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Debate caliente

El debate político está caliente y eso es bueno para el país; un país acostumbrado a que los candidatos con origen en los partidos tradicionales, arropados en supuestas buenas costumbres, siempre manipularon la opinión y la información para cerrarle el camino a propuestas de cambio y renovación.

Javier Gómez, Javier Gómez
24 de abril de 2018

El debate político está caliente y eso es bueno para el país; un país acostumbrado a que los candidatos con origen en los partidos tradicionales, arropados en supuestas buenas costumbres, siempre manipularon la opinión y la información para cerrarle el camino a propuestas de cambio y renovación.

Lo hicieron durante décadas y lo siguen haciendo ahora para, sospechosamente, evitar que los asuntos se desborden y provoquen desestabilización y pánico entre la población. Siempre nos metieron miedo y lo siguen haciendo como si el debate no fuera natural a una democracia. El periodista investigador Alberto Donadío, en su libro Guillermo Cano, el periodista y su libreta ilustra muy bien esta situación refiriéndose a Hernando Santos, director del periódico El Tiempo, secular vocero del establecimiento: “No escribió sino un solo editorial en su vida, que repitió luego incansablemente en todas las circunstancias y en distintas versiones: rodear al gobierno, rodear al presidente, rodear las instituciones, rodear al ejército. Ese fue su único clamor”.

Y eso mismo es lo que pretenden imponer quienes quieren anular el debate argumentado y serio sobre la realidad del país ahora que estamos en campaña electoral. Ese pasado adicto al poder que desapareció deliberadamente cualquier frontera ideológica y que persiguió y estigmatizó a la oposición hasta silenciarla a tiros, es el que hoy se escandaliza cuando el debate le apunta al corazón de la desigualdad, la corrupción y los privilegios.

Ahora que entra en escena una fuerza política distinta al statu quo, de inmediato cuestionan la supuesta virulencia del lenguaje y no sobran las voces que reclaman respeto a la institucionalidad (hay que rodear a las instituciones). No les gusta que les digan la verdad y a toda costa la quieren enmudecer; siempre fue así. Es tan perversa la acción que por años echaron mano de instrumentos represivos como el de criminalizar la protesta social, a la que asimilaron con el terrorismo para amedrentar a una sociedad entera. No se han dado cuenta de que las cosas han cambiado.

Sí, han cambiado y para bien. Tras una sociedad que las élites del poder maduraron  políticamente a punta de represión, hoy, además de la calle, encontró en las redes sociales el mejor espacio para expresar abiertamente sus pensamientos y romper con el unanimismo, una matriz de opinión calculada y premeditada. Ya no se puede manipular como antes, la inmediatez del mensaje desenmascara a quien pretende hacerlo.

Naturalmente, es censurable cualquier brote de violencia o agresión contra quienes expresan una idea distinta. Eso debe ser erradicado de nuestras costumbres políticas; pero ¡ojo! ese argumento no se debe esgrimir para reprimir o alterar la acción de la gente en la calle o en las redes sociales, escenarios por naturaleza democráticos.

Un ejemplo para terminar, se celebraron con glotonería las primaveras árabes ocurridas hace cinco o seis años, por qué no aprobar aquí que las nuevas generaciones, mamadas de la mentira y la corrupción,  puedan reclamar más justicia social y menos privilegios en una sociedad camuflada en poderes nocivos y dilapidadores. Invítenlas a los debates presidenciales, tienen mucho qué decir.

@jairotevi

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