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De aves y demonios

Colombia ocupa el primer lugar del mundo en diversidad de pájaros, y el avistamiento de aves es un renglón del turismo que hoy en día lleva a ornitólogos aficionados y profesionales a recorrer valles y montañas colombianas tras las plumas de colores insólitos que revolotean entre las ramas.

Ana María Ruiz Perea, Ana María Ruiz Perea
4 de febrero de 2019

No es gratuito que por estos días se celebre en Cali la 5ª versión de la Feria Mundial de Pájaros, el Valle del Cauca es paraíso, cuna y nicho de aves de todas las especies.

Eso lo sabe muy bien quien se ha adentrado en historias mucho menos lúdicas relacionadas con la observación de pájaros, de otros pájaros, de los pájaros de pésimo agüero. Bajo la égida de la llegada al poder de Laureano Gómez en 1953, nacieron en el centro del Valle del Cauca los ‘Pájaros’ conservadores, bandas organizadas de asesinos con la misión de exterminar a quienes pensaban diferente a ellos, los liberales. No se sabe si ellos mismos se autodenominaron así, o si fue la gente aterrorizada que los bautizó con ese nombre por la manera como llegaban, mataban y huían literalmente volando, sin dejar más rastro que el de la sangre de sus opositores políticos. Gustavo Álvarez Gardeazábal inmortalizó en su novela Cóndores no entierran todos los días, la vida y muerte del patrón de la bandada, León María Lozano, dirigente conservador de Tuluá.

Desde entonces, los pájaros no han dejado de sobrevolar el territorio nacional. En los años 80 se remozaron y arreciaron con idéntico vuelo perverso en contra de la izquierda, y en ese momento tocó llamarlos con otros nombres, a esas sombras de la muerte que deambulaban por calles y veredas exterminando militantes de la UP, de la Juco, del Partido Comunista, a periodistas y alcaldes, a líderes comunales, sociales, políticos, a candidatos presidenciales. Fuerzas oscuras. Mano negra. Y fueron expandiendo sus servicios hasta acribillar al hijo mismo de Laureano cuando se volvió demócrata. Fueron las ódenes del ojo visor del gran cóndor las que hacieron oscuras a esas fuerzas que siguieron recorriendo calles y veredas para asesinar y alzar vuelo.

No es raro entonces que después del proceso de Ralito en 2006 aparecieran unas tales águilas a las que el gobierno de entonces empaquetó con otras bandas bajo el eufemístico nombre de bacrim. Estos pájaros, tan poéticos ellos, se pusieron chapa de colores según la región en donde iban a señalar y a asesinar a los que, igual, habían venido matando desde la década anterior: profesores, estudiantes, periodistas, humoristas, líderes sociales, políticos, alcaldes. Los homosexuales, los marihuaneros, los de pelo largo. Águilas azules, Águilas doradas, Águilas negras, como finalmente terminó llamándose toda esa gente que señala y mata. O manda a matar, al fin y al cabo en este país se recluta una bandola en cualquier esquina para que ejecute a quien se le diga.

La expansión del negocio criminal, puesto al servicio de la misma fuerza oscura, de la misma mano negra que nos viene bañando en sangre desde hace décadas.  

Las Águilas de hoy señalan a la presa con panfletos, la declaran objetivo militar, le dicen hijueputa, le ponen plazo para largarse de la vereda, de la ciudad, del país. Y cumplen con su amenaza selectivamente, y sistemáticamente por sector, como el caso de los dirigentes de las Juntas de Acción Comunal, casi el 60 por ciento del total de líderes sociales asesinados en los últimos 3 años.

Lo dicen los líderes políticos amenazados esta semana, políticos y senadores de centro e izquierda, y lo ratificó el general Óscar Atehortúa comandante de la Policía Nacional: “No hay grupos de águilas negras”. En este momento de la historia del país, el pájaro negro se convirtió en cóndor que manda sobre la bandada señalando, y firmando en membretes fotocopiados las amenazas a todo el que no le gusta en las veredas, en las calles o en el Capitolio. No es un grupo armado, es una mano que determina el posible objetivo a donde otros disparan.

A estos pájaros nadie los ve, por más ornitólogos que recorran valles y montañas con sus lentes binoculares. ¿Qué culpa tienen los pájaros de que los asesinos usen el nombre de su especie para matar? Menos mal que, además de las águilas siniestras, también existen las 1540 especies más de pájaros colombianos volando entre los árboles, anidando, reproduciendo sus colores y plumajes desorbitados en este inmenso territorio. Mientras dejen avistarlas, el reino de la oscuridad y de la muerte no habrá vencido.

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