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De la libertad al miedo

El muro contradice lo que históricamente ha sido el motor de estados unidos: la inmigración en nombre de la libertad

Antonio Caballero
4 de noviembre de 2006

El Congreso de los Estados Unidos acaba de aprobar una ley que destina seis mil millones de dólares a la construcción de un muro de mil cien kilómetros de largo en la frontera con México. Es el muro del miedo. Se trata de impedir que sigan entrando inmigrantes, no sólo mexicanos sino de toda América Latina, de la América pobre, que están, piensan los legisladores norteamericanos (gente con apellidos ingleses, griegos, polacos, alemanes, japoneses), desequilibrando la identidad genuina y verdadera de su pueblo. Inmigrantes peligrosos. Es necesario detenerlos.

El gasto es colosal, aun en términos de los Estados Unidos. Es más de lo que se calcula que va a costar una obra de ingeniería igualmente ambiciosa, pero de sentido contrario, que es la ampliación de la capacidad del Canal de Panamá para revitalizar una de las arterias vitales del intercambio comercial entre los países: el muro pretende, al revés, estorbar y entorpecer ese intercambio. Es además un gasto bastante tonto: la barrera prevista no cubre sino un tercio de la larga raya fronteriza entre México y los Estados Unidos. Y es un gasto completamente inútil. La Gran Muralla china, que es la edificación más grande emprendida en toda la historia humana (y triplica en longitud el muro defensivo de los norteamericanos), no sirvió para contener las invasiones de los vecinos de la China.

Pero sobre todo es un gasto que contradice lo que históricamente ha sido el motor del desarrollo material y espiritual de los Estados Unidos: la inmigración libre. Más aun: la inmigración en nombre de la libertad.

Todas las naciones están hechas de inmigrantes, claro está. Ni siquiera la cerrada China, la China cercada por el colosal dragón de su muralla, pudo mantenerlos fuera. Pero en casi todas partes los inmigrantes han solido ser invasores llegados por la fuerza. También lo fueron en lo que es hoy el territorio de los Estados Unidos, en los primeros tiempos de la colonización europea, con los conquistadores españoles y los tempranos pobladores holandeses e ingleses, que a continuación llevaron además, y también por la fuerza, esclavos africanos. Pero desde muy pronto las colonias europeas de América del Norte, a la vez que exterminaban a los pueblos aborígenes, se convertían en tierra de asilo de perseguidos: desde los Padres Peregrinos del barquito 'Mayflower' que escapaban a las persecuciones religiosas de Inglaterra y Holanda en el siglo XVI hasta los balseros cubanos y los 'boat people' vietnamitas de finales del XX que huían de la represión política. Más los refugiados económicos, iguales a los inmigrantes mexicanos de hoy: los irlandeses, los italianos, los polacos, los griegos. En el puerto de Nueva York, puerta de entrada de la inmigración a los Estados Unidos, se alza una inmensa estatua llamada de la Libertad, que en su pedestal tiene grabados unos versos:

Give me your tired, your poor,

Your huddled masses yearning to breathe free…

(Dadme vuestras cansadas, pobres y agobiadas masas que ansían respirar libres...)

La Estatua de la Libertad no fue financiada por ningún gobierno. El Congreso norteamericano se limitó a autorizar su construcción en un islote baldío de la bahía de Nueva York. Su costo fue pagado por suscripción pública: en Francia para la escultura propiamente dicha, y en los Estados Unidos para el pedestal. En total, seiscientos mil dólares de la época: octubre de 1886. Hace exactamente 130 años.

El muro de la frontera mexicana, dije al principio, costará seis mil millones de dólares. No deja de ser curioso que el precio del miedo de hoy, sea diez mil veces superior al de la libertad de ayer.

(Hay que tener en cuenta la devaluación del dólar, claro).

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