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Welcome a Tumaco

Me robé el título de esta columna del documental de Natalia Rueda y Ángela Ramírez, quienes plasmaron magistralmente la dualidad que persiste entre la tradición del currulao y la invasión del reguetón en los carnavales de Tumaco, una narración colorida de las amalgamas rítmicas de donde nacen canciones como 'Welcome a Tumaco'.

Daniel Mauricio Rico, Daniel Mauricio Rico
18 de noviembre de 2019

Esta dualidad musical sirve de marco social para hablar de la economía, la seguridad, y el desarrollo en la perla del Pacífico. 

Cuando conocí Tumaco en 2004, fue amor a primera vista, desde el avión quedé hipnotizado con el majestuoso paisaje que forman las desembocaduras del Mira, el Patía, el Caunapí y el río Chagui en las ensenadas de este rincón del Pacífico. Cautiva al instante el contraste de sus aguas dulces y saladas con el verde oscuro de la selva y la imponencia de un cerro que con forma de aleta de tiburón salta en la mitad del mar. Desde entonces no he dejado de buscar excusas para volver. 

Llegué sin reserva al hotel de siempre frente a la playa, no había cupo, el de al lado también estaba lleno y el siguiente igual. Nunca me había puesto feliz de no encontrar habitación, eso significa que los turistas están bajando, miro en los parqueaderos de los hoteles y las placas son de Pasto, Túquerres, Popayán y Cali. Hace solo 15 años estos hoteles que hoy son edificios con piscina y ascensor, eran casas viejas de madera. Recuerdo que el mejorcito en que me quedaba tenía un atractivo letrero a la entrada “servicio de agua y luz garantizado las 24 horas”. 

Sabía a lo que venía, por eso desayuno poco en Bogotá y me salto el almuerzo para llegar con el cupo libre a enfrentarme con un arroz marinero y un encocado de camarones, ambos sublimes, la mejor comida de Colombia es la tumaqueña. Vuelvo a la siguiente noche por un atollado de piangua y segunda sorpresa, hay fila y las mesas están llenas, repito restaurante el miércoles para rematar el viaje con unas jaibas que tengo pendientes, y veo pocas mesas vacías. Un restaurante lleno en cualquier capital del país no es relevante, pero que esto pase en Tumaco y entre semana, es síntoma de que algo bueno está pasando en la economía local.

Se van los turistas y se acaba la lluvia, es un martes soleado y aprovecho una visita rural para desviarme unos kilómetros por la vía de Candelillas y ver con mis propios ojos el “milagro” institucional. Las dos puntas del puente sobre el portentoso río Mira se han unido, por fin la promesa de conectar Tumaco con Ecuador por vía terrestre se materializa, esta conexión vial que es absolutamente crucial para el desarrollo fronterizo, se firmó en un tratado binacional en los tiempos en que Noemí Sanín era canciller. Los ecuatorianos hicieron su parte del trazado en tres años y de este lado ya vamos a cumplir tres décadas sin terminar los doce kilómetros y el puente y medio que nos tocaba hacer. 

Por la misma carretera se ven las estandarizadas plantaciones de palmas que han vuelto a crecer. En la década pasada la plaga de la PC (Pudrición del cogollo), arrasó con 35.000 hectáreas sembradas en Tumaco, devastó la mitad de los ingresos legales del municipio y liquidó por igual a empresas, empleados, asociaciones y transportadores. Con una gran apuesta tecnológica y financiera los pequeños, medianos y grandes cultivadores, han recuperado unas 22.000 hectáreas, que gradualmente están entrando a su fase productiva y generando miles de empleos rurales, que es donde más se necesitan. 

De regreso veo en la entrada del pueblo una valla enorme que anuncia la construcción del centro comercial Blue Waters, cuando sea realidad serán 12.000 metros cuadrados de locales comerciales y Tumaco tendrá las primeras salas de cine y parqueaderos. Estimo sin mucho rigor que serán por lo menos 300 empleos formales durante la construcción, lo cual es una bicoca en términos de desarrollo y superación de la pobreza. 

Sabiendo que los homicidios se han reducido 84 por ciento en el casco urbano y un 37 por ciento en las zonas rurales de Tumaco, me animo a explorar lugares nuevos. Los sitios de rumba en Tumaco son un olimpo salsero y la isla de Bocagrande una joya oculta de las playas de Colombia. A solo 20 minutos en lancha está el paraíso, kilómetros y kilómetros de playas limpias, sin vendedores ni nadie que interrumpa el ruido de las olas y el viento. La ñapa del motorista es llevarnos despacio por entre los manglares y alargar camino para rodear la isla de las aves, justo a tiempo para ver el fastuoso retorno de miles de gaviotas y pelícanos a sus nidos. 

Quedan aún enormes desafíos sociales por resolver en este empobrecido puerto, pero el futuro de Tumaco se ve mucho mejor que su pasado reciente. Welcome a Tumaco.