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Dos años, y falta lo peor

Ya no es necesario un virrey en Bogotá, porque basta con Luis Alberto Moreno en Washington, que se hinca de rodillas antes que se lo pidan

Antonio Caballero
11 de septiembre de 2000

Se acaban de cumplir dos años, sólo dos, de este interminable gobierno de Andrés Pastrana. ¿Y qué? Nada. ¿Qué hubo de lo del cambio aquel, que iba a ser ahora? Nada. Seguimos en lo mismo, pero aún peor. La guerra que se ahonda, la política que se encenaga en la mera corrupción, la economía que se hunde todavía más, la huida de la gente en cada día mayor número, hacia el desplazamiento o el exilio. Y la poca soberanía que nos quedaba, que se evapora. Ya ni siquiera es necesario un ‘virrey’ norteamericano en Bogotá, como Myles Frechette, porque basta con un Luis Alberto Moreno en Washington, que se hinca de rodillas aun antes de que le pidan que agache la cabeza. Por eso se va el embajador Curtis Kamman: un teléfono es más que suficiente.

Lo único que no ha cambiado en estos dos años es el presidente Pastrana. Cada día se lo nota más satisfecho de sí mismo, más contento de ser quien es, más encantado de haberse conocido. ¿Le han visto las risitas? Y si no me lo creen, pregúntenles a Nohra y a los niños.

Al cabo de dos años de frívolo desgobierno…

(No es que los cuatro anteriores fueran mucho mejores: sólo el ex presidente Ernesto Samper, si le creemos lo que cuenta en su libro, aunque no hay razón ninguna para que le creamos nada, gozó con ellos: el tinto inmejorable de Palacio, la arepa’e huevo exquisita de la Casa de Huéspedes de Cartagena, la changua de Hato Grande, la pepa de cianuro de Nueva York, tan heroica. Y antes, los años de Gaviria, que ni siquiera él mismo supo gozar: sólo al final empezó a hacer ‘el trencito’ y a contratar conjuntos vallenatos).

…al cabo de dos años de frívolo desgobierno, digo, sólo se me ocurre una cosa digna de mención en el pastranato, por la cual este presentador de noticiero que hoy nos gobierna va a pasar a la historia. No son las idas y venidas estériles de los correveidiles de la paz; ni las vueltas y revueltas inútiles de los alcahuetes del ‘cambio’ político; ni las reformas y contrarreformas dañinas de los mandaderos de la economía, que cumplen los mandados criminales (sí: criminales) de sus jefes del Banco Mundial y el Fondo Monetario (que son a veces sus antecesores: Junguito, Perry); ni tampoco las fantochadas, criminales también, de los generalotes que están perdiendo la guerra. Y mucho menos las tonterías que en estos dos años (como en los anteriores, sí) se han hecho (se han seguido haciendo) en los campos de la justicia, de la educación, del medio ambiente, de las comunicaciones, de lo que a ustedes se les venga a la cabeza, en orden o en desorden. Todo lo que ha hecho en dos años este gobierno es malo: todo. Hace ya muchos años, muchos decenios, que en Colombia las cosas funcionan así, y cuando algo bueno ocurre no es porque lo haga un gobierno, sino porque se ha hecho a pesar suyo y “a sus espaldas”: el libro de un escritor, el cuadro de un pintor, la faena de un torero, la victoria de un ciclista. Todo, en el exterior. Andrés Pastrana, repito, es lo mismo de siempre. Si es peor, es sólo porque su ineptitud viene a sumarse a un largo cúmulo de ineptitudes anteriores.

Pero tiene algo digno de mención, por lo cual pasará a la historia por encima de la inepta frivolidad de tantos de sus predecesores: el Plan Colombia. Nada tan terrible le ha pasado a este país desde aquel famoso discurso de un ministro de Mariano Ospina en el Congreso anunciando que su partido se proponía ganar las elecciones “a sangre y fuego”; que no desató, pero sí condonó, legitimó, fomentó y agravó aquello que se llamó “La Violencia”.

¿Qué es el Plan Colombia?

Pastrana lo ha explicado, sin querer que lo entiendan. Horacio Serpa (“jefe de la oposición”: un chiste, supongo), sólo lo entendió cuando se lo explicaron en persona los norteamericanos. Lo que no es de extrañar, pues fue concebido por ellos y redactado originalmente en inglés. Es un plan, dicen ellos dos (y sus amos), para la salvación de Colombia. Pero a mí me recuerda a un viejo corrido de los tiempos de la revolución mexicana:

“Mi México, febrero veintidooooos./

Dejó Carranza pasar americaaaaanos:/

Tres mil soldados, doscientos aeroplaaaanos/

Buscando a Villa/ por tod’uel/

paíííííís…”.

El Plan Colombia consiste en que dejó Pastrana pasar americanos. Y se nos viene encima una lluvia de sangre.

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