futuras generaciones la chompa blanca del mandatario distrital, y la boina y el sartén con que alguna vez lo golpearon. Y que Hollman Morris haga la curaduría tanto de la exhibición como la del alcalde, en caso de que el incidente se repita.

El hecho es que quiero integrar uno de los nodos de apoyo, templar una carpa en la Plaza de Bolívar, trabar, si no a mi compañera, al menos a la Justicia, e increpar a Ordóñez por su falta de oficio: ¿a cuenta de qué es tan selectivo? ¿Por qué no sanciona, más bien, al defensa francés que lesionó a Falcao, que ese sí cometió una falta gravísima?

Pero no pasarán. No nos moverán. Todavía cantamos, todavía soñamos. Todavía quedan restos de humedad. Quienes queremos correr por el cuerpo de Gustavo como agua caliente, quienes hemos brindado por él con un vino humeante mientras tocamos guitarra en diversas chimeneas defenderemos al alcalde con la vida misma. Porque Petro es el líder más grande de la izquierda nacional. Está Clarita López, es cierto, que, si bien no conoce a fondo la problemática del campo, al menos parece una granjera. Y eso ya es algo. Pero Gustavo, compañeros, ¿cómo lo explico?, Gustavo agarra un micrófono, se trepa en un balcón y demuestra que él solito es Chávez y Gaitán en simultánea; Allende y el Che a la vez, Maduro y el pajarito en uno solo. No es un hombre sino un río. El río Bogotá, quizá. Pero un río, al fin y a cabo.

Por eso, no admito que SEMANA llame a la calma y lo inste a bajarse del balcón, y menos ahora, cuando las calles bogotanas están tan inseguras. El alcalde podrá tener ideas descabelladas, no lo niego. Y quizás hay algo de vanidad en su propósito de refundar la ciudad desde ceros: corregir ya no digamos a Mockus, o su inmediato sucesor, Peñalosa, sino a Jiménez de Quesada (o su inmediato sucesor, Jaime Castro). Pero, más allá de que sus iniciativas sean improvisadas, Petro tiene a su favor que nunca las ejecuta. Solo lanza arengas. Y si le quitan el balcón, pierde la democracia, sí, pero sobre todo pierde el romanticismo: ¿dónde recibirá serenatas, entonces, quien fuera el fundador de la política del amor?

Rechazo, pues, la solicitud de esta revista. Al revés: mientras el alcalde pase más tiempo en el balcón, y menos en su despacho, tanto mejor para la ciudad. Por eso lanzo una cruzada para que Petro siga en su terraza. Que le saquen comida y le pongan una manta. Que se turnen sus hijos para acompañarlo, no vaya a caerse el alcalde en un sentido literal. Que le den un micrófono para que siga animando el reality de su destitución desde la Plaza Estudio. Y que alguien cuerdo de la Bogotá Humana cierre por dentro la puerta y tire la llave. O que al menos la done al Museo Nacional. 

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