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De Íngrid a Mandela, analogía chambona

Este tipo de comparación, que ahorra la fatiga de la descripción e ignora el sentido de las proporciones, ya es tradición en este lado del mundo: Bogotá se ha definido como “la Atenas sudamericana” y Juanes es el “John Lennon Colombiano”.

Semana
17 de julio de 2008

Entre los artículos sobre Íngrid Betancourt que se publicaron la semana pasada, uno de los más conspicuos decía: “Su nueva actitud y sus seis años de martirio, aunque las circunstancias no son totalmente comparables, la hacen ver ante los ojos de algunos como una especie de Mandela latinoamericana.” En primer lugar, me impresionó el desenfado con respecto a las fuentes. Esos “algunos” de quienes habla el artículo y ante cuyos ojos Betancourt se parece a Mandela, ¿quiénes y cuántos son? ¿El periodista y su familia? ¿unas amigas? ¿un pajarito?

En segundo lugar, la comparación me pareció traída de los cabellos. De modo que Betancourt es Mandela, sólo que no es surafricana sino suramericana (y francesa) y sólo que no vivió en un estado de apartheid, que no fue prisionera del Estado durante 27 años, que no participó en la resistencia armada a un establecimiento injusto y que no fue el primer presidente de su país elegido democráticamente. No es que las circunstancias no sean “totalmente comparables”, como dice el artículo; es que no tienen apenas nada en común.

Este tipo de analogía, que ahorra la fatiga de la descripción e ignora el sentido de las proporciones, ya es tradición en este lado del mundo: Bogotá se ha definido como “la Atenas sudamericana”. Juanes es el “John Lennon Colombiano”. Los manatíes, para Cristóbal Colón, eran las mismas sirenas homéricas sólo que “no son tan hermosas como las pintan” y que no vivían en el Mediterráneo sino en el Caribe (o sea, cerca de las costas de Japón).

Un efecto negativo que tienen estas comparaciones es que, para ser más consecuente con las evidencias, el lector puede preferir entenderlas como contrastes. Al leer que las sirenas de la épica son los manatíes de la realidad, se siente defraudado por la realidad y sus mamíferos. Al oír que Bogotá es la Atenas sudamericana, siente que Suramérica es tan escuálida que, allí donde el mundo antiguo tuvo a Atenas, ella no puede tener más que a Bogotá. Y así con los otros ejemplos.

Quizás se aliviaría un poco nuestra sensación de desventaja tercermundista si no pensáramos en las nacionalidades como en categorías que necesitan traducirse entre sí. Pues el Mandela de Latinoamérica no es otro que Nelson Mandela, el surafricano, y Atenas, la de Grecia, es de Suramérica también. Por otra parte, En África, Betancourt no se convierte en Mandela sino que sigue siendo ella misma, sigue siendo colombiana (y francesa) y conserva sus méritos sin adquirir otros ajenos en virtud de la transferencia.

Otro efecto que pueden tener las analogías chambonas es el de inspirar más de las mismas. Al leer que Íngrid Betancourt es una especie de Mandela, al lector pueden darle ganas de decir también, por ejemplo, que es una especie de John McCain. Ambos son candidatos presidenciales, ambos fueron torturados durante seis años por la guerrilla y ambos están ganando votos por haber soportado su tormento con entereza. Sería una comparación llena de imprecisiones, como la que el artículo hace con Mandela, sólo que no sería tan favorable.


 
* Carolina Sanín es novelista. Tiene un PhD en literatura de la Universidad de Yale y enseña en una universidad de Estados Unidos.

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