Home

Opinión

Artículo

¿De la monogamia a la poligamia?

Semana
3 de junio de 2006

Con ocasión del anuncio de retirar a Venezuela de la Comunidad Andina, y de las posteriores gestiones del gobierno colombiano por evitarlo, se presentó un nuevo cruce de calificativos entre los Presidentes de las dos naciones. Chávez sustentó tal decisión argumentando que Uribe pretendía la bigamia, al buscar permanecer en la Comunidad Andina y a la vez firmar un Tratado de Libre Comercio con Estados Unidos. A esto, el presidente Uribe ripostó diciendo que debido a que le interesaban las relaciones con todas las naciones del orbe, se le debía catalogar realmente como un polígamo.

Pero no caben, por equivocados, ni el adjetivo de monogámico que le endilga Chávez, ni el de poligámico que se atribuye Uribe. Porque lo cierto es que si algo caracterizó la política exterior de este primer cuatrienio uribista fue una marcada monogamia internacional en la que se sostuvieron relaciones exclusivas y excluyentes con Estados Unidos. Y esto tuvo lugar en desmedro de las relaciones con Latinoamérica y Europa, para no mencionar la invisibilidad de Asia y África en la agenda externa del país, ni la desaparición del tradicional liderazgo colombiano en escenarios multilaterales como la UNO, la OEA, los No Alineados, el Grupo de los 77, el Grupo de Río y el Grupo de los 15, entre otros. Por eso, aunque la respuesta de Uribe fue inteligente en términos discursivos, nada de poligamia se pudo apreciar en la política exterior de su primer mandato.

No obstante, en su discurso de celebración de su arrollador triunfo en las elecciones, el Presidente dejó entrever que podría adelantar ajustes en la política exterior que llevará a cabo su segunda administración. Sus palabras enfatizaron en la necesidad de unas relaciones más fluidas con Europa y Latinoamérica, y el Presidente reelecto se mostró inclinado a una diversificación de los intereses colombianos en materia internacional: “Al consolidar el TLC con Estados Unidos, también queremos avanzar para que el Tratado que firmamos y está perfeccionado entre la Comunidad Andina y Mercosur, una más a los pueblos andinos con todos los pueblos suramericanos. En los próximos días avanzaremos en las conversaciones formales con los países centroamericanos (…) Hace tres semanas (en la Cumbre de Viena) se reiteró la decisión de avanzar en ese proceso de integración con Europa, con todo el mundo (…) Necesitamos oportunidades para todos, es la razón de buscar nuestra integración con el mundo. Colombia, en la reflexión de sus dificultades, entiende que el camino es el de la integración, el camino es el de la hermandad, por eso nuestra política de relaciones internacionales seguirá por un camino: la hermandad con todos los pueblos, la eficacia y la prudencia. A todos los pueblos hermanos de América, a sus gobiernos, nuestro saludo fraterno. Con todos queremos una profunda unidad, a todos los necesitamos para que nos ayuden a que esta Patria salga adelante”.

Y esta ventana de esperanza por un nuevo direccionamiento de la política exterior en el segundo capítulo de la administración de Uribe es alentadora porque en la diplomacia se trata de sumar y multiplicar, y no de restar ni dividir. Porque esto último fue lo que resultó frecuente en los pasados cuatro años cuando en varias ocasiones hubo fricciones con Naciones Unidas y con gobiernos de naciones suramericanas, o como se puso de manifiesto con las dificultades que debió afrontar el mandatario colombiano en sus periplos por Europa.

Ha sido tradicional en la academia colombiana calificar la política exterior de los gobiernos nacionales como de Respice Polum o de Respice Similia, dependiendo de si se concentra en Estados Unidos (Mirar al Polo), o si definen como prioritarias las relaciones con las naciones vecinas (Mirar a los Semejantes). Pero lo cierto es que hoy ya sabemos que tales opciones no son dicotómicas, sino complementarias, y de ahí que hace algunos años Gabriel Silva señalara la necesidad de superar ese dilema histórico con la propuesta de que la política exterior contemporánea se debía dirigir por el principio del Respice Mundi (Mirar al Mundo).

Así, entonces, nadie con mediana sensatez podría descalificar la trascendencia de mantener unas relaciones estrechas con el hegemón mundial, pero siempre que ello no se adelante al costo de sacrificar y asfixiar las relaciones con otras regiones del mundo que son de importancia crucial para los intereses del país. El reto obvio que implica este llamado por una política exterior universalista es cómo hacer de la estrategia internacional una cobija tan amplia que nos cubra a la vez los pies y la cabeza de nuestros intereses con Estados Unidos, así como aquellos que tenemos con Latinoamérica, Europa y el resto del globo.

Una nueva política exterior abarcante, y no una asfixiante, es la consigna que parece leerse en las palabras de Uribe en la pasada noche del 28 de mayo. Pero en esta época de gabinetología y sonajeros ministeriales, cabe anotar que alcanzar ese propósito pasa necesariamente por la selección del Canciller adecuado. Propósito que se podría ver facilitado en razón de que Uribe no le debe su resonante triunfo a nadie diferente que a él mismo y, por ende, no se encuentra amarrado a ningún compromiso burocrático que le obligue a nombrar a tal o cual representante de este o aquel movimiento o partido.

El objetivo de una renovada política exterior diversificada y multilateralista se podría adelantar con un canciller de corte socialdemócrata que le sirva al Presidente en su objetivo de arreglar las hasta ahora pesadas cargas con Europa y América Latina, dos regiones actualmente inclinadas hacia los predios centro izquierdistas del espectro político. Un Ministro de Relaciones Exteriores de esas características sería útil para neutralizar la idea generalizada en el vecindario de que Uribe es la punta de lanza de los intereses del gobierno de Bush en la subregión. Además, un funcionario tal podría trabajar con eficiencia para desmontar la desconfianza que genera en el seno de la Unión Europea la política de seguridad democrática en materia de Derechos Humanos y sobre los efectos medioambientales de la estrategia antinarcóticos que se adelanta en la actualidad.

Por su parte, el sostenimiento del alto nivel de relaciones que se sostienen con Estados Unidos bien se podría garantizar delegando esa responsabilidad en el embajador Andrés Pastrana quien, además, cuenta en Washington con el apoyo de Luis Alberto Moreno. El objetivo de mantener y profundizar la alianza con la Casa Blanca puede ser perfectamente garantizado por esta pareja de funcionarios, quienes son, sin duda, los arquitectos de la fluida relación que ha mantenido el país con la potencia mundial durante los últimos ocho años. Así mismo, el vicepresidente Francisco Santos puede continuar con su tarea de representar directamente en el exterior el talante ideológico del Jefe del Estado. La combinación de un canciller socialdemócrata, un vicepresidente de centro derecha con responsabilidades diplomáticas y un ex presidente conservador como embajador en Washington puede constituir la fórmula que conduzca al éxito de la política exterior de la segunda administración de Uribe.

Por Leonardo Carvajal H. 
 (*) Profesor Titular de la Universidad Externado, M. Sc. de la Universidad de Oxford.

Noticias Destacadas