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De lo folclórico a lo fallido

Murcia Guzmán no es más que una de esas rarezas tropicales de nuestros países. Un avivato que no tenía nada que perder y le vendió el alma al dinero fácil.

Semana
15 de diciembre de 2008

Hace unas cuantas semanas, mientras saltaba de canal en canal, me tropecé con la transmisión de los Grammy Latinos. Me quedé observando el programa —aún no me explico bien por qué— y a medida que aparecía en la pantalla una fauna integrada por mariachis, luminarias del tropipop, reggaetoneros y leyendas de la balada, pensé en lo extraños que somos los latinoamericanos. Pensé en la identidad que hemos construido y en la imagen que nos gusta proyectar: que somos desastrosos, pero que somos felices. Que mientras el mundo se cae, los latinos sólo queremos bailar, cantar y gozar.

Unos días después —mientras la idea me seguía rondando la cabeza— presencié, asombrado, otro show. Esta vez fue uno bastante más espeluznante: el derrumbe de las pirámides, la caída de DMG y su propietario, y la ruina que se ha desatado desde entonces. Presenciar esta debacle me entristeció, pero también ratificó las inquietantes sospechas que se habían despertado en mí mientras veía los Grammy Latinos. Que Colombia —como el resto de sus vecinos— es un país poco serio. Y no es que crea que el caso de DMG sea más grave que la guerra, el narcotráfico y la corrupción. O que mi ignorancia me haga pensar que este es el episodio más terrible en la cadena de desgracias que llamamos historia nacional. No: sólo creo que este nuevo caso es tan delirante y retorcido que ha llegado el momento de suponer que Colombia no es sólo un país folclórico, sino un país fallido.

Desde la primera vez que vi las monumentales filas de clientes de DMG frente a su cede en la Autopista Norte de Bogotá, me pareció que algo olía mal. Entonces todo el mundo suponía que había algo turbio pero que las autoridades estaban investigando a fondo para encontrar pruebas en contra de la empresa. Lo que resultó ser una gran mentira: el auge del negocio no sólo se dio a costa de la ineficacia de las autoridades, sino en complicidad con ellas. Y que éstas sólo decidieron actuar cuando el problema se les había salido de las manos.

Pero —a pesar de todas las evidencias en su contra— la gente insistió en entregarle su dinero a David Murcia Guzmán. Siempre se vendió la idea de que era una especie de iluminado o de gran santo de nimbo dorado que había encontrado una receta mágica para hacerse archimillonario y darle dinero al pueblo. Que su secreto era una compleja fórmula que lograba multiplicar el dinero ad infinitum. Desde luego este fue otro error. Murcia Guzmán no es más que una de esas rarezas tropicales que sólo se dan en nuestros países. Un avivato de tercera categoría que no tenía nada que perder y le vendió el alma al dinero fácil. Y que cayó por culpa de su ambición desmedida.

Otra de las cosas que sigo sin entender es por qué siguen llamando “pobres incautos” a quienes perdieron el dinero en DMG. Creo que la gente sabía lo que hacía y, en un ataque de irresponsabilidad, se lanzó. Y era imposible que todo esto terminara en un ritual incruento.

La otra gran mentira es que sólo la gente pobre e ignorante estaba invirtiendo en las pirámides. Con el tiempo han comenzado a salir al aire los casos de ricos que se beneficiaron. Y no sólo eso: personas como Daniel Ángel de clase acomodada, le ayudaron a Murcia Guzmán a que se infiltrara en lo más profundo de las altas esferas y sirvieron de gozne entre DMG y la élite colombiana. Lo que me parece abominable. No es posible que la gente más educada, rica y con oportunidades termine ayudando a los pícaros que desangran a Colombia.

Creo que mientras Murcia Guzmán se hizo delincuente porque fue la única oportunidad que le dio la vida, Ángel lo hizo a pesar de que la vida le dio todas las oportunidades. Esto puede sonar clasista: pero no es posible que la gente como Ángel —o en su época Fernando Botero Zea— tenga una ambición sin límites y que se deje deslumbrar de esa manera y sin ninguna responsabilidad por las montañas de dinero fácil.

No es sencillo dar una respuesta a qué fue lo que pasó. Si acaso se puede decir que aunque todo este asunto tiene que ver con la descomposición social, la corrupción y las limitaciones económicas de nuestro país, es, sobre todo, un problema ético de raíz. Un problema que tiene que ver con la misma naturaleza de muchos colombianos a los que no les importa nada más que obtener lo que quieren sin evaluar las consecuencias.

Creo que DMG le puso una prueba moral a Colombia. Y el país, sencillamente, la perdió.



*Felipe Restrepo es editor y periodista colombiano.