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La directriz del comandante del ejército que causó la investigación del periodista Nick Casey, un documento llamado “Planteamiento de objetivos 2019” que pedía a los comandantes de divisiones y unidades duplicar los resultados operacionales -las bajas- este año, siempre estuvo ahí.

Alonso Sánchez Baute, Alonso Sánchez Baute
21 de mayo de 2019

En la cada vez más violenta polarización que vivimos, la justicia y la ley importan dependiendo de quién las exija. Va este ejemplo: el país se paralizó cuando, amparada en la garantía de no extradición, la JEP ordenó la libertad de Jesús Santrich. Media Colombia exigió entonces el envío inmediato del exguerrillero a EE.UU. olvidando que el derecho son las pruebas. Pero como aquí no termina de apagarse un incendio cuando ya se ha encendido vorazmente otro, justo en medio de ese escándalo el New York Times publicó el famoso artículo sobre la directriz del comando del ejército y entonces a ese medio país para el que no eran importantes las pruebas contra Santrich, se les volvieron urgentes estas otras pruebas.

Pero resulta que, mientras Cabal -viralizando una foto falsa-preguntaba cuánto le habían pagado al periodista, Vélez se quejaba de falta de pruebas y algunos uribistas afirmaban que lo que dice el artículo es falso, la prueba reina estaba ahí. La directriz del comandante del ejército que causó la investigación del periodista Nick Casey, un documento llamado “Planteamiento de objetivos 2019” que pedía a los comandantes de divisiones y unidades duplicar los resultados operacionales -las bajas- este año, siempre estuvo ahí.

¿Por qué repetir una directriz que ya fue probadamente un fracaso? ¿Por qué de nuevo el asesinato de inocentes a cambio de un costillar de condecoraciones? El comandante del ejército la retiró luego "para evitar malas interpretaciones”. ¿Cómo hizo para retirar una prueba que, según tantos, no existía?

Peor: cuando era Secretario General de la Presidencia, Jorge Mario Eastman buscó impedir la publicación del artículo de prensa, pero no se ocupó nunca de echar atrás la directriz. Lo urgente no fue anular un documento que amenazaba con devolver al país al escenario de los falsos positivos, sino impedir que esta información se conociera. Esto es lo más preocupante, pues indica que hay quienes siguen viendo esta práctica con buenos ojos.

Por fortuna, en el país poco a poco se han venido generando cambios. Como el de este grupo de militares que, conscientes de los crímenes del pasado y del daño que esto hace a la propia institución, tuvieron suficiente ética y coraje para decir “yo a ese tren no me subo”. Un grupo de oficiales del cuerpo más obcecadamente obediente (no pueden votar precisamente por esto) supo decir “¡No!”.

Fueron leales con el ejército antes que con su comandante, pero también porque hay el miedo de acabar en la cárcel luego de una vida de servicios a Colombia, porque los debates públicos al respecto han prosperado para bien, y, en especial, porque hay hoy otro país, uno muy diferente al de hace 16 años. “¿Vale la pena sacrificarme -oí decir hace un tiempo a un excompañero mío de la Escuela Militar de Cadetes- sólo para que alguien siga por siempre en el poder?”.

A varios excompañeros también los he oído decir que en el Ejército hay a quienes les gusta la guerra, pero también los que quieren la paz. Quizá venga ahora una cacería de brujas al interior de la institución para conocer y sancionar a estos valientes oficiales. El país no solo tiene que agradecerles, sino también protegerlos para no volver a sufrir el dolor de las madres de Soacha.

@sanchezbaute

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