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DESTEÑIDOS

Semana
8 de septiembre de 1997

hay que cuidarse siempre de las astucias excesivas. En el juego del escondite, que jugábamos cuando pequeños, siempre había un muchacho más ladino que sabía ocultarse en lugares imposibles: en el zarzo de la casa, por ejemplo. Nadie, por supuesto, lo encontraba. Terminado el juego, el ladino continuaba escondido en el zarzo mientras los demás se iban a comer. Así, olvidado de todos, resultaba jugando un papel desairado. Espero que algo parecido no les suceda a varios amigos, aspirantes a la Presidencia. Por cuidarse en exceso, su imagen empieza a desteñirse como una fotografía mal revelada.
La verdad es que, hoy por hoy, el único que tiene una presencia definida y fuerte en el panorama electoral es Horacio Serpa. A él, es cierto, no se le conocen programas concretos, salvo vagas ofertas de paz y protestas algo demagógicas contra las desigualdades sociales. Nunca se ha tomado el trabajo de explicarnos por qué, teniendo todo el poder imaginable en sus manos, no hizo la paz, ni por qué el gobierno, del cual fue el brazo derecho, en vez de disminuir la pobreza la incrementó con un millón de desocupados. No obstante, mucho me temo que nada de eso, a la hora de la verdad, le reste a Serpa apoyo popular. En este país desorientado, sus tremendos bigotes, sus refranes, sus trémolos y su mensaje de corte populista lo convierten en una alternativa de grandes opciones. El suyo es un fenómeno mediático y de imagen.
De los restantes candidatos, el único que trabaja en el mismo sentido es Mockus. Tampoco tiene nada que mostrar, pues su alcaldía fue nula; pero se ganó una imagen emblemática fuerte como candidato de la antipolítica y la cultiva con formas exuberantes de un populismo histriónico. Injustamente expulsado de la televisión, ya lo veremos manejando taxis o recorriendo el país en bicicleta. Y eso le bastará para mantener su buena posición en las encuestas.
Los mejores y más creíbles candidatos, entre tanto, tienden a debilitarse sacrificando sus opciones en el altar de la prudencia. Parecen esos avaros que no arriesgan un centavo por temor a perderlo. Alfonso Valdivieso, es cierto, todavía aparece en el primero o segundo lugar en los sondeos como consecuencia de su paso por la Fiscalía; es decir, como consecuencia de la imagen de hombre férreo, incorruptible y lleno de firmeza que puso en la cárcel a personajes hasta entonces intocables. ¿Pero le bastará esa aureola? Valdivieso es un candidato diáfano, confiable y discreto. No es ni pretende ser un líder de multitudes. Su plan de paz contiene reflexiones muy plausibles pero, con perdón suyo, resulta débil. El temor de aparecer guerrerista lo envuelve en toda suerte de cautelas. A lo suyo le está faltando una pisada más fuerte.Igual cosa podría decir de mi queridísima Noemí Sanin. Noemí se agota en un torbellino de actividades (viajes, reuniones, encuentros) sin que ello necesariamente trascienda, de modo que no llega a percibirse con fuerza y claridad lo que propone. Mantiene su imagen en penumbras. Hace un año, cuando llegó, irradiaba fuerza, combatividad. Parecía inspirada en el temple de la señora Thatcher. Ahora sus asesores quieren convertírnosla en sor Teresa de Calcuta, con pálidos mensajes de unión, amor y justicia social que no responden a las alarmas de un país y no dejan ver la fuerza de su carácter, su decisión, la enorme capacidad de ejecutar lo que se propone.
El caso de Juan Manuel Santos es diferente. Sus propuestas (en materia de seguridad y gasto público, por ejemplo) son las mejores que he oído. Es el rey de los foros. Pero sobre él gravita una gravísima inquietud: la de que, por vía de la consulta liberal y por disciplina de partido, acabe legitimando y apuntalando la candidatura de Serpa. Nadie, salvo los manzanillos de la clase política, lo entendería.
¿ Y Andrés Pastrana? Está igual que el muchacho escondido en el zarzo. No hace pronunciamientos públicos, dedicado por entero a tomar posesión de la maquinaria conservadora. Igual que en la campaña anterior, se reserva para el último momento. Peligrosa estrategia, pues hoy la circunstancia es otra. Por esa discreción calculada, su imagen no gana terreno en la franja de opinión.
Carlos Lleras de la Fuente merecía mayor protagonismo. Hombre agudo, inteligente y cáustico, sería el mejor antiSerpa. Pero, de espaldas a los medios, moviéndose en el ámbito algo confidencial de su Fundación Presencia, aparece todavía como un candidato sin un nicho definido en el mercado electoral. No es el suyo, como en otros, un caso de prudencia, sino de insuficiencia de comunicación. Tal vez allí resida, en última instancia, un problema que en mayor o menor grado afronta la mayoría de los candidatos. Si bajo esa luz se examinan las encuestas, uno descubriría que están mejor posesionados quienes, en razón de su cargo (Valdivieso, Serpa, Mockus), tuvieron hasta hace poco una buena presencia en los medios y gracias a ella acreditaron una imagen discernible. En Serpa fue el toque popular; en Valdivieso, la anticorrupción; en Mockus, la antipolítica. Dentro de esa misma lógica, pierden quienes no se ocupan de afirmar y singularizar la suya. En última instancia, vender un candidato es igual que vender un jabón. Se compra por una razón y no por muchas; menos aún por ninguna. De ahí que todo valga, menos desteñirse.

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