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Diálogo en medio de la crisis venezolana

El respaldo a Juan Guaidó por Trump y el congreso norteamericano no debe impedir el diálogo con los que detentan el poder en Venezuela.

Juliana Londoño, Juliana Londoño
5 de febrero de 2020

El espaldarazo dado a Juan Guaidó por el presidente Trump en su intervención sobre “El Estado de la Unión”, así como la ovación del Congreso norteamericano, le ha dado al presidente provisional un segundo aire.

Debe destacarse el hecho de que la standing ovation se haya dado precisamente en vísperas de la decisión crucial sobre el intento de los demócratas de destituir a Trump, que en el congreso solemnemente ha anunciado que “la tiranía” de Maduro va a ser "aplastada”, especialmente en vísperas del bloqueo al intento de los demócratas de destituirlo, abriendo así definitivamente la campaña presidencial. 

Mucho más contundentes esas palabras que las que pronunció contra Irán cuando muchos daban por hecho que se precipitaba la tecera guerra mundial. 

En esas condiciones, no puede después de semejante pronunciamiento salir Trump con el disparo de una pistola de agua y seguramente los que propugnan incluso por la acción militar, se sentirán respaldados. 

En esas condiciones, no sería imposible que nuevamente se mire hacia Colombia como el mejor actor de reparto ante la crisis venezolana, con todas las consecuencias previstas para nuestro país en este azaroso capítulo de nuestra política exterior, que además nos está trayendo un incremento angustioso de la inseguridad, cuando la mayoría de los colombianos exigen acciones para combatirla. 

Lo que no se debe olvidar, otra vez, es que estamos frente a Venezuela en primera fila, compartimos una frontera de 2219 kilómetros y algunos venezolanos paulatinamente están siendo convencidos por el régimen de Maduro, que todos los males que padecen se derivan de las amenazas de los Estados Unidos y con la colaboración incondicional de Colombia. 

A las palabras de Trump en el Congreso, a las cotidianas y ofensivas palabras de Maduro y su combo contra Colombia, se agrega también el fomento soterrado del “síndrome territorial” que algunos sectores han tenido frente a Colombia. Una peligrosa mezcla. 

Sin embargo, en los momentos cruciales en las relaciones entre Estados, el diálogo debe prevalecer, independientemente de la modalidad que se escoja. 

En el conflicto colombo-peruano, que arrastró a los dos países a la guerra en 1932, la paz se logró mediante una curiosa coyuntura. El candidato liberal a la presidencia de Colombia, Alfonso López Pumarejo envió un mensaje de felicitación al mariscal Óscar Benavides cuando asumió la presidencia del Perú, a raíz del asesinato del presidente Luis M. Sánchez Cerro. El nuevo mandatario agradeció el mensaje de López y lo invitó a Lima. El candidato liberal acogió la invitación.  

Benavides había sido durante muchos años el más acerbo e intransigente enemigo de Colombia.  Incluso en 1911 había comandado como teniente coronel la expedición militar que expulsó de la margen derecha del río Caquetá a un pequeño destacamento colombiano, aduciendo que se encontraba en territorio peruano. 

López Pumarejo y Benavides habían coincidido en Londres cuando eran embajadores de sus respectivos gobiernos e hicieron una cordial amistad. En el discreto encuentro de ambos en Lima, sorpresivamente se logró la paz. Incluso operaciones militares colombianas que avanzaban victoriosas en territorio peruano al sur del río Putumayo fueron automáticamente suspendidas. 

Muchos años después del grave incidente de la corbeta Caldas en 1987 se llegó en 1990 al Acta de San Pedro Alejandrino, que marcó el inicio de la época de oro de las relaciones diplomáticas y comerciales entre los dos países. 

El diálogo y la concertación son indispensable en medio de las crisis. 

(*) Decano de la facultad de estudios internacionales, políticos y urbanos de la universidad del Rosario.  

       

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