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De los conciertos en los estadios

Los estadios en Colombia en cambio, y con la excepción del nuevo estadio del Deportivo Cali, son públicos, es decir, involucran recursos de todos, pagados por los impuestos de todos, y por ende, con su deterioro todos pierden.

Semana
25 de enero de 2012

Colombia no deja de sorprender. En esta nación del Sagrado Corazón, en la que la gente que administra “cultura” tiene casi que entre su nomina a un chamán para evitar que llueva, se abre paso ahora un perverso proyecto de ley, por el cual se pretende obligar a que los escenarios deportivos vuelvan, como en épocas pasadas, a ser prestados para la realización de espectáculos, de toda índole, que nada tienen que ver con la función para la que fueron concebidos.

Con esto se va al traste el trabajo que durante años han hecho algunas alcaldías, y que ha conllevado que medios internacionales inclusive, contemplen con admiración el buen trabajo de mantenimiento de los escenarios deportivos en Colombia.

Argumentos para sustentar el proyecto, miles. El país lleva años viendo cómo sus empresarios de espectáculos, aún con los problemas de dicción que padece la mayoría de ellos, han querido, y en muchos casos logrado, hacer entender que la prohibición vigente priva al público de la presencia de grandes espectáculos musicales, limita la libertad de hacer negocios, y rezaga al país frente a otros, como Argentina, Estados Unidos o Europa, donde los estadios se destinan casi para cualquier cosa.

Pero en el tema vale la pena ir por partes. El argumento más manido tiene que ver con el hecho de que en Argentina el estadio de River Plate (y en Europa el Bernabéu, y un largo etcétera) son prestados para conciertos multitudinarios, razón por la que, como los supercosmopolitas que ahora pretendemos ser, resulta un “oso” monumental que no pase lo mismo con El Campín, por ejemplo.

Se pasa por alto, sin embargo, una diferencia fundamental. En la mayoría de aquellos países, cosa que obviamente no se menciona, los estadios son privados. River Plate, por seguir con el ejemplo, construyó su estadio, lo mantiene, paga los destrozos, asume las consecuencias de exponer la salud de sus jugadores al ponerlos a jugar en un chiquero, y por ende, puede destinarlo a lo que se le dé la gana.

Los estadios en Colombia en cambio, y con la excepción del nuevo estadio del Deportivo Cali, son públicos, es decir, involucran recursos de todos, pagados por los impuestos de todos, y por ende, con su deterioro todos pierden.

Aunque se hable de la existencia de pólizas de seguros, los daños a la gramilla, por ejemplo y tal como se demostró hacia la saciedad en épocas más cosmopolitas, conllevan un trabajo de semanas e incluso meses para volver a su estado inicial, lo cual no se compra con dinero.

Se habla también de que existen los mecanismos para preservar las canchas de los daños, ante lo cual habría que preguntarle a los indignados empresarios: ¿por qué nunca los utilizaron cuando se les prestaban los estadios? Claramente no hay respuesta. Como buenos colombianos que son, no pasa por sus cabezas la mas remota posibilidad de reducir su ganancia con protecciones adicionales, máxime cuando tienen la certeza de que en esta tierra generosa, el Estado pagará de todos modos.

Para la muestra un botón, el Pascual Guerrero de Cali. Uno de los estadios mas modernos –y bonitos- del país. En el cual se invirtieron años de trabajo, y millones, no de pesos sino de dólares, para quedar a punto para el mundial Sub-20. Poco después de la terminación de este, fue prestado para un concierto de salsa. Las imágenes posteriores daban ganas de llorar. Por ningún lado aparecía el responsabilísimo y muy consciente empresario que muestran ahora las secciones de farándula de los noticieros hablando del tema.

Otro argumento, increíblemente vertido por la Ministra de Cultura, cae en el facilismo de afirmar que así como los equipos de fútbol, por su condición de entes privados, tienen derecho a usar el estadio, así también cualquier otro privado puede hacer lo propio. Olvida la ministra que cada cosa en la vida tiene su destinación, y la de los estadios, al menos en Colombia, es la de ser escenarios deportivos.

Si bien es legítimo que un ente privado que ejerza esta función lo use, no se colige de ahí, como se pretende con tan peregrino argumento, que se pueda extender tal legitimidad a cualquiera para cualquier cosa. Si no, que monten un cabaret. Varios empresarios privados de la diversión nocturna deben estar interesadísimos en dejar el Barrio Santa Fe.

Por último, la libertad de hacer negocios. En este país se vienen haciendo conciertos hace años, de grandes artistas, con precios prohibitivos, y sin impedimentos, más allá de la elemental limitación a su realización en los escenarios adecuados, en los que no se cause un detrimento patrimonial. Si hay artistas que solo pueden tocar en el estadio, buena suerte para ellos. Después de todo, y como comentaba literalmente un conocido hace poco: La gente está convencida de que al día siguiente de que se implemente la ley, van a venir los Stones, Paul MacCartney, Phil Collins, U2 y bandas de esa convocatoria. Les van a romper el corazón, porque lo que quieren es hacer su función mensual de vallenato y reguetón, pero en el estadio.




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