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Después del 26

Jorge Leyva, editor político de SEMANA, hace una lectura del nuevo país que emerge tras los procesos electorales del fin de semana. Pocas veces se había observado un mano a mano tan reñido en las diferentes capitales de departamentos. Los partidos tradicionales pasaron a una segundo plano y unas nuevas figuras se consolidaron como posibles candidatos presidenciales.

Semana
27 de octubre de 2003

Las elecciones del pasado 26 de octubre le dejan al país un nuevo panorama político. El presidente Álvaro Uribe era el dueño y señor de la política con una popularidad de casi el 70% y apenas una tenue oposición lograba hacerse oír. Pero en un par de días todo cambió. Colombia dio un timonazo político que hace unos meses nadie esperaba ni creía posible. Y con esto se demostró una vez más que la política es, ante todo, el arte de lo posible. El lunes el país despertó con una nueva realidad: Uribe fue derrotado en las urnas a pesar de obtener casi seis millones y medio de votos. Y la oposición se apoderó de buena parte del poder local.

Este reacomodamiento de fuerzas se empezó a ver venir cuando el referendo pasó a ser un plebiscito. Es decir, cuando Uribe decidió decirle al país por televisión, radio, teléfonos y correos electrónicos que lo que estaba de por medio era su presidencia y el futuro del país. La decisión de metérsela toda personalmente a la aprobación del referendo convirtiò una consulta sobre temas del Estado en una sobre la aceptación del presidente. Y el resultado demostró que, aunque el primer mandatario es inmensamente popular, lo es sólo para seis y medio millones de votantes de los 24 millones posibles. Por eso hay que decirlo con claridad: el gobierno se equivocó. No midió bien su patrimonio político antes de ponerlo en juego en términos electorales. Y aunque en la práctica los traumatismos para el país por el hundimiento del referendo no son graves, el golpe para el presidente tendrá consecuencias en su relación con el congreso, con las regiones y con la sociedad.

Relación Gobierno - Congreso

Uribe tendrá que darle juego a los parlamentarios. No me refiero a una vulgar aceitada de maquinaria a punta de cuotas burocráticas sino a la gestación de una verdadera gobernabilidad. El presidente tendrá que generar unas relaciones con las otras ramas del poder que creen un nuevo equilibrio político. Deberá ser más audaz a la hora de negociar y sobre todo más condescendiente. Pero es posible que los parlamentarios le pasen una cuenta de cobro por su apoyo. Y, al decir de muchos de ellos, bien puede ser la cabeza del ministro del interior. Esto ya se verá. Pero por lo pronto Uribe tiene que ser cuidadoso y entender que la clase política que tanto atacó con su referendo está precisamente en el congreso y que es con sus representantes con quienes, le guste o no, debe coordinar esfuerzos para seguir gobernando.

Relación Gobierno - Regiones

Las diferentes regiones del país le mandaron al presidente claros mensajes de aprobación y desaprobación. Bogotá está con Uribe. De eso no hay la menor duda. La participación fue alta en la capital y lo mismo ocurrió en otras ciudades como Medellín o Pereira. Esto refleja la aceptación de las políticas del primer mandatario en esas ciudades y sus respectivas regiones. Pero en otras el mensaje fue distinto. En el departamento de la Guajira, por ejemplo, la participación fue del 8%. Y en el Atlántico del 11%. La gente simplemente no votó. ¿Por qué? Puede haber varias razones. Una es que de pronto no se entendió el referendo. Otra, como la que da el senador Rafael Pardo, es que las costumbres políticas de esos lugares no fueron compatibles con esta votación. Que como no hubo buses, almuerzos y camisetas la gente no votó. Pero hay una tercera razòn y es que la gente no participó para mandarle un mensaje al presidente: que algunas regiones no se sienten representadas en el gabinete.



La realidad es que a lo mejor hubo un poco de cada una de estas teorías en lo que pasó. Pero sea esto así o no, el presidente tendrá que mirar más hacia el norte del país y oír lo que allí le están diciendo.

