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Del tango al bambuco

Resulta que los países de verdad piden préstamos para invertir, mientras los países de mentiras piden plata para tapar huecos

Semana
27 de agosto de 2001

Supongamos que usted tiene unos pesos para invertir (claro que no los tiene, pero por algo dicen que la economía es pura ciencia ficción). Usted prestaría esa plata si la tasa de interés es buena, si no se le devalúa y si el deudor es solvente.

Pues eso mismo piensan Julio Mario, el ABN Amro Bank y los nerds de Wall Street: para que un país disfrute de crédito debe pagar un interés alto, evitar la devaluación y mantener equilibrio entre el ingreso y el gasto.

Pero resulta que los países de verdad piden préstamos para invertir, mientras los países de mentiras piden la plata para tapar huecos.

También resulta que aquellas tres cosas tienden a frenar la economía. Una tasa de interés alta desestimula el consumo y la inversión. Una tasa de cambio quieta reduce las exportaciones. Y un recorte del gasto disminuye la demanda agregada.

O sea que la capacidad de pago tiende a ser menor a medida que el país hace más esfuerzos por atraer o retener a los inversionistas. O sea que el corto plazo juega contra el mediano plazo. O sea que el arte de los nerds de Wall Street no consiste tanto en saber a dónde ir sino en cuándo salir de cada sitio.

No hay que ir a Harvard ni a Chicago para saber que una cosa es invertir y otra cosa es tapar huecos. Al revés: había que ir a Harvard o a Chicago para olvidar la diferencia. Y así, convencidos de que traer divisas serviría para tapar el hoyo y también acelerar el crecimiento, los “ortodoxos” y “aperturistas” convirtieron la política económica en un rehén de los especuladores.

La teoría económica en realidad no habla de “rehenes” sino de “trampas” (la trampa de liquidez, la malthusiana...). Pues acá estamos ante una trampa, una especie de remolino cuya fuerza de succión crece a medida que el país se endeuda para tapar huecos.

Colombia está girando, nerviosa, sobre las ondas más externas del remolino. Pero Argentina —igual que Turquía y casi igual que Costa de Marfil, Nigeria, Serbia o Ecuador— ya está en el vórtice. Estas crisis de pagos tienen tres fases:

—Primero se renuncia al objetivo de reactivación y se le apuesta todo a tapar el hueco. Hace apenas dos meses el ministro Cavallo —símbolo él de apertura y ortodoxia— hablaba de “políticas activas” y hace un mes devaluó con disimulo. Pero la economía no repuntó y esta semana regresó al frenazo que dio en denominar “déficit cero”.

—Luego viene la carrera entre solvencia y rentabilidad: el interés sube pero el riesgo aumenta, y cada uno crece porque lo hace el otro. Es la guerra de nervios que estamos viendo entre Cavallo y los nerds que manejan los mercados.

—En el trasfondo están el Fondo Monetario y una eventual “operación rescate” (remember México bajo Clinton). Es el chantaje recíproco y sutil del cual depende finalmente la “arquitectura financiera” del planeta: una quiebra pequeña es problema del cliente, pero una quiebra grande es problema del banco.

En tanto se deciden esos pulsos de nervios y chantajes, una cosa es muy clara: pierden los débiles o, en este caso, los jubilados y los empleados, no los ricos argentinos que —gracias a Cavallo, ¡oh país de milongas!— llevan 10 años comprando dólares baratos para guardarlos en el exterior.

Contra el querer de aperturistas y ortodoxos, Colombia logró zafarse de la rigidez cambiaria que está matando a Argentina. Pero, igual que al resto de América Latina, nos queda por delante el coletazo (más la torpeza enciclopédica de Bush). Igual que Brasil o que Perú, necesitamos muchos recursos frescos para los próximos años. Igual que todos los países que un día reventaron o casi reventaron —México, Tailandia, Rusia, Ecuador, Brasil...— estamos dedicados a reducir el déficit fiscal en vez de reactivar la economía. Igual dejamos que la política económica sea rehén de los inversionistas. Y es porque igual nos endeudamos para tapar huecos, no para invertir.