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De cómo prostituimos la bandera

Darío Alvarez, recién llegado de Canadá, expresa su sorpresa con el uso y el abuso de la bandera colombiana.

Semana
8 de agosto de 2004

Comparto con mis coterráneos el patriotismo que nos conlleva a la expresión de apoyo a este país que amamos, que sufrimos, que le damos todo el ánimo para que nos podamos sentir optimistas de su futuro, de creer en Colombia y de sentirnos orgullosos, aquí y alrededor del mundo, de todo lo bueno que nuestra bandera representa.

No obstante, existen límites naturales o de simple sentido común en el uso de un símbolo nacional para enfatizar y demostrar el afecto que le tenemos. Por lo tanto, para usar un adagio popular, entre menos vacas más leche. En otras palabras, entre menos usemos los símbolos patrios más los respetamos. O si los vamos a usar con alguna abundancia, al menos tengamos conciencia de usarlos con cierta dignidad y en forma más o menos apropiada, ya que lo que está sucediendo con la bandera es simplemente su burda y grotesca prostitución.

De mi época de niño, conservo el recuerdo de cómo la gente izaba el tricolor el 20 de julio y el 7 de agosto. No quiero decir con esto que en materia de abuso del símbolo patrio todo tiempo pasado fue mejor, pues recuerdo también cómo muchos mataban dos pájaros con un solo tiro al colocar la bandera en forma de corbatín como galardón de apoyo al inquilino de la época en la Casa de Nariño. No obstante, pese a dichos abusos existían límites. Pero las cosas fueron decayendo paulatinamente. Primero fueron las pulseritas artesanales (muy lindas por cierto) que causaron furor y abrieron las puertas del burdel en el cual nos encontramos.

En un rápido pero relajado septimazo dominical por la ciclo vía desde la calle 55 hasta la plaza de Bolívar tuve el desagrado de ser testigo de muchos de estos usos indebidos a nuestra bandera nacional. Claro está, unos más espeluznantes que otros pero espeluznantes en todo caso. A continuación traigo a colación varios ejemplos.

El primer uso indebido que presencié es ya es tan popular que tal vez ni nos damos cuenta. De hecho no muy distinto al uso de la ya mencionada pulserita artesanal. Era una joven caminando su perro labrador. Ella llevaba en su muñeca izquierda un reloj en donde la bandera se utilizaba en forma binaria. Como correa y como caja del reloj. Como correa, la bandera nacional no solo era destrozada por al menos cinco huecos en su franja azul sino que en uno de ellos era penetrada por un broche gordo de cabeza torcida que garantizaba que el artefacto se mantuviera en su lugar. En la segunda, como caja de funcionamiento del reloj era donde se divisaba la hora. Me pregunto, ¿qué diablos significarán los colores patrios para determinar el tiempo? Tal vez el amarillo como hora de trabajar y hacer platica, supongo, representando la riqueza. El azul, hora más relajada para pensar en el ocio a través de nuestros amplios mares. El rojo, se los dejo que ustedes mismos para su propia interpretación.

Durante el siguiente caso la cuestión se ponía mucho más seria. Ya no era un simple uso inapropiado de la bandera que pasa inadvertidamente sino todo lo contrario. Era imposible ignorar el abuso que se le cometía al tricolor nacional.

En este episodio la bandera era prostituida mientras yo hacía un descanso para degustar un fresco jugo tropical. Ahí fue cuando tuve la desgracia de percibir cómo repentinamente un individuo cincuentón, con fuerte tufo causado por los agasajos de la noche anterior, se colocaba a mi lado y me inhabilitaba la posibilidad de escapar a ser testigo de su aprovechamiento del símbolo patrio que vestía en forma de camiseta tallada a su voluminoso tronco.

Geográficamente dicho sujeto se podría describir como achatado en los polos y seriamente abultado en la región umbilical. Situación que aumentó drásticamente cuando el sujeto agarro su malta y colocó pico de botella en boca arqueando su espalda para facilitar el flujo de la bebida hacia sus adentros.

Dicho suceso atrofió seriamente las correctas dimensiones de nuestra bandera, pues el amarillo dejó de ser dos veces el doble del ancho de los otros dos colores por la masiva expansión de su panza que quedaba mirando fijamente hacia Monserrate.

Luego de semejante suceso, decidí retomar mi rumbo sur hacia la Plaza de Bolívar, y a través del trote traté de olvidar lo vivido como quien se despierta de una profunda pesadilla. Sin embargo parece que mi suerte estaba echada, pues fui nuevamente bombardeado por usos exageradamente inapropiados de nuestra querida bandera nacional. Entre estos se destacan varios perros cobijados con el tricolor y un payaso con megáfono en mano, cubierto de pies a cabeza con el amarillo, azul y el rojo, que orgullosamente tentaba a los deportistas a que pararan su actividad para que degustaran la variada carta ofrecida por su empleador.

Ya camino a casa decidí hacer un pequeño desvío para entrar a un supermercado perteneciente a una de las cadenas más importantes del país. Cuál sería mi sorpresa al encontrarme que para esta compañía la celebración de las fechas patrias significaba comercializar el patriotismo popular a través de la venta de mochilas, toallas, manteles, placas de carro, cometas, guantes, bufandas, pasamontañas, ponchos, limpiones de cocina, y delantales, entre otros productos con la bandera nacional. Sin embargo quedé mudo cuando observé que además este importante supermercado ofrecía a sus clientes la posibilidad de comprar el tricolor en forma de tapete de bienvenida para limpiarse los pies.

Después de ser testigo de tan horrenda violación a nuestra querida bandera al igual que al sentido común, pensé que sería imposible sobrepasar dicha infracción. Sin embargo nuevamente estuve equivocado. Este último ejemplo sin lugar a dudas representa la orgía total sobre nuestra bandera nacional. Pero me pregunto ¿Qué palabras uso para expresar mi rechazo, mi inconformidad, y mi tristeza a que uno de los símbolos que más quiero sea reducido a reposador de flatulentos y sudorosos traseros degustando el paisaje capitalino en paseo dominical? Simplemente quedé estupefacto, atónito, incrédulo por lo que estaba presenciando. No lo podía creer. La bandera había sido abusada a tal nivel que era utilizada para la venta de forros espumados de sillín de bicicleta.

¿Será que tanto el vendedor como el comprador de tal producto no tendrán una mejor forma de representar su amor por esta tierra que a través de la compra-venta de un sillín?

El patriotismo no se demuestra vistiendo la bandera. El patriotismo se lleva en el corazón y se demuestra, aquí y alrededor del mundo acatando simples normas cívicas como no botando papeles a la calle, respetando las filas, obedeciendo las normas de tránsito, haciendo críticas constructivas y especialmente tomando responsabilidad de los actos, en donde por nuestro propio egoísmo, usurpamos los derechos de los demás.

*Darío es consultor de comunicación estratégica y acaba de regresar de vivir en Canadá por lo cual aún se sorprende con estas cosas.

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