Relación Gobierno - Sociedad

Uribe tiene que replantear su posición frente a la sociedad en general. Lo primero es hacerlo frente a los 6 millones y medio de colombianos que votaron y frente a los 18 millones que no lo hicieron. A los primeros tiene que transmitirles la experiencia de la derrota y compartir con ellos su enseñanza. Debe hacerles entender que el unanimismo no es el camino, que la polarización sólo conduce a la discordia y que la terquedad no es la mejor amiga de los gobernantes. Este mensaje permitirá que los colombianos desarmen el corazón. Pero para esto habrá que dejar de lado el llamado a los extremos. Hay que acabar con frases como "el que no está conmigo es mi enemigo", "conmigo o con los terroristas", etc. Se debe reivindicar el derecho a disentir. Sólo con estas señales podrá mantenerse el esquema de seguridad democrática que Uribe ha planteado y por el cual en buena parte mantiene su popularidad. Pero no sólo los votantes y los abstencionistas deben recibir mensajes. También el resto de la sociedad. Y esto se logra con políticas públicas y con inversión social adecuada. En otras palabras, gobernando bien. Uribe es un buen gobernante. Si entendió el mensaje sabrá dónde aplicar los correctivos.

El domingo

Si el sábado 25 fue el preludio de la derrota del gobierno, el domingo 26 fue su epílogo. Los grandes electores uribistas como Enrique Peñalosa, Germán Vargas Lleras y Rafael Pardo sufrieron duros reveses electorales. Mientras tanto los movimientos de izquierda se hicieron a las mejores plazas en materia de gobierno local. De los barones electorales el que perdió más estruendòsamente fue Peñalosa. Su candidato a la alcaldía de Bogotá, Juan Lozano, fue derrotado por Lucho Garzón. Sus otros candidatos, como Kiko Lloreda en Cali y Guido Nulle en Barranquilla también perdieron. Sólo Sergio Fajardo, quien es el menos cercano a él, ganó.

De los nuevos barones electorales el que salió mejor librado fue Vargas Lleras, pues aunque perdió con Lozano, eligió 6 concejales en Bogotá y algunos gobernadores. Pardo, por su parte, perdió en todo. Su candidata estrella, "La Paca" Zuleta se ahogó en su aspiración al concejo de Bogotá. Sacó más de 12 mil votos pero no llegó al umbral necesario para participar en la repartición de curules.

El país viró hacia la izquierda y dos factores fundamentales marcan este giro. El primero es la división liberal. Ese partido está quebrado en dos. De una parte están quienes apoyan un modelo neoliberal heredado del gavirismo, como el propio Uribe y su bancada, y de otra parte quienes apoyan un modelo socialdemócrata heredado del samperismo. Este último grupo lo lideran Horacio Serpa, Piedad Córdoba y la mayoría de los demás miembros de la dirección liberal. Y el segundo factor es la reunión de un grupo de movimientos progresistas bajo el paraguas del Polo Democrático Independiente. El Polo ya tiene poder local, representado en varias alcaldías y gobernaciones. Los resultados con Lucho en Bogotá y Angelino Garzón en el Valle son los mejores ejemplos de su èxito. Las identidades ideológicas entre estas dos realidades políticas, l aliberal y la del Polo, llevaron a los acuerdos programáticos que terminaron con ambas fuerzas haciendo pareja ganadora.

El presente y el futuro

La suma de todos los elementos anteriores arrojan el nuevo escenario político: un presidente fuerte en lo electoral pero destinatario del mensaje de que no se las sabe todas y que debe replantear sus posiciones para poder gobernar. Un país que elige sin reparos en los puestos más importantes a quienes como minoría se percibían como oposición marginal. Unos movimientos de izquierda que ganan poder y por lo tanto dejan sin piso a las guerrillas. Se trata, en fin, de un escenario político complejo que requiere un hombre con visión al frente del timón del Estado. Y ese hombre es Uribe. Le quedan tres años de gobierno y todo el país espera que le vaya bien. Para cuando entremos al último año se empezarán a sentir con más fuerza los revolcones electorales del fin de semana electoral. Porque probablemente Antonio Navarro quiera culminar la obra que empezó Lucho y trate de llegar a la presidencia. Pero tendrá que enfrentarse a Peñalosa, a Germán Vargas y probablemente al mismo Uribe. Esto, si los resultados del sábado no quemaron definitivamente la posibilidad de una reelección presidencial. Algunos analistas dicen que sí. Pero otros dicen que el que está en el ruedo es Álvaro Uribe. Y que con él nunca hay que apostar. Porque con él nunca se sabe qué pueda pasar.



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