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Hubiera venido a comer, Sr. Bourdain

Algo rico le hubiéramos preparado, con el cariño de quienes se vuelven amigos de otras personas sin haberlas saludado nunca, con esa complicidad irreal, esa confianza cochina que nos dan las redes y la televisión.

Brigitte Baptiste
21 de junio de 2018

Algo hubiéramos sacado de la nevera, se le hubiera pedido, se hubiera improvisado, porque comer juntos es el acto más antiguo de amor entre personas que apenas se encuentran, al punto de respetar el hambre del enemigo, de nunca negarle hospitalidad, como mandan las tradiciones musulmanas… Un domicilio de empanaditas de pipián con ají de maní, un pollo asado del barrio, unos rones, algo hubiéramos improvisado de saber que estaba triste, que la luz se le apagaba, que necesitaba un abrazo. Una tortilla de papa, que ahora todos sabemos hacer en casa, un sudao; de golpe uno de esos guisos que usted mismo nos contó que hacían en todas partes, siempre con cerdo, eso sí, con el dios chancho.

Lamento que se haya ido Sr. Bourdain, era parte de nuestra casa y nunca lo pensamos con más cariño que en sus navidades infernales, sus comentarios indebidos, sus buenos (malos) hábitos con el alcohol y otras cositas, su generosidad extrema con el mundo. Lo vimos viajar, viajar mucho y entendimos sus distancias, su curiosidad, sus contradicciones, porque nadie viaja por el planeta solo para alimentar el ego, nadie se aguanta los infinitos aeropuertos, aduanas, horas de avión y de presión de los jefes solo para salir en televisión: ni para ir a Mozambique, mucho menos hasta Kentucky: vimos amor en lo que hizo, mucha pasión.

Ya no nos queda sino seguir mirando sus programas, celebrar la diversidad planetaria que nos compartió, sus recorridos callejeros nocturnos, sus comidas familiares con señoras que no lo conocían y abrieron su cocina para dejarlo hurgar en sus secretos. Ya no nos quedan sino sus miradas al infinito, al plato, al paisaje, sus preguntas absolutamente sensibles para quienes queriendo contar su libertad le compartieron una receta. Quién sabe si le recordarán en los mercados, si viendo sus programas dirán “yo estuve ahí”, si aquellos que trataron de conseguir que visitara un restaurante y no lo lograron, aun lo querrán. A su gente, que le filmó, le dio caldito en los guayabos, le aguantó la cantaleta, también la tenemos presente, incluso querríamos invitarla a comer algo para recordarlo, hablar mal de usted un rato, brindar.

Hasta luego pues, Sr. Bourdain, no sabe cuánto respetamos sus decisiones, su partida. Pueda ser que el infinito nos dé un rato para echar carreta, para que conozca mis hijas, les dé malos consejos, les cuente sus aventuras en Tailandia, en Senegal. En medio de tanta gente que sin conocer deberíamos saber llorar, Sr Bourdain, lo extrañaremos: fue usted bueno, en medio de tanto mal.