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Alexander Hernández Velásquez

OPINIÓN

Dar razón de nuestra esperanza

Mientras haya esperanza hay vida, mientras estemos vivos el mundo puede ser mejor, porque estamos obligados a transformarlo para bien.

23 de marzo de 2023

Se acerca la Semana Santa y no podemos negar que un gran número de colombianos se profesan creyentes y seguramente acudirán a congregarse en los distintos templos de nuestro País. Es una realidad que el mensaje cristiano y la voz de la Iglesia llega a todos los rincones de nuestra Patria, donde tal vez, aún no hay presencia del Estado. ¿Pero qué sentido tiene en nuestro tiempo seguir cultivando la fe, la esperanza y la caridad? ¿Tiene la Iglesia una propuesta válida para ofrecer, que esté a la altura del momento histórico que nos ha tocado vivir? ¿Aún es vigente el mensaje cristiano?

Lo primero que debemos considerar es que somos seres espirituales. De hecho, a lo largo de la historia de la humanidad en todas las épocas y culturas, el ser humano ha buscado ese contacto con la Divinidad, con el Creador, con lo Transcendente. Soy un convencido que el cultivo de lo espiritual y la claridad en lo que creemos, nos hace dar lo mejor de nosotros mismos y así contribuir por lograr tener un mundo más humano.

En el primer siglo la Iglesia naciente ante las continuas persecuciones, los creyentes estaban obligados ante los tribunales, a dar razón de su esperanza, como nos dice 1Pe. 3,15. No así los gentiles (los no creyentes) de quienes el Apóstol Pablo dirá que ellos viven sin esperanza Efe. 2, 12). Es cierto que la propuesta cristiana ha sobrevivido a todas las persecuciones y bajo los distintos regímenes, porque su mensaje va más allá de este mundo. Caen los imperios, fracasan las economías, se disuelven los matrimonios, se extinguen los partidos, pero el mensaje cristiano permanece en su esencia, transformando vidas, fortaleciendo familias y cultivando la alegría de que lo mejor siempre está por venir.

Ahora bien, la esperanza cristiana no es una utopía, no es una ilusión, no es un sueño… es la fuerza que transforma el corazón y hace que, pese a las circunstancias presentes, siempre se encuentre un cómo para salir adelante. Para nadie es un secreto que nuestro País está viviendo momentos difíciles, pero recordemos que Jesús venció las tentaciones, estando en el desierto y que Adán y Eva pecaron, teniéndolo todo en el paraíso. Debemos estar a la altura de los tiempos que estamos viviendo, para no ser simples espectadores de las realidades que estamos enfrentando, sino actores que expresemos nuestras preocupaciones y sentires, sin temores.

Desde la fe, alimentamos la esperanza de un país en paz, como fruto de la justicia. Alimentamos la esperanza de poder sanar las heridas abiertas que aún subsisten en los corazones de tantas víctimas de la violencia fratricida que hemos padecido y tristemente nos ha impedido un mayor progreso social. Pero para ello es necesario que no permitamos que nadie envenene nuestro corazón, como dice la canción colombiana: “Soñando con el abuelo”, de Javier Piedrahíta: “Hay que sacar del alma, al que siembra maleza”. Sabemos que es fácil sembrar odio, división, envidia, resentimiento, pero cuesta mucho sanar los corazones. Soy un enamorado de Colombia, de su gente, su trabajo abnegado, su creatividad e inteligencia, sé que podemos tener un país cada día mejor, pero para eso cada uno debe dar lo mejor de sí, y esto comienza si mantenemos vivas las ilusiones y los sueños. No hemos nacido en el país equivocado como para tener que irnos, estamos donde se nos necesita, aquí podemos florecer y brindar el mejor olor que inspire los pensamientos y los sentimientos de quienes salen a nuestro encuentro en cada momento del día.

Mientras haya esperanza hay vida, mientras estemos vivos el mundo puede ser mejor, porque estamos obligados a transformarlo para bien. Trabajemos por mantener el ánimo, los sueños, las ilusiones expresando lo que sentimos sin temores, porque ¡Colombia es sagrada y lo sagrado se respeta, se ama, se cuida, y se defiende! Sueño que se hará realidad porque aún encontramos ciudadanos honrados y trabajadores que creen en las instituciones justas, sin corrupción, y sin demagogia, donde siempre se busca servir, sin mirar condiciones sociales o tendencias políticas.

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