Home

Opinión

Artículo

DOS PAJAROS DE UN TIRO

En Colombia el camaleonismo economico, el travestismo politico, el transformismo burocratico indican un fuerte caracter.

Antonio Caballero
4 de noviembre de 1996

Juró Carlos Lemos su cargo de vicepresidente en la Plaza de Armas del Palacio de Nariño en medio de un estruendo de tambores y trompetas marciales. Tenemos por fin nuevo Vicepresidente, si es que la palabra 'nuevo' sirve para describir a alguien tan largamente manoseado, tan minuciosamente curtido, tan camaleónico. Pero es que si ha llegado a su actual cargo ha sido precisamente por manoseado, por curtido, por camaleónico. En Colombia el camaleonismo ideológico, el travestismo político, el transformismo burocrático, son tenidos por indicios seguros de reciedumbre de carácter.
Desde muy joven presentó Carlos Lemos síntomas de esa reciedumbre de carácter. Indignado en sus más sólidas convicciones al ver que el entonces presidente Carlos Lleras destituía de su cargo de embajador en Chile a su padre, Antonio José Lemos, impidiéndole con ello completar la ristra de empleos públicos necesaria para la jubilación, abominó para siempre del llerismo y se convirtió al comunismo. Pero alguna mala jugada debieron de hacerle también sus nuevos camaradas (esas que se hacían entonces, cuando todavía los financiaba la Unión Soviética: tal vez le embolataron un viaje de recreo a Bulgaria con viáticos en rublos, o algo por el estilo), porque muy pronto Lemos, movido por un nuevo estallido de indignación moral, apostató también del comunismo y se hizo lopista para poder ocupar el cargo de gobernador del Cauca. Después de López vino Turbay, así que Lemos dejó de ser lopista para convertirse al turbayismo: esa doctrina: "de los más honestos y los más capaces" que permite a sus fieles adoptar a voluntad la forma del recipiente burocrático que los contiene, como si fueran líquidos. Y de ahí en adelante ya no volvieron a faltarle recipientes a las cambiantes formas de Carlos Lemos: no iba a repetirse en el hijo la triste historia del padre, que se quedó sin pensión de jubilación. Fue concejal, representante, senador, secretario general de la Presidencia, canciller, ministro de Comunicaciones, ministro de Gobierno, embajador en Viena, embajador en Londres. Sólo su odio inextinguible por sus antiguos camaradas (tremendo: lo que le hicieron tuvo que ser peor que lo de Bulgaria. ¿No lo quisieron designar secretario vitalicio de la Juventudes Comunistas? ¿Suplente de Gilberto Vieira?) lo llevó a soltar brevemente sueldo y carro oficiales durante el tiempo en que Betancur quiso hacer la paz con las guerrillas comunistas. Pero esa travesía del desierto duró poco, gracias a Dios. Vino Barco, y con él volvieron para Lemos los puestos públicos, los ministerios y las embajadas, en las que sigue todavía. Ahora, además, los desempeña de dos en dos: es a la vez embajador y Vicepresidente. Su carrera asombrosa (¡con qué orgullo lo mirará su padre desde el cielo!) ha terminado por desatar un frenesí colectivo, que consiste en proponer más y más cargos para que los acumule Lemos. Embajador en Londres, bien. Vicepresidente, bien, pero ¿por qué no, además, embajador en Washington? Sería una bonita revancha póstuma sobre Carlos Lleras quedarse con el puesto de su hijo; y, por añadidura, la cara de ultraderechista fanático de Lemos convendría más al cargo que la de Lleras de la Fuente, con su barba rizada de guerrillero castrista o de terrorista islámico: el subsecretario Gelbard y el senador Hesse Helms, y la terrorífica señora Reno, lo recibirían como a un hermano mellizo largamente perdido. Pero aún hay más propuestas: Lemos ministro del Interior, en sustitución de ese peligroso populista de Horacio Serpa. O Lemos superministro: coordinador supremo de un gabinete de guerra. O, claro está, Lemos presidente. Sí, para todo eso sirve Carlos Lemos, que ha demostrado de sobra que se le mide a cualquier cargo. Pero desde aquí quiero yo también proponer otro particularmente adaptado a su polifacética personalidad. Un cargo con el cual, además, se matarían dos pájaros de un tiro: se le encontraría oficio al Vicepresidente (como lo vimos con Humberto de la Calle no hay nada más incómodo que un Vicepresidente sin oficio), y se resolvería un grave problema que tiene Buenaventura. Resulta que el alcalde de esa ciudad, no contento con el basurero en que se ha convertido toda ella, ha decidido importar 12.000 toneladas mensuales más de basuras desde Europa, donde por lo visto ya nos les caben. Por alguna razón misteriosa, los europeos prefieren asumir los altísimos costos del transporte marítimo de las basuras hasta la costa colombiana del Pacífico que montar en su tierra una planta recicladora. Y el alcalde, generoso, se ofrece a montarla en Buenaventura. Pero hay protestas: se teme que las basuras puedan ser contaminantes, etc. Para acallarlas ¿qué mejor que nombrar a Carlos Lemos como director de la planta? Su experiencia de toda una vida de reciclador profesional de sí mismo es la mejor garantía de que el reciclaje sería perfecto. Y tendría oficio. Eso sí, con sueldo y carro. Y pensión de jubilación.

Noticias Destacadas