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Doctor Uribe, señora Santos: ¡no se divorcien!

Un matrimonio envidiable, pero hoy no se sabe cuál está más desequilibrado.

Daniel Samper Ospina
19 de enero de 2013

Soy de los que sueñan con que Uribe y Santos se reconcilien porque esa pelea conyugal me parte el alma, qué hago. Esta semana, cuando uno le gritaba al otro que era un canalla, me sentía viendo el capítulo de una telenovela en la que, después de una traición imperdonable, la bella Juan Manuel y el terrible Álvaro Obdulio terminan con su matrimonio y los senadores de La U padecen el drama de ser hijos de padres divorciados, pobres.


Y así es. De un momento a otro, todo cambió para Juan Carlos Vélez, Armandito Benedetti, Juan Lozano. Los papás se los turnan los fines de semana: un fin de semana los llevan al Ubérrimo; el otro, a Anapoima. El papá trata de ganárselos con regalos: les ofrece puestos diplomáticos y notarías; les da lotes en zonas francas. Juan Mamá, en cambio, los espera pacientemente en la Casa de Nari y con una abnegación conmovedora los obliga a hacer tareas: “Roy Leonardo y  Armando Alberto: ¡me hacen el favor y me pasan esta reforma ya mismo, así sea descabellada!”. Y la bancada en pleno se acomoda a esa nueva condición de crecer con los padres alejados. Las vacaciones de diciembre, por ejemplo, prefieren pasarlas con el papá, que les da gusto en todo: les regala cuatrimotos; los lleva a Panamá; los deja tener mascota, así sea un lánguido perrito pincher. En Nochebuena, invitan a Mancuso, que despresa el pavo, y rezan la novena con Papá Noel Restrepo, que reaparece desde la clandestinidad cargado con unos paquetes enormes, dentro de los cuales se destacan Andrés Uriel y Diego Palacio. Cuando les toca navidad con la mamá, en cambio, todo es más formal: el 24 deben ponerse mocasines y saco de rombos, saludar a todas las tías de beso y oír cómo canta  Tutina, con voz muy aguda, aquel villancico que la menciona.

Los cambios no han sido fáciles. Armandito se muestra más apegado a la mamá, porque le gusta la teta del Estado. Juan Carlos Vélez, en cambio, sueña con capar potros cuando grande, como el papá. Pero hay unos que me destrozan el corazón, como Juan Lozano, que de verdad no sabe qué hacer: si no lo conociera de antes, diría que el divorcio lo taró. O el senador Eduardo Merlano, que se refugió en el licor y la camioneta. O la doctora Dilian Francisca, que acabó en la cárcel por lavado: así era de limpia.

No me gusta meterme en los problemas de pareja de los demás, porque después se reconcilian y uno siempre sale perdiendo. Pero luego del tono con que se insultaron esta semana, considero que la pelea tocó fondo y que no me puedo quedar callado. Y por eso quiero pedirles tanto a Santos como a Uribe que vuelvan, así sea por los niños. 

En las elecciones de ayer eran un matrimonio envidiable que nos hacía suspirar a todos. Parecían el uno para el otro. Uno veía que se adoraban. Era imposible no creer en el amor. 

Pero hoy no se sabe cuál está más desequilibrado. Papá Uribe ya tiene los ojos desorbitados y atraviesa una fase de negación que le hace olvidar, incluso, a su exjefe de seguridad. Juan Mamá, por su parte, se refugia melancólicamente en las operaciones de belleza: se pone un poquito de botox aquí, se inyecta los párpados allá, se retoca la próstata. Y lanza repentinos insultos contra su expareja, a quien hace unos meses llamó delante de sus hijos “Rufián de barrio”, que en la lógica uribista significa “buen muchacho”. 

Bien. Me harté. Basta ya. No sean bobos. Los dos quieren lo mismo para sus hijos, y es que trabajen para ellos. Y ambos son mucho más parecidos de lo que creen. Por ejemplo: ninguno ha hecho nada por defender el medio ambiente. Y ambos son vanidosos y ególatras, y se aman a sí mismos de manera casi obsesiva, lo cual es especialmente meritorio en el caso de Juan Mamá, porque significa que no le importa el físico. Y juntos trataron de cooptar, cada uno a su manera, la rama Judicial: Uribe papá espiando a la Corte y montando conspiraciones contra los magistrados. Juan Mamá, en cambio, a través de esa reforma a la justicia que se inventó, y frente a la cual después se hizo el loco, en la que, como buena mamá consentidora, ofrecía premios a congresistas y magistrados de la Corte, para dicha de don Leonidas, el más destacado de los Bustos del país desde que se fue Sofía Vergara. 

A los ingenuos que aún creemos en el amor, este espectáculo nos sobrecoge. Y por eso utilizo esta tribuna para pedirle a esa pareja que compartió tantas cosas lindas en el pasado –esos besos en el parque, ese escándalo de los falsos positivos, esos bombardeos que ordenaban juntos-, que recapacite. Estamos en tiempos de la política del amor: ¿a qué pelear ahora por saber en qué gobierno se cometieron más atentados o cuál mandatario es más mentiroso? Ambos tienen razón en sus insultos al otro. Juan Manuel fue tan canalla que alcanzó a trabajar en el gobierno de su ex; Uribe tan rufián que nos dejó a Santos trepado en el poder: ¿no es eso suficiente para que se amen de nuevo? El país entero se los pide: reconcíliense. Se nota a leguas que todavía sienten deseos el uno por el otro. Dense otra oportunidad, no sean malitos, que amar es perdonar. Y ya estamos hasta el Leonidas Bustos con su telenovela.