Lo importante es que los mismos sean de carácter pacífico y que, por lo tanto, no afecten el respeto y solidaridad que siempre debe existir entre los seres humanos.
Afortunadamente, la humanidad, fruto de muchos y cruentos conflictos como las guerras y el terrorismo, poco a poco ha ido descubriendo las ventajas del diálogo entre diferentes como el mejor mecanismo para la solución pacífica de las diferencias y los conflictos. El diálogo permite, además de confrontar opiniones diversas, un análisis más profundo y desde diferentes ángulos de la realidad, por consiguiente, una mayor comprensión de la misma y de la manera de enfrentar las dificultades y encontrar soluciones.
En la democracia, el presidente de la República debe ser ejemplo en la búsqueda del diálogo, partiendo del respeto de las opiniones de otras personas, incluyendo la de los opositores políticos y sociales, así, en un momento determinado, no las comparta. En otras palabras, el presidente de la República debe ser ejemplo de prudencia, de tolerancia y evitar manifestaciones de intolerancia o descalificaciones políticas.
El diálogo, como mecanismo para resolver diferencias, se ha venido implementando, por parte de los diversos gobiernos, empresarios, trabajadores y comunidades sociales y étnicas, para la búsqueda de soluciones amistosas que permitan resolver los conflictos sociales y políticos. En Colombia, el diálogo también se ha venido dando con grupos armados ilegales a fin de procurar poner fin a la violencia que infelizmente nos ha tocado vivir en los últimos 56 años, y que para lo único que ha servido es para debilitar la vida democrática y el derecho de la población a vivir mejor, en paz y de manera reconciliada.
En ese camino, un cuidado que deben tener siempre nuestros gobernantes, sean de derecha, centro, izquierda o independientes, es el de ser más tolerantes y dialogar no solo con los ilegales, sino también con los legales. El Gobierno nacional, lo mismo que los gobiernos regionales y locales, deben dar ejemplo de ser más flexibles y pacientes con los legales que con los ilegales.
Considero que en todo diálogo con los grupos armados ilegales se les debe exigir unos mínimos democráticos, como el respeto a la población civil, el cese del secuestro de personas, la eliminación de la práctica de colocación de minas antipersonales y de cualquier otra acción violenta. Lo anterior, acompañado de ejemplos concretos por parte del Gobierno de cero tolerancia con la corrupción, el despilfarro, la violencia y las desigualdades sociales; lo mismo que procurar un clima de diálogo y entendimiento con los gobiernos regionales y locales en favor de la gente que vive en dichas regiones.
Reitero que en toda democracia lo malo no es que existan diferencias, sino la falta de canales en favor del diálogo social, que predomine la política excluyente del “yo con yo” o que los gobernantes se olviden que siempre deben enseñar con el ejemplo.