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Óscar Ramírez Vahos.
Óscar Ramírez Vahos - Foto: Suministrada

Diálogos con el ELN: Petro debe pararse de la mesa o reactivar los bombardeos

La ‘paz total’ no es otra cosa que eso: la estrategia de un presidente para pasar a la historia mundial por “haber acabado con la subversión y los narcos”.

Por: Óscar Ramírez Vahos

En esta nueva Colombia, donde los valores se han invertido de forma tan abrupta, los terroristas del ELN son “gestores de paz” y los ciudadanos que reclamamos contundencia contra el crimen somos “los guerreristas”. No importa que quienes pongan bombas o asesinen soldados indefensos sean ellos, los del ELN, y no nosotros, los ciudadanos que jamás hemos hecho daño a nadie.

El problema con que esta clase de etiquetado se imponga como narrativa oficial es que nos vamos a quedar con el terrorismo y con la mentira: el ELN es una guerrilla radical, si se quiere fanática, y costará miles de vidas de nuestros soldados y policías, el que Petro termine por comprender que esta organización terrorista no tiene ni tendrá vocación de paz.

Resulta evidente que la paz es un bien que todos deseamos. Nadie es feliz con las noticias de masacres, asesinatos, desplazamientos y secuestros. Poder sacudirnos de la violencia política que ha manchado la historia colombiana es un ideal nacional. Sin embargo, ese anhelo no puede estar por encima del sentido común, máxime cuando cuesta vidas, como las de los nueve soldados asesinados esta semana en el Catatumbo, en estado de total indefensión y sin que dicha unidad militar representara una amenaza real para los terroristas que los atacaron.

Muchos de los que están a favor de que se mantengan los diálogos con el ELN aducen que nosotros, los ciudadanos que nos oponemos, deberíamos “enviar nuestros hijos a la guerra”. Argumento débil, pues ignora que los efectivos de nuestro Ejército y Policía ingresaron a las filas de estas instituciones por una vocación de servicio, son profesionales y su honor es defender Colombia de amenazas como las del ELN. Lo que necesitan, en lugar de empatías hipócritas, es el respaldo institucional decidido para combatir a los terroristas.

El ELN desmintió a Petro cuando este aseguró que había un cese al fuego bilateral. Luego, ha atacado de manera letal por lo menos nueve veces al Ejército en lo corrido del año. Y pese a que se liberó a alias Violeta, terrorista responsable del atentado en el centro comercial Andino en Bogotá, esta guerrilla insiste en decir que no tiene garantías para dialogar. ¿Entonces por qué sigue en la mesa?

Petro, en este punto, tiene dos caminos: o sigue dialogando con el ELN en medio de la violencia, sin ceses al fuego ficticios, o sencillamente se levanta de la mesa de diálogo.

Si se decanta por el primer camino, Petro debe ordenar a la Fuerza Aérea reactivar los bombardeos contra la guerrilla. No hay razón para que no lo haga. No hay motivo para seguir renunciando a esa ventaja operacional del Estado frente a sus enemigos. Que sigan dialogando, en el extranjero, para llegar a un marco de impunidad y curules gratis si quieren, pero que no sigan atando de pies y manos a nuestros soldados y policías.

Pero todos sabemos que Petro elegirá seguir dialogando mientras el Ejército y la Policía parecieran tener la orden de no atacar a la subversión. Levantarse de la mesa de diálogo no es para él una opción, pues nada ni nadie se puede interponer en su camino de ganar un premio Nobel de Paz por haber “pacificado” al país.

La ‘paz total’ no es otra cosa que eso: la estrategia de un presidente para pasar a la historia mundial por “haber acabado con la subversión y los narcos”. Como enunciado suena bien, pero todos aquí sabemos que eso no ocurrirá si la estrategia es empoderar a los delincuentes mediante una serie de ventajas cuya generosidad, increíblemente, no les alcanza.

El ELN, por ejemplo, ha exigido debatir el modelo económico del país, una tesis en la que Petro los secundó al criticar el proceso de paz que se hizo en 2016 con las Farc. Eso es muy grave, pues en nombre de la paz estaríamos destruyendo nuestro modelo económico. Aquí, en últimas, solo hay una pregunta final, enorme y dramática: ¿cuál es el precio que pagará todo el país con tal de que Petro gane su nobel?