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Desobediencia populista

En medio de la gravísima crisis económica y social que enfrentamos sin duda es necesario, urgente y justo proponer reformas de fondo para combatir efectivamente la pobreza y el desempleo.

Camilo Granada, Camilo Granada
8 de julio de 2020

El senador Petro ha llamado a la desobediencia civil y al desconocimiento del gobierno del presidente Duque, alegando que su elección fue producto de un supuesto fraude electoral, que no se ha demostrado. El recurso a esta línea de acción en este momento en Colombia no puede equipararse con otros episodios en la historia moderna.

La desobediencia civil ha sido a lo largo de la historia la opción pacífica para enfrentar regímenes legales y políticos oprobiosos. Uno de sus precursores fue el pensador estadounidense Henry Thoreau, quien en 1849 definió el término y justificó su uso como un deber ciudadano para oponerse a la esclavitud imperante en buena parte de los Estados Unidos.

En la historia moderna Gandhi, el padre de la independencia de la India, la promovió en los años 30 y 40 del siglo pasado como la única forma de rechazar y derrotar el régimen colonial del imperio británico en ese país. En los años 60, nuevamente en Estados Unidos, la desobediencia civil fue utilizada para oponerse a las leyes segregacionistas y discriminatorias contra los afroamericanos. Rosa Parks fue la gran iniciadora de ese movimiento, al negarse a ceder el puesto que ocupaba en la parte delantera de un bus, reservado por ley a los blancos. Martin Luther King Jr, apóstol de la no violencia en la oposición al racismo institucional y legalizado, hizo de la desobediencia civil uno de los pilares de su acción política.

En Colombia, si bien algunos consideran que la oposición a la dictadura de Rojas Pinilla fue un ejercicio de desobediencia civil que llevó al fin de ese gobierno y la instauración del Frente Nacional en 1958, tenemos pocos ejemplos de llamamientos a esta forma de protesta. Desgraciadamente hemos recurrido más fácilmente al llamado a las armas y la rebelión violenta que a la desobediencia civil pacífica.  

La justificación da Petro a la desobediencia civil no guarda proporción con las situaciones en las cuales se ha recurrido a esa figura en el pasado. Las denuncias de financiación indebida de la campaña de Duque en 2018 y su hipotético uso para compra de votos en La Guajira no han sido demostrados. Tampoco pueden desconocer los más de 10 millones de votos que obtuvo Duque en la segunda vuelta y los más de 2 millones de votos de diferencia que le sacó al mismo Petro. Lejos estamos del mito fundacional del M-19 con el fraude electoral de 1970.

Por otra parte, las acciones concretas promovidas en el marco de la desobediencia civil como pedirle que los padres de familia no manden a sus hijos al colegio, o que las familias no paguen los servicios públicos no son coherentes con el objetivo propuesto y terminan menoscabando los derechos y la calidad de vida de quienes se dice defender con esta propuesta. Ese boicot solo perjudica a quienes lo acaten, no al presidente de la república.

Finalmente, la desobediencia civil es el recurso legítimo de quienes son excluidos por el sistema y a quienes se les niega el derecho a participar y expresarse democráticamente. Ese no es el caso de Petro y su movimiento. Gracias a la reforma política, Petro recibió una curul en el Senado y como opositor al Gobierno tienen –él y los demás partidos de oposición—espacios y garantías para cumplir su labor democrática. La iniciativa parece más el lanzamiento temprano de una campaña electoral para la presidencia en 2022, antes que un recurso legítimo a la resistencia a un régimen violador de los derechos fundamentales de un pueblo.

Pero Petro no es el primero en pretender usar la desobediencia civil como parte de una estrategia electoral. En 2016, el polo opuesto a Petro, el Centro Democrático del senador Uribe promovió una idea similar contra el Gobierno Santos. Se trataba de una táctica que buscaba mantener a la gente “emberracada” con miras a las elecciones de 2018. En ambos casos se trata de alimentar el populismo, el famoso discurso de “ellos” contra “nosotros” (siendo nosotros el pueblo verdadero y ellos los usurpadores), que solo alimenta la polarización, la división entre buenos y malos y el maniqueísmo. Esa actitud no construye, paraliza. Impide avanzar porque se basa en el permanente borrón y cuenta nueva. Pretende aplicar el principio de tabla rasa, que supone arrancar siempre de cero, en lugar de proponer mejoras, cambios y acciones concretas que permitan mejorar la vida de los ciudadanos.

En medio de la gravísima crisis económica y social que enfrentamos sin duda es necesario, urgente y justo proponer reformas de fondo para combatir efectivamente la pobreza y el desempleo. Bienvenidas todas las propuestas, que pueden y deben ser audaces y radicales. Eso es lo que los colombianos esperamos de todos los líderes políticos que aspiren a gobernarnos, no fuegos pirotécnicos mediáticos partidistas sin soluciones reales.

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