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Semana
16 de diciembre de 1996

En esta cultura del subdesarrollo en la cual, para desgracia nuestra, estamos sumergidos hasta el cuello, basta enunciar propósitos para contabilizarlos como realidades. Se gobierna con palabras. Por su vocación y formación de político profesional, el presidente Samper es muy dado a cultivar tales euforias verbales. Hace algunos días, en un acto protocolario, anun-ció que de ahora en adelante los cargos del servicio exterior serían ocupados exclusiva o primordialmente por funcionarios de la carrera diplomática. Parece una buena cosa, pero mucho me temo que sean ilusiones. Alegrías de tísico, como dicen por ahí. Pues, en el mejor de los casos, avanzamos, en ese campo, hacia una burocracia corporativa como la que existe en otras instituciones del Estado, y no hacia una real profesionalización de la diplomacia. Todos cuantos hemos pasado por una embajada sabemos que es así.En primer lugar, no hay indicio real de que se haya concluido con el sistema de pagar con cargos diplomáticos los favores políticos. Me sobran los ejemplos. En Roma, Colombia tiene tres embajadas. Y una de ellas, la de la FAO _ independientemente de las indudables calidades personales del amigo que la ocupa_ es una embajada que está de sobra. En la mayoría de los países latinoamericanos, el embajador ante el Quirinal es también embajador ante la FAO. Iván Marulanda, quien ocupó este cargo, tuvo la honestidad, al retirarse, de señalárselo así al presidente Samper en un excelente informe. De nada sirvió. No se clausura algo que puede ser una cuota política. Y allí permanece aún esta misión flamante, costosa y tan solitaria, que cuando uno golpea a su puerta la voz sorprendida de una secretaria pregunta al otro lado: ¿Quién es?. Es como golpear en la puerta de una pensión de Tunja a la medianoche.¿Tiene usted un funcionario joven, dinámico, ejemplar, al tanto de todo, gracias a cuyas gestiones logramos, en Italia, que no fuera excluida la industria atunera de los países andinos del sistema general de preferencias? Pues un día, esa ciega máquina de nombramientos y remociones, ajena a toda evaluación, que es , quizás a pesar suyo, la Cancillería, deja caer sobre él su cuchilla para nombrar en su reemplazo al hijo de un consejero de la Corte Constitucional. ¿Pequeña astucia política? Es lícito suponerlo. Y, casi simultáneamente, por razones menos cristianas, le envían a uno un adjunto de policía, que no se necesita: el famoso coronel Osorio. ¿Realmente con esto se está modernizando el servicio exterior? La duda es grande.Como principio, la carrera diplomática es inobjetable. Brasil, Chile, Argentina, Venezuela y en otro tiempo el Perú, han logrado con ella un personal diplomático de muy buen nivel. Pero éste no es todavía nuestro caso. Un funcionario de la categoría y la idoneidad de un Camilo Reyes, el viceministro, es la excepción y no la regla. San Carlos está muy lejos de ser Itamarati. Parece más bien una bolsa de empleos, donde los cargos que no se otorgan con criterio político, hoy se distribuyen entre funcionarios de la Cancillería, reciclados apresuradamente en el escalafón. Deben contarse con los dedos de la mano quienes acceden por concurso. Es esta otra forma de clientelismo, tal vez más grave que la otra por ser inamovible. De esta suerte, los funcionarios de carrera que llegan a nuestras misiones en el exterior son, por lo general, y según el caso, personas tan competentes o incompetentes como los otros, los de libre nombramiento y remoción. Difieren sólo en la intangibilidad que los ampara y en el fervor litúrgico que muestran por el conducto regular, o sea ese laberinto de trámites donde lo que no sea de rutina se ahoga. Si no tienen ese espíritu alerta de quienes se han formado en el sector privado, se convierten fatalmente en minuciosos amanuenses de la ineficiencia. Me sorprendía a veces advertir que algunos, pese a ser funcionarios de carrera, sólo hablaban nuestro parsimonioso castellano de las alturas andinas. Por tal motivo, en cualquier capital europea que no fuera Madrid, eran siempre convidados de piedra, casi minusválidos. Los más vivos de este andamiaje ni siquiera respetan los peldaños del escalafón. Suben a altos cargos en el ascensor de la intriga y de la adulación. Envanecidos, cambian el pandeyuca por el caviar y acaban viviendo por encima de sus recursos, para desesperación de sus banqueros. Me ha tocado verlos y a veces sufrirlos . Quizás esto cambie algún día. Probablemente hay, dentro de los estudios previstos por la Cancillería, hombres y mujeres formándose en una mejor escuela, pero no son todavía sus méritos los que prevalecen, sino favores y palancas. La irónica observación del ex presidente López Michelsen tiene todavía vigencia: al servicio exterior se va por servicios prestados y no para prestar servicios. Y esto, pese a embajadores tan activos y eficientes como la propia María Emma, una Noemí Sanín o una Gloria Pachón, no ha cambiado. Si, por desgracia, y para volver al anuncio presidencial, de ahora en adelante... seguiremos en las mismas.

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