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JORGE HUMBERTO BOTERO

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Desde el umbral

A pocos días del cambio de gobierno, hay señales positivas, preocupaciones y múltiples incógnitas.

26 de julio de 2022

Deplorable la ceremonia de instalación del Congreso. Mal los conatos de sabotaje al discurso de Duque; los parlamentos existen para eso, para parlamentar. Mal que Duque se haya retirado sin escuchar la réplica de la oposición; su conducta, que fue reiterada durante su gobierno, afrenta a los adversarios políticos e ignora que, sin ellos, no hay democracia.

Mal que la calidad del sonido en el recinto se haya deteriorado justamente cuando la oposición iba a intervenir; inevitable sospechar que hubo una “jugadita” para evitar que hablara en el momento en que tenía derecho a hacerlo. Mal que se haya elegido como vocero de la oposición a un antiguo guerrillero que, habiendo confesado crímenes atroces, todavía hoy goza de impunidad. En pocos días, con motivo de la posesión del nuevo presidente, se repetirán, casi idénticas, las circunstancias que hicieron posible este vergonzoso espectáculo. ¿Estarán, el nuevo presidente y los congresistas, a la altura de las circunstancias? Tengo confianza en Petro.

Definida la composición del Congreso, Petro tuvo claro que no tendría mayorías suficientes para lograr la aprobación de sus iniciativas, y que su propio triunfo en los comicios presidenciales era dudoso. Esos hechos lo condujeron a un comprensible cambio de estrategia: moderar su discurso y buscar el respaldo de colectividades distintas a la suya.

Hizo bien lo primero. Desaparecieron de su discurso propuestas controvertibles o irrealizables, tales como la conversión del Estado en empleador de última instancia y la remuneración con fondos estatales del trabajo en el hogar, que es primordialmente femenino. En cuanto a lo segundo, si bien logró la adhesión de la Alianza Verde y las antiguas FARC, otros partidos no respaldaron su candidatura. Parecía lógico, en ese contexto, que la mayoría de ellos decidieran ser bancadas de oposición o independientes. No ha sucedido así. Salvo el Centro Democrático, que, por fortuna, ha resuelto ser oposición (sin ella la democracia se debilita), los demás partidos han anunciado que apoyarán al gobierno. Esta migración masiva hacia el Petrismo exige que esas formaciones partidarias le expliquen a la ciudadanía, de manera escrita y formal, las razones, condiciones y límites de ese viraje. No bastan fotos y vagas declaraciones.

Como no ha sucedido podemos conjeturar lo peor: que los potes de mermelada estarán disponibles para complacer distintos paladares. Dicen que así lograron sacar adelante sus iniciativas Santos y Duque.

La conclusión es deprimente: La ideología no importa; ser partido de oposición carece, para muchos, de sentido; lo rentable es ser gobierno y así gozar de la posibilidad de interceder por recursos públicos y acceder a cargos estatales. Entiendo que los repartos iniciales evolucionan con el tiempo. Si una determinada ley es muy importante para el gobierno, o vista como costosa en términos electorales para una determinada bancada, lo probable es que haya negociaciones adicionales. Bien sabemos que la política es dinámica.

Petro es consciente de estas restricciones. Al destacar la importancia de sus iniciativas en materias tributaria, agraria y política, ha dicho: “No creemos que se puedan aprobar proyectos de esta magnitud después del primero año, o lo hacemos este año con el viento a favor, o sino después la historia nos manda hacia otros lares”. ¿Cuáles? Parece que desde ya vislumbra fuerzas centrífugas que pueden debilitarlo en poco tiempo.

En cuanto a la reforma política, estoy de acuerdo con la abolición del voto preferente para la selección de candidatos al Congreso, que es la fuente primordial del desprestigio del Congreso; y la creación de una nueva causal de pérdida de investidura -si es que fuere necesaria- por la realización de actuaciones inescrupulosas en la gestión de recursos públicos. Habría también que ocuparse de la abolición o reforma de la Procuraduría y la Contraloría.

La primera es obsoleta y redundante; la segunda, podría ser un ente investigador de eventos constitutivos de responsabilidad fiscal que haga imputaciones ante un tribunal de cuentas independiente. El mecanismo actual de designación de las personas que dirigen esas entidades las politiza de la peor manera. Se han anunciado otras buenas iniciativas, como por ejemplo, la reducción del receso parlamentario, que es de cuatro meses en la actualidad. Sería una hazaña si el presidente Petro tiene éxito en este campo: se está metiendo en la boca del lobo.

Nicolás de Maquiavelo en el siglo XVI demostró que la política se mueve en torno a la conquista, conservación y uso del poder político; no es, por consiguiente, una actividad exclusivamente orientada hacia la búsqueda del bien común, que es un objetivo de naturaleza ética. Por eso escribió: “En las deliberaciones en que está en juego la salvación de la patria, no se debe guardar ninguna consideración a lo justo o lo injusto, lo piadoso o lo cruel… sino que, dejando de lado cualquier otro respeto, se ha de seguir aquel camino que salve la vida de la patria y mantenga su libertad”. O en otros términos: que, al menos en esa situación extrema, el fin justifica los medios.

Ante tan terrible conclusión se requería definir una ética propia de la actividad política diferente a la que regula las relaciones interpersonales. Ese fue el aporte de Max Weber en su ensayo “La política como profesión”, publicado en 1919. Allí realizó una distinción fundamental entre la ética de las convicciones y la ética de la responsabilidad.

La primera versa sobre las relaciones interpersonales que bien puede expresarse en una sola fórmula: hay que hacer el bien y evitar el mal; en esta esfera las decisiones tienen que ser determinadas por principios inflexibles. La segunda regula el ámbito de la acción colectiva en el que es preciso considerar las consecuencias de la acción política. No basta la rectitud de los propósitos. Es necesario aceptar que el camino del infierno está empedrado de buenas intenciones; que el buen político tiene que escoger, a veces, el mal menor, y estar dispuesto a negociar, pasando, en ocasiones, por encima de sus convicciones. Se sabe desde la antigüedad: gobernar es trágico. Recuerden a Edipo, rey de Tebas.

Anhelo que Petro, quien no me pareció buen opositor, sea un gran gobernante.

Briznas poéticas. Dice Horacio Benavides: “Estabas frente a mí / y sin darme cuenta / la calle desapareció / la música / la gente / … Solo tu voz / solo tus ojos /… eras el mundo”.

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