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De aquí a Miami

Se confirmaría la tendencia de Santos a coincidir con aquel gobernante español de quien se decía que solo acertaba cuando rectificaba.

Antonio Caballero, Antonio Caballero
21 de septiembre de 2013

El nuevo ministro de Minas y Energía, Amylkar Acosta, dice que ve su nombramiento como la oportunidad de servirle a su olvidada región de origen, La Guajira, y que no llega al gabinete “por la vía de la apostasía”, sino para defender puntos de vista “distintos” de los del presidente: los mismos que, supongo, ha venido exponiendo sobre temas económicos en su columna habitual de El Nuevo Siglo.

Se me ocurren tres cosas.

Lo primero es esto de la apostasía. Yo he venido siguiendo desde hace tiempo esas columnas, y suelen estar en absoluto desacuerdo con las políticas neoliberales propuestas por este gobierno y sus antecesores en materia de minas y energía. Si el ministro no va a apostatar de sus ideas, tendrá el gobierno que cambiar sus políticas, confirmando la tendencia de Juan Manuel Santos a coincidir con aquel gobernante español de quien se decía que solo acertaba cuando rectificaba. Pero vamos a ver quién gana al pulso entre el bien instalado ministro de Hacienda Mauricio Cárdenas y el recién llegado ministro Acosta.

Lo segundo, ya que menciono al presidente, se refiere a su seriedad. Si la presencia en el gabinete de Acosta y, en Justicia, de Alfonso Gómez Méndez, no se debe a un afán de rectificación necesaria de su política ¿se debe acaso, como soltó al desgaire Santos, a que son “cuota” de los afrodescendientes? Sería grotesco. Y habría que mirar entonces si se cumplen a cabalidad las cuotas debidas a los indios, a las mujeres, a la comunidad LGBTI, a los samperistas, a los amigos del presidente, en este frívolo gobierno.

En tercer lugar, lo de las regiones olvidadas (suponiendo que no sea esto también un problema de cuotas). La Guajira de donde viene Amylkar Acosta. Sí: secularmente olvidada, como dice la frase hecha. O, como se descubre también en estos días por el oportunismo de la noticia, lo son también San Andrés y Providencia, o ayer el Catatumbo, y mañana la Amazonia. Pero venga usted, lector del Vichada o del Chocó, a ver cómo es la cosa aquí en Bogotá, donde vive, donde delinque, la cuarta parte de la población del país (venida, por lo demás, del Vichada o del Chocó, de Antioquia y de los Santanderes, del Cauca, de Risaralda, etcétera).

Todas las regiones de Colombia son regiones olvidadas, empezando por Bogotá. Olvidadas, y explotadas y empobrecidas, no solo por el llamado –de nuevo la frase hecha– centralismo bogotano, sino, también para empezar, por sus propios representantes y gobernantes: por los paisas en Antioquia, por los samarios en el Magdalena, por los chocoanos en el Chocó. 

¿Quién se roba la Licorera de Caldas? Los políticos caldenses. ¿Quién se enriquece con los contratos en Bogotá? Los políticos de Bogotá: los concejales, los alcaldes. Y vayan ustedes sumando regiones y departamentos. 

Lo del centralismo bogotano que empobrece a las regiones olvidadas es un mito. Me puse a revisar el lugar de origen de todos los presidentes de Colombia (porque me llamó la atención una frase de periódico según la cual César Gaviria había sido el primero venido de la provincia), y encontré que solo 17 de 60 han sido de Bogotá, y que los ha habido nativos de lugares tan remotos como el Cocuy en Boyacá, Corinto en el Cauca, Nóvita en el Chocó, Chitagá en Norte de Santander, Yarumal en Antioquia. Para no mencionar a Caracas, donde nació Bolívar.

Y cada cual, cada uno de esos políticos nacidos en Fómeque o en Buga, en Popayán o en Guasca, y que sale elegido a un cargo público por La Guajira o por el Putumayo, por Boyacá o por Sucre, por Cundinamarca o por el Huila, y que delinque en su respectivo municipio o departamento, o desde el Congreso, o desde el gobierno central, o desde las altas Cortes, dedica el fruto de su delito a la compra de un condominio en Miami. 

Pues no es en Bogotá –basta con verla– donde terminan las riquezas extorsionadas a las regiones olvidadas y explotadas por el tan denostado centralismo. Es en Miami: “La capital de América Latina”, como la definió certeramente el cantante Enrique Iglesias. Miami, en cuyos centros comerciales se cruzan los exgobernadores de Bolívar con los excontralores de Santander y los exrepresentantes por Risaralda con los expersoneros de Neiva o de Medellín, y todos ellos con los testigos protegidos de la DEA venidos de todos los rincones de Colombia. Miami, que por eso es una ciudad próspera. 

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