Home

Opinión

Artículo

OPINIÓN ON-LINE

Un protagonismo fatal

¿Acaso no son conscientes el Fiscal y el Procurador del daño que le han hecho al país con estas intervenciones que han ido más allá de sus fueros constitucionales?

Semana.Com
15 de marzo de 2016

El país está ya fatigado con el protagonismo excesivo que han tenido el Fiscal Eduardo Montealegre y el Procurador Alejandro Ordoñez, quienes desbordando sus funciones legales y constitucionales tomaron la decisión de opinar todos los días y a toda hora sobre lo divino y lo humano. Ordoñez más de lo primero que de lo segundo, pero, en todo caso, ambos de manera excesiva. Han pasado gran parte de su tiempo frente a las cámaras de televisión como si eso evidenciara su compromiso con el control de la función pública o el ordenamiento legal.

Esta semana de manera sorpresiva se sumó al coro el Contralor General de la República, Edgardo Maya, quien entró a opinar sobre los mecanismos de refrendación de los acuerdos de paz de La Habana. Ojalá no sea el primer paso del contralor por un vía equivocada.

¿Acaso no son conscientes el Fiscal y el Procurador del profundo daño que le han hecho al país con estas intervenciones excesivas que han ido más allá de sus fueros constitucionales? ¿Por qué estos altos funcionarios públicos, llamados a cumplir funciones específicas y de enorme importancia para el país, se creen con derecho a opinar sin límite de todos los temas, invadiendo sin reato alguno las responsabilidades que le corresponden a otros funcionarios del Estado?

Repasemos brevemente lo que dice la Constitución. Según el artículo 250, “la Fiscalía General de la Nación está obligada a adelantar el ejercicio de la acción penal y realizar la investigación de los hechos que revistan las características de un delito que lleguen a su conocimiento por medio de denuncia, petición especial, querella o de oficio (…)”. ¿Qué tienen que ver las delicadas negociaciones de paz entre el gobierno y las FARC con la función de impulsar la investigación penal?

El Procurador General de la Nación es, de acuerdo con el artículo 275 de la Carta de 1991 “el supremo director del Ministerio Público” y le corresponde, según la propia página web “velar por el correcto ejercicio de las funciones encomendadas en la Constitución y la Ley a servidores públicos”, a través de sus tres funciones misionales principales: la función preventiva, la función de intervención y la función disciplinaria. A pesar de ello, Alejandro Ordoñez, fundado en una lectura laxa del ordinal 3º del artículo 277 que la asigna la tarea de “defender los intereses de la sociedad”, se creyó con derecho a opinar de todos los temas que afectan al país sin ninguna restricción, desde el aborto, los derechos de la población LGTB hasