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De pies y manos

El que paga, manda. Y los gringos pagan. Mandan en los objetivos _que son los suyos, no los nuestros _ y mandan en las personas

Antonio Caballero
15 de febrero de 2004

Leo en esta revista una nota confidencial titulada 'Kerry y Colombia' que concluye diciendo con euforia que ''Colombia está bien parada con Kerry''. Me permito discrepar por completo de esa conclusión optimista. Porque se basa en dos elementos que, en mi opinión, han sido y siguen siendo nefastos para este infortunado país: el ex presidente Andrés Pastrana, y el

Plan Colombia diseñado por la administración de Bill Clinton y endurecido bajo la de George Bush.

El primer elemento es que, según informa esta revista, la ''mano derecha'' del precandidato John Kerry en su campaña para lograr la nominación presidencial del partido demócrata es Bob Shrum, quien por lo visto fue asesor de Andrés Pastrana en sus dos campañas presidenciales. En la del 94, cuando perdió frente a Samper, y en la del 98, cuando ganó frente a Serpa. Alguien que ha sido asesor de Pastrana en dos ocasiones no puede haberse formado una muy buena idea de los colombianos: debe de pensar que todos somos imbéciles. El segundo dato se refiere a otro de los consejeros del precandidato Kerry, Randy Beers, que fue, según dice la nota, ''uno de los principales defensores del Plan Colombia''.

¿Y significa eso que Colombia está ''bien parada'' con un hombre que tiene ciertas posibilidades de llegar a ser presidente de los Estados Unidos? Si es verdad, a mí me aterra. Lo único que me reconforta es que los 'Confidenciales' de SEMANA suelen ser rectificados casi siempre. Ojalá con éste pase lo mismo.

Lo de que sea nefasto para el país el que vaya a tener influencia sobre un (posible) presidente norteamericano un hombre como Shrum, que participó en la llegada al poder de Andrés Pastrana, no necesita explicaciones: basta con haber padecido los cuatro años de su inepto gobierno. Que sea nefasta la influencia de otro, Randy Beers, que defendió el Plan Colombia, sí requiere unas cuantas, pues, sigue habiendo mucha gente que cree honestamente, ingenuamente, que ese tal Plan es beneficioso para Colombia. Que, al ayudar al Estado colombiano a derrotar militarmente a la guerrilla, nos ayudará a lograr por fin la paz. Pero no es así: las consecuencias del Plan Colombia son fundamentalmente dos: una, la de agravar, expandir y ahondar la guerra interna; y la otra, la de entregar al Estado colombiano atado de pies y manos al capricho de los Estados Unidos. Más de lo que ya lo está. Hace siete u ocho años, cuando aquí gobernaba Samper, el entonces embajador norteamericano Myles Frechette nos advirtió: ''La soberanía ya no es lo que era''. Gracias al Plan Colombia, hoy es todavía menos. Debería llamarse 'Plan Imperio'.

Es un plan, en efecto, que no consulta los intereses de los colombianos ni los del país, sino los intereses de los gobiernos de los Estados Unidos. Por eso se presentó, y originalmente se diseñó, con el pretexto de combatir el tráfico de drogas, que sólo de rebote es un problema colombiano. Es un problema -o más bien, una herramienta política- del gobierno de los Estados Unidos desde hace cerca de 25 años: desde que lo crearon ellos mismos decidiendo e imponiendo la prohibición del consumo, del tráfico, de la producción. En fin: de esto ya he escrito mucho. Pero en lo que a Colombia se refiere, el dicho Plan obliga a las fuerzas locales -Ejército y Policía- a dedicar lo mejor de sus esfuerzos a combatir el tráfico, y no problemas más graves e inmediatos para Colombia y los colombianos, como son el secuestro o la inseguridad general. Y esos esfuerzos, de pasada, agravan el problema de la droga desde dos de sus extremos: el de los campesinos cocaleros, que no pueden vivir de ninguna otra cosa, y el de los narcos corruptores.

Y a la vez, puesto que se trata de un plan de ''ayuda'' (armas, dinero, entrenamiento) hace cada día más dependiente al Ejército y Policía colombianos de sus ''benefactores'' de Washington. Las municiones, los repuestos de los helicópteros, el adiestramiento para manejarlos: cosas obvias. Y además otras, menos evidentes en un principio, pero que al cabo de unos pocos meses han estallado en la cara de cualquiera que haya querido verlas: la destitución y muy pronto el nombramiento -de los jefes militares colombianos que no les gustan o no les convienen a los gringos-. Porque el que paga, manda. Y ellos pagan. Mandan en los objetivos -que son los suyos, no los nuestros-, y mandan también en las personas encargadas de lograr esos objetivos. Por eso, en su momento, el embajador Frechette acorraló a Samper. Y por eso mismo, ahora el actual embajador William Wood acaba de ordenar que los colombianos, por nuestra propia iniciativa, reelijamos a Uribe.

Esto va a terminar en alguna crucifixión de los que protestan. Como sucedía con los imperios de antes. Los clavaban a la cruz de pies y manos.