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De por qué extrañaré a Uribe

Si Uribe se va, y llega un presidente serio, no tendré de quién burlarme; no tendré de qué vivir. Sólo me queda la esperanza de que elijan a Juan Manuel Santos

Daniel Samper Ospina
27 de febrero de 2010

Déjenme compartir mi tristeza: estoy deprimido, estoy acabado. No me repongo de la caída del referendo. ¿Cómo van a ser mis días sin Uribe como Presidente? -me pregunto mientras retengo las lágrimas-: ¿quién, como él, me hará reír en momentos de amargura? ¿De quién podré burlarme en adelante?

Siempre he creído que en este mundo cruel uno debe agradecer cada sonrisa, y al presidente Uribe le debo varias. La de esta semana fue por su pelea con Chávez en la Cumbre de Río. Fue un episodio realmente memorable.

No puedo ser hipócrita: reconozco que si yo hubiera estado allá, y hubiera visto que los dos comenzaban a gritarse, habría hecho todo lo que estuviera a mi alcance para que se pegaran de verdad: váyanse a los puños, los animaría: dense en la cara, maricas, para decirlo en el más puro lenguaje uribista.

Nada de dármelas de estadista y pedir que actuaran con altura, como clamó Raúl Castro en el más indignante intervencionismo cubano: ¿qué autoridad tiene Raúl Castro para decirles a los demás que actúen como estadistas, si en plena vejez él se viste con gorras? ¿Hay algo con menos autoridad que un anciano con cachucha? ¿Quién, en esas cumbres, parece Presidente? ¿Cristina Fernández, que no se sabe si es un travesti e invita a comer cerdo a los argentinos para que mejoren su desempeño sexual? ¿Ortega? ¿Alguien puede distinguir a Ortega de su escolta?

No es por nacionalista, pero el único que mantiene la dignidad presidencial en esos encuentros es Uribe, sobre todo cuando se saca la peinilla del bolsillo de atrás y comienza a peinarse en público sin pudor alguno, ante la envidia del canciller Bermúdez.

La pelea comenzó cuando Chávez le reclamó a Uribe por haber enviado 300 paramilitares a que lo mataran. Era una acusación absurda. Cualquiera sabe que con uno era más que suficiente.

Bien: tan pronto lo dijo, Uribe le respondió que fuera varón; se quitó las gafas y se las pasó al canciller; se quitó el reloj y se lo pasó a Valencia Cossio, que parece que no lo ha devuelto. Se remangó, puso los puños en guardia, trazó una línea imaginaria con el pie, le dijo a Chávez que la traspasara, escupió en el suelo y en ese momento el sapo de Raúl Castro intervino para calmar los ánimos.

Yo habría hecho lo contrario: habría hecho un círculo en torno a ellos dos con el resto de presidentes, y habría comenzado a gritar "¡pelea, pelea!", como en el colegio. Acto seguido los habría conminado a que se despedazaran. Hagan patria, señores: mátense. Destrúyanse sin piedad alguna, y permitan transmitir la pelea por televisión. Es la mejor manera de arreglar el conflicto binacional de una buena vez. Los ministros de Defensa son incapaces. El de Venezuela es un gordo impresentable que asentía, sumiso, aquella vez que Chávez le ordenó sacar diez batallones a la frontera, que, como es obvio, jamás llegaron: los tanques se vararon en la mitad del camino. Y el de Colombia es ultra play y habla como si tuviera una papa en la boca, y así es muy difícil inspirar al Ejército para que gane una guerra.

Ahora bien: los cancilleres tampoco dan la talla: el de Venezuela es idéntico a Édgar Artunduaga, lo cual lo convierte en un interlocutor poco serio. Y el de Colombia tiene el pelo largo, y de darse una pelea lo agarrarían de las mechas, como hacen las niñas. Me surge, a ese propósito, una pregunta: cuando el presidente Uribe tuvo otra camorra famosa, y amenazaba con darle en la cara a una tal 'Mechuda', ¿estaba refiriéndose al doctor Bermúdez? ¿La 'Mechuda' es el canciller Bermúdez? ¿No podrían en Palacio dejar de hablar del 'Curita', la 'Mechuda' y otros alias con los que se reconocen entre sí para evitar confusiones?

Si Chávez y Uribe se van a los puños no sería una pelea de pesos desiguales. Es cierto que uno es de constitución ancha y el otro de constitución delgada, pero ninguno de los dos respeta de a mucho su propia constitución.

Con todo, reconozco que Uribe tendría las de ganar. Alguna vez reconoció que era un gamín, anda con una navaja en el bolsillo y en cualquier momento es capaz de chuzar a su contrincante. Con la ayuda del DAS, claro. Su gobierno tiene una buena experiencia al respecto.

Pero ya nada de eso sucederá. Uribe se irá del poder. Ahora todo ha terminado. Y, aunque tenga ganas de llorar, debo ser fuerte.

Debo ser fuerte, sí, pero no puedo: cierro los ojos y circulan por mi memoria, con el borde difuminado y bajo una música triste, las mejores diapositivas del Presidente durante estos años: él con una camiseta desjetada tirándose por un tobogán; él gritándole groserías por un megáfono a un montón de indígenas; él esparciendo como un loco el virus porcino; él saludando a los reyes de España con un frac que sólo le cubría las tetillas. Cada recuerdo me despierta una sonrisa melancólica. Lo voy a extrañar. Me va a hacer falta. En esta mañana gris salgo a caminar con las manos en los bolsillos. Silbo una canción. Pateo un tarro por las calles vacías. Si Uribe se va, y llega un presidente serio, no tendré de quién burlarme; no tendré de qué vivir. Sólo me queda la esperanza de que elijan a Juan Manuel Santos.