ECONOMIA PARA NO ECONOMISTAS
La mayoría de los colombianos tenemos corazón de "manolitos"
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Lo único peor que tener que entender la situación económica para manejarla es no entenderla y tener que padecerla. En esta última situación nos encontramos el 90% de los colombianos, gústenos o no. Nos movemos en una dimensión citadina en la que la comprensión de conceptos como la crisis del sector externo, el déficit fiscal y la crisis financiera nos está prácticamente vedada, por culpa, entre otras cosas, de los mismos economistas, que celosamente guardan en secreto su significado acudiendo al ardid de referirse a tales problemas con un lenguaje desprovisto del más elemental y cortés toque de cotidianeidad.
No obstante, los ciudadanos corrientes y molientes nos las hemos arreglado para no quedarnos científicamente en babia, frente a fenómenos que se nos han convertido en constantes nacionales. A pesar, por ejemplo, de los esfuerzos que hacen los economistas para obnubilarnos el entendimiento, hemos logrado captar que en el manejo económico existen mayores o menores grados de libertad, y que en el caso específico de Colombia, tal libertad se ha venido estrechando progresivamente. El camino económico actual es tan estrecho, captamos los ciudadanos corrientes, que casi podríamos afirmar que por él viene caminando el gobierno con pasos de equilibrista sobre el filo de una navaja, dependiendo por el momento de una larga y oscilante varilla para evitar la caída en uno u otro abismo de los que bordean el estrecho camino.
Si de un lado nos aguarda la depresión, con su consiguiente riesgo de colapso financiero y de un gran desempleo, por el otro nos aguarda la hiperinflación. Una hiperinflación que el país no se sueña, porque en toda su historia la ha vivido apenas durante dos meses, en el gobierno de López Michelsen. Pero aún nos queda una tercera opción, según entendemos los ciudadanos corrientes, que es la de seguir adelante haciendo equilibrios, caso en el cual necesariamente, como hemos empezado a palparlo, nos aguarda una confrontación con el Fondo Monetario Internacional.
Del manejo que haga el gobierno de estas relaciones depende que el país pueda construir el puente para pasar al otro lado, en lugar de caer fatalmente en uno de los dos abismos mencionados.
Si decidimos acudir al FMI, los ciudadanos corrientes tenemos el presentimiento de que terminaremos trenzados en un diálogo con la libertad económica, que no quisimos adoptar cuando teníamos por qué, y que posiblemente tendremos que implantar, ahora que no tenemos con qué.
Pero hay algo que no se arregla por más fondos monetarios o palancas financieras internacionales semejantes. El manejo económico de los dos primeros años de este gobierno hace difícil encontrar en Colombia a alguien dispuesto a asumir riesgos de inversión a plazos mayores de tres meses, sencillamente porque si todavía son bastantes los ciudadanos que creen en BB desde el punto de vista político, son tan escasos como los dinosaurios quienes aún le depositan su confianza desde el punto de vista económico.
La razón es que la mayoría de los colombianos tenemos corazón de "manolitos", que no significa cosa distinta de unas honestas ganas de dar brincos capitalistas sobre la rayuela económica que nos dibuja el Estado sobre el asfalto.
Sin embargo nos encontramos, irónicamente, con que estamos viviendo el sistema económico más socialista de toda la historia del país. Y de que ello no ha pasado inadvertido son prueba los casi cinco mil millones de dólares que, se calcula, tienen los colombianos en el exterior.
Si miramos solamente el sistema financiero, no nos queda difícil afirmar que lo único que falta para socializarlo del todo es que la asignación de tipo institucional que ha venido haciéndose se convierta en una asignación política de los créditos. El caso de Eduardo Jaramillo en Cementos Samper le dejó a muchos colombianos en la boca el amargo sabor de que puede no estar lejos el día en el que haya que ser amigo del gobierno para que a uno le presten plata, o le prorroguen el plazo para pagar la que debe.
Si existe algún consuelo es el de que indudablemente no podemos estar en manos más serias que las del actual ministro de Hacienda. Sin embargo corren rumores, rumores de que ese enfrentamiento natural que todo ministro de Hacienda tiene normalmente con sus colegas, entendiendo que una de sus principales funciones es la de decirle a los otros Ministros que no, que no hay plata, se ha recrudecido en los últimos días Rumores de que el ministro de Hacienda cero y van varios, varios amagos de renuncia. Rumores, en fin, que permiten pensar que a las evidentes dificultades económicas se suman dificultades políticas internas del gobierno, en una época en la que el apoyo al ministro de Hacienda, especialmente por parte del Presidente, debe ser irrestricto.
Hasta aquí lo que captamos los ciudadanos del montón, que evidentemente no es mucho, porque como decía al principio, no necesitamos entender la economía para padecerla. Pero hay oportunidades en las que indudablemente nos gustaría entenderla más y padecerla menos.