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DIALOGO ENCUNETADO

Hay que parar el proceso de diálogo, pues la guerrilla está enviando un mensaje claro: no quiere hablar de paz

Semana
1 de mayo de 1995

SIEMPRE QUE ESTAMOS EN TEMPORADA de diálogos con la guerrilla (que es casi siempre) el problema para el gobierno de turno es si la opinión pública comparte o no la decisión de hablar con los alzados en armas. Ahora el problema es diferente. Lo que ocurre ahora es que la guerrilla no quiere charlar con el gobierno.
Pocas veces la gente había compartido tanto la decisión de reanudar el diálogo con la Coordinadora Nacional Guerrillera como lo hizo con el anuncio del presidente Ernesto Samper de intentarlo de nuevo. Pocas voces se alzaron en contra, lo cual es un logro difícil. Siempre hay un acto de barbarie de la guerrilla que causa repulsión y espanta el apoyo al diálogo como fórmula para buscar la paz.
Es más: la novedad en el planteamiento de Samper, que consistía en realizar esas conversaciones sin poner el alto el fuego como condición, tampoco levantó la polvareda que hubiera podido levantar. Todo el mundo lo apoyó, tal vez como un acto de resignación ante la única fórmula que no se había ensayado en los 13 ó 14 años casi continuos de pacificación charlada.
Pero una cosa es que las reglas del juego autoricen de alguna manera a la guerrilla a seguir dando plomo y otra muy diferente es que los guerrilleros realicen actos a través de los cuales están diciendo que no tienen interés alguno en lograr la paz. Eso es lo que está pasando ahora.
Uno de los temas más cacareados por las Farc y el ELN en los últimos años ha sido el de la humanización de la guerra y la ratificación por Colombia del tratado de Ginebra. El gobierno de Samper y el Congreso lo hicieron. Sin embargo, ambos grupos guerrilleros han violado los términos de ese tratado con tanta frecuencia y de una forma tan evidente que está claro que buscan deliberadamente un efecto específico.
Las Farc secuestraron a dos ingenieros suecos (del país de Europa más sensible a la violación de los derechos humanos, y las Farc lo saben bien), y montaron un mecanismo de liberación que incluía observadores de organizaciones no gubernamentales de otros países europeos. A todos ellos les pusieron conejo ante los ojos de mundo, con la disculpa de que los operativos militares en la zona habían impedido soltarlos. La falsedad de esa afirmación se demostró oocos días después, cuando el mismo frente liberó a un alcalde que estaba secuestrado en el mismo campamento de los suecos.
El caso del ELN es aún más evidente. Para nadie es un secreto que la mayoría de los elenos está en contra del diálogo. Pero a pesar de eso les encanta estar en las mesas de negociaciones y no se pierden un solo proceso de paz. Sin embargo sus actos los ubican en su verdadero sitio.
El asesinato brutal de los marinos venezolanos es mucho más que un acto de ferocidad. Los horrendos cortes de franela y corbata son, en el lenguaje de los asesinos, mensajes claros que van más allá del acto de matar para robar fusiles: son la notificación de que quieren sofisticar el conflicto más allá de las fronteras y violando los principios más elementales de la civilización, si se puede usar ese término para el caso de una guerra.
En ese marco no tiene ningún sentido conversar con la guerrilla. El presidente Samper y su comisionado Carlos Holmes Trujillo están a tiempo de parar, pues no existe ninguna posibilidad real de que un comportamiento guerrillero inhumano y provocador pueda ser la puerta de entrada a un proceso de paz exitoso.
Los signos de desprestigio internacional de la guerrilla colombiana han aumentado vertiginosamente en los últimos meses, y no sería raro que los grupos de ingenuos que les han servido al altoparlante en los foros mundiales empiecen a atacarlos muy pronto. Desde el punto de vista político, el error de la CNG es tan protuberante que parece cierto que Manuel Marulanda esté muerto.
El gobierno debería esperar un tiempo más antes de echarse al agua. La guerrilla no quiere hablar y lo está demostrando con hechos, lo que hace fácil pronosticar que el proceso de diálogo va a terminar irremediablemente encunetado.

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