Home

Opinión

Artículo

OPINIÓN

Duque, destétese de los afortunados

Ese es el camino que hoy debe imponerse el presidente Duque y entender que el país que gobierna después del virus no será el mismo y deberá ganarse la confianza de sus ciudadanos centrando sus esfuerzos en fortalecer una agenda que consolide un sistema de salud pública eficiente y eficaz que privilegie al paciente y no al cliente

Javier Gómez
21 de abril de 2020

La pobreza como sinónimo de hambre en Colombia cobra vigencia ahora que la pandemia nos confinó y obligó a que el aparato económico se detuviera y tras él toda esa actividad informal, en muchos casos ilegal, de la que logran un sustento diario cerca del 60 por ciento de los colombianos.

Tras este confinamiento prolongado tenían que aflorar los problemas sociales, diría endémicos, que padece la sociedad colombiana. Uno de ellos, por supuesto, es el de la marginalidad acompañada de ese trauma que implica estar pensando a diario cómo conseguir el pan y el agua de panela de mañana o cómo comprar el pedazo de hueso para el caldo con que alimentar a sus hijos.

Es la pobreza como norma la que se moviliza hoy en Colombia a través del “Trapo Rojo” para conseguir qué comer cuando las ayudas estatales se demoran o brillan por su ausencia. Es verdad, administrar esta inesperada crisis que provocó el coronavirus es algo inédito en la historia de Colombia, pero es también verdad que ella se resuelve con medidas audaces de acuerdo con las circunstancias y pensando en el futuro, partiendo de la experiencia del presente.

Tras advertir que después de la pandemia el mundo no será el mismo, el exsecretario de Estado Henry Kissinger, dijo que “es necesario un gobierno eficiente y con visión de futuro para superar los obstáculos sin precedentes en magnitud y alcance global. Mantener la confianza pública es crucial para la solidaridad social para la relación entre las sociedades entre sí y para la paz y la estabilidad internacionales”.

Ese es el camino que hoy debe imponerse el presidente Duque y entender que el país que gobierna después del virus no será el mismo y deberá ganarse la confianza de sus ciudadanos centrando sus esfuerzos en fortalecer una agenda que consolide un sistema de salud pública eficiente y eficaz que privilegie al paciente y no al cliente; al tiempo que debe optar por mecanismo que contribuyan a reactivar el aparato económico, cerrar la brecha social y dimensionar propuestas como por ejemplo el Ingreso Mínimo Vital, osadía que hizo realidad el gobierno de España para favorecer a los más necesitados pensando no en el ahora, sino en las dificultades que se avecinan.  

Por qué antes de pensar en soluciones asistenciales como resolver con mercados y dineros gota a gota las necesidades de las gentes más pobres, el gobierno no utiliza la declaratoria de emergencia e institucionaliza el Ingreso Mínimo Vital (IMV) para garantizar un ingreso sostenido a las familias que hoy hacen parte de esa población vulnerable sistematizada en el sisben o en el programa Familias en Acción. Los recursos están, por ejemplo, en las exenciones de impuestos a los grandes capitales que suman cerca de 70 billones de pesos anuales.

Es una medida redistributiva y democratizadora del ingreso en un país en que la mayoría de su población navega en las aguas de la desigualdad. Además, una solución de esta naturaleza le da poder adquisitivo a la población más pobre, tendrá con que comprar o consumir con el subsiguiente beneficio de ayudar a la reactivación del campo, la actividad comercial en las tiendas de barrio, supermercados y la industria manufacturera. Eso sí, que ese Ingreso Mínimo Vital llegue directamente al beneficiario, sin intermediación de un banco.

Son medidas que no dan espera. La crisis nos toca y nos tocará fuertemente. No puede mirar de soslayo el gobierno la violenta irrupción del coronavirus en las potencias económicas mundiales como el centro de Europa y Estados Unidos, países con los cuales tenemos una relación comercial abrazadora muy especialmente con el coloso del norte, nuestro principal socio comercial; países que, apenas en mitad de la pandemia, ya registran índices negativos y una creciente ralentización de sus economías, situación inesperada que los llevará a atender sus propios intereses ensombrecidos por las incalculables pérdidas de puestos de trabajo.

A ese frente tiene que ponerle el pecho el Gobierno Duque, ahora que la caída en los precios del petróleo también nos afectará los ingresos de la nación, y para llenar ese hueco fiscal debe tomar decisiones pensando en un país distinto; insisto, los colombianos no podemos aceptar que a través de la exenciones los ricos dejen de pagar impuestos, el tsunami de la crisis ya nos toca a la puerta y esos 70 billones que dejan de retribuir hoy son más necesarios que nunca, si se habla de reforma tributaria ese debe ser su objetivo, todo ello con la sabida claridad de que la pandemia no respeta clase social y tampoco privilegios que, no obstante resguardarse en sus lujosas viviendas, no se pueden considerar a salvo del coronavirus.

Hágase ver Duque, quítese la máscara de los bancos y de los grupos que gobiernan la economía, destétese del senador Uribe y mande pensando en el futuro y en la mayoría de los colombianos. Pase a la historia, los acontecimientos lo ameritan.  

@jairotevi     

         

Noticias Destacadas