Home

Opinión

Artículo

De Junguitos y de Hommes

Junguito es la mejor carta sicológica. Tiene la mayor confiabilidad para las calificadoras de riesgo y la habilidad para tramitar el apretón

Semana
6 de junio de 2002

El drama de la globalizaciOn consiste en que cambiamos una buena teoría económica por una mala teoría sicológica.

Antes, cuando un país entraba en recesión, el gobierno aumentaba el gasto, bajaba los impuestos, soltaba liquidez o devaluaba para empujar el mercado interno o exportador. Con sus matices y sus variantes, este remedio "keynesiano" funcionó muchas veces y en muchas partes —aunque, claro, el remedio se prestaba a torceduras y abusos populistas—.

Pero la idea básica de Keynes sigue siendo acertada. O por lo menos, ningún economista serio negará que recortar el gasto en medio de una recesión agrava el mal: bajan las ventas, baja la inversión y, paradójicamente, baja el ingreso del fisco.

Por eso, llegada y pasada la revolución neoliberal, los países ricos siguen siendo keynesianos. Para no ir muy lejos y hace pocos meses, el ortodoxo Bush aplicó una rebaja de impuestos y el ortodoxo Greenspan bajó las tasas de interés para parar la recesión en ciernes.

Pero la globalización significa que no todos los países pueden usar remedios keynesianos. No pueden, porque si aumentan gastos o reducen impuestos —es decir, si crean déficit fiscal— los inversionistas se asustan y sacan su dinero. Lo mismo pasa si el gobierno amaga con devaluar o si reduce la tasa de interés: el capital se va para otra parte.

Y es aquí donde entra la sicología. Mientras menos creíble sea el país —es decir, mientras más pobre y envainado esté— más tiene que alejarse de remedios keynesianos, más tiene que ahondar su recesión para no asustar a los inversionistas. Con un detalle letal: que la recesión asusta a los inversionistas cuando caen en cuenta de que un país parado acaba en la insolvencia. Y entonces viene el crescendo de apretones más duros pero menos convincentes, de intereses más altos y plazos más cortos, hasta llegar a las crisis que sabemos.

La mala sicología consiste en pretender que a uno le creen por lo que hace y no por lo que es, por los centavos y no por los pesos, por lo que gira y no por lo que tiene.

Y por eso hay dos clases de países en nuestra aldea global: los creíbles y los no creíbles, los que viven con lo que tienen y los que viven de lo que no tienen, los keynesianos y los autorrecesivos, los que usan la buena teoría económica y los que se embarcaron en una mala teoría sicológica.

Colombia, es un pesar, se embarcó en esas. Lo hizo por una especie de keynesianismo tardío y al debe, un duplicar el tamaño del Estado en el momento mismo en que se desmontaba el sistema que hizo posible a Keynes. Fue el rarísimo saldo de Gaviria.

Por eso entre Junguito I y Junguito II la diferencia es Hommes. Cuando se hizo el ajuste hace 20 años, el Estado era pequeño y había control de cambios. Gaviria agigantó el Estado y liberó el flujo de capitales, de suerte que ahora el lío es mayor y falta la herramienta decisiva.

En materia de reactivación, no es pues mucho sino poco lo que puede esperarse del gobierno que viene: Junguito no tiene la vocación y no anda tras la ocasión de ensayar keynesianismos.

En cambio sí es la mejor carta posible para seguir jugando a la sicología. Tiene la mayor confiabilidad para las calificadoras de riesgo y la mayor habilidad para que el Congreso tramite el apretón.

Es el mejor Ministro posible para un país que se metió por el camino que no era. Un Ministro que, para bien y para mal, no intentará a estas horas dar el brinco al camino que sí era.

Queda por ver si el camino equivocado nos saca a alguna parte. Porque, además del legado de Hommes, Junguito II tiene tres gajes que Junguito I no tenía:

—Que ahora el negocio no es con los bancos ni con el FMI, sino con los inversionistas anónimos de los fondos.

—Que lo grave de una deuda no es la deuda sino la capacidad de pago. En el 82 estaban el café y el petróleo como motores a punto de arrancar. Ahora nadie sabe de dónde pueda crecer la economía —menos aún si se ahonda el ajuste—.

—Que un país en guerra es más asustador aun para el inversionista. Así ahora le vengan con el cuento de que la guerra se va a escalar para acabar la guerra.

Noticias Destacadas