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Debates en TV: 'Ping Pong' o fuego cruzado

Definitivamente habría que cambiar el formato de estos debates: más interacción entre los candidatos, más controversia, más profundidad

Semana
27 de marzo de 2010

Creo que la televisión como escenario de debates políticos está muy poco aprovechada en Colombia. Y esa falta de tradición y de costumbre se nota y pesa a la hora de los debates electorales presidenciales. Así, a pesar de los encomiables esfuerzos de los periodistas por hacer una puesta en escena interesante y animada, el resultado sigue siendo plano, acartonado y previsible.

Es lo que hemos presenciado en el debate televisivo de la semana anterior: muchos candidatos, muchos periodistas, muchos temas, muchas preguntas y… ningún debate. El público ha perdido la oportunidad de conocer más a fondo a los candidatos presidenciales y sus propuestas de gobierno. Nos quedamos en la reiteración de sus consignas de campaña, de sus mensajes publicitarios, en el libreto aprendido de antemano. El formato basado en una pregunta-una respuesta y el muy breve tiempo de las intervenciones impedían contextualizar los temas, explicar en detalle la cuestión planteada y, por supuesto, el debate abierto de ideas y programas. No había posibilidad de réplica, ni de interpelaciones, ni de aclaraciones, ni de interrupciones, que son las características de los debates vivos que valora la audiencia, sobre todo en la radio, porque en la televisión no existen. En consecuencia, en vez de presenciar un fuego cruzado de dialéctica y argumentos, nos quedamos en un ping-pong de consignas obvias.

La ausencia de réplicas y contrapreguntas hizo que en unos segmentos algunos candidatos eludieran las preguntas incómodas y se refugiaran seguros en sus propios libretos. Por esta razón, en algunos momentos el 'debate' parecía más una escena de Los chifladitos, como cuando se les preguntó a los candidatos qué harían para derrotar a las Farc y alguno contestó que producir más alimentos, otro que un consenso sobre el narcotráfico y otro que reparar a las víctimas. Así se eludió un debate vivo, serio y profundo sobre un tema tan urgente y vital para el país.

El mismo resultado ambiguo y soso se obtuvo cuando de paso los periodistas tocaron temas tan delicados y que hacen parte de la agenda actual de cualquier país democrático, como el aborto, el homosexualismo y la eutanasia: el formato sólo logró cerciorarnos de que los candidatos quieren y comprenden mucho a sus mamás y a sus hijos. Pero sobre la postura de los candidatos en torno a temas públicos tan importantes quedamos en Babia. En el tema del aborto, por ejemplo, en vez de preguntarle al candidato si apoyaría o no a su hija en ese doloroso trance, hubiera sido mejor averiguar su opinión sobre la reciente ley española que hace libre el aborto hasta las 14 semanas de embarazo.

Pero cuando no se puede exigir a los candidatos que amplíen o maticen respuestas que no son claras ni satisfactorias, entonces se les permite refugiarse en frases ambiguas y poco comprometidas sin que la audiencia pueda ubicar claramente su posición sobre asuntos clave. Los debates planos sólo sirven para aburrir a la audiencia o para ratificar a los seguidores de cada candidato en su propia fe. Por eso nadie gana ni nadie pierde.

Definitivamente habría que cambiar el formato de estos debates: más interacción entre los candidatos, más controversia, más profundidad, para lo cual es imprescindible más tiempo de exposición de ideas, menos temas y menos candidatos por sesión, y para que todos participen deberían realizarse varias sesiones con grupos más pequeños escogidos por sorteo. No sobra recordar que Hillary Clinton y Barack Obama realizaron 20 debates televisivos en el curso de las primarias y que durante toda la campaña presidencial hubo más de 50.

El contexto político actual exige debates a profundidad, y estos podrían ser muy útiles. Todos los candidatos son muy capaces y hay temas cruciales en la era pos-Uribe. Habrá cifras récord de participación electoral. La gente está muy interesada en lo que va a suceder. La segunda vuelta está prácticamente empatada. El juego de alianzas va a ser determinante. Son razones de sobra para que debates a profundidad saquen a flote las diferencias y las coincidencias entre los candidatos, y permitan orientar la decisión informada y racional de los electores, que es de lo que en definitiva se trata. ¿O no?

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