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‘Déjà vu’

Mientras la patria boba discutía trivialidades, el gobierno usaba presupuesto y nómina para cuñar una reforma a la medida del primer mandatario

Daniel Coronell
9 de febrero de 2008

Esta película ya la habíamos visto. El inicio del trámite de la primera reelección corrió por cuenta de los amigos del presidente Uribe, sin que él se pronunciara para desautorizarlos, ni para apoyarlos. Es más, la reforma arrancó incluso en contra de lo que había sostenido Uribe en su primera campaña.

El 7 de mayo de 2002, el entonces candidato Álvaro Uribe dijo que no estaba de acuerdo con una reforma que beneficiara a quien estuviera en el poder: "Si yo como Presidente propongo que se amplíe el período presidencial a cinco años, debe ser para el siguiente y no para mí. Porque si yo gano la presidencia, el pueblo va a votar por darme un mandato de cuatro años".

En esa misma declaración, en defensa de la institucionalidad, y refiriéndose a un proyecto que buscaba establecer la reelección inmediata de alcaldes, el candidato Uribe dijo: "La reelección inmediata no me convence, porque entonces se puede poner el gobierno a buscarla".

Dos años después, en febrero de 2004, cuando ya caminaba la iniciativa para reelegir por primera vez al presidente Uribe, el acucioso periodista Julián Ríos descubrió las viejas declaraciones tan incómodas para el proyecto en marcha.

Las respuestas de los promotores de entonces resultan asombrosamente parecidas a las de los promotores de ahora. Óscar Iván Zuluaga, coordinador de la campaña prorreelección y hoy ministro de Hacienda, afirmó: "Con ello demuestra que esta no es una idea del Presidente, es una idea legítima de los ciudadanos. La voz del pueblo es la voz de Dios".

Mientras tanto, el Presidente eludía cualquier respuesta. En cambio, repitió dos frases por todo el país para contestar la inevitable pregunta de los reporteros: "Lina me prestó sólo por cuatro añitos" y "vamos a gobernar ocho años: cuatro de día y cuatro de noche".

Entonces, como ahora, los voceros de la oposición -y aun algunos miembros de la bancada oficial- reclamaron del jefe de Estado una posición clara e inequívoca sobre la reforma constitucional.

En eso se centró el debate, que por estos días vuelve a empezar. Que si el Presidente quiere o no quiere. Que si doña Lina lo deja. Que él no va a poner sus ambiciones por encima de la democracia. Que él ya había dicho que no quería perpetuarse.

Y mientras la patria boba discutía esas trivialidades, el gobierno usaba presupuesto y nómina para cuñar el acto legislativo que consagraba una reforma a la medida del primer mandatario.

A muy pocos se les ocurrió que el silencio de Uribe confirmaba, elocuentemente, que estaba de acuerdo con la iniciativa de sus amigos. Y no que lo estaban reeligiendo a sus espaldas, como sostenía por esos días Óscar Iván Zuluaga y sostiene ahora Luis Guillermo Giraldo.

La tan pedida confirmación llegó mucho tiempo después, cuando el ministro del Interior Sabas Pretelt de la Vega, dijo en el Congreso: "Al gobierno le parece que es conveniente que sea el veredicto popular, y no una prohibición constitucional, el que decida si se renueva un mandato de gobierno o se da paso a la alternación".

Tal vez sea innecesario recordar lo que siguió. Yidis y Teodolindo. La feria de nombramientos de familiares de congresistas. La repartija de puestos y contratos y el visto bueno final de la Corte Constitucional a la reelección.

Los ilusos de entonces están ahora esperanzados con la jurisprudencia de la Corte. Los magistrados dijeron que la reelección era constitucional "por una sola vez". No es difícil imaginarse la defensa que harán de esa doctrina, el secretario jurídico de Palacioahora miembro de la Corte Constitucional y los seis magistrados que el año entrante serán elegidos bajo la influencia del Presidente.

Conocemos el comienzo de la historia y ya sabemos el final. Así que es mejor empezar a discutir los posibles candidatos de 2014. Y eso, si no hay cuarto episodio de esta saga.


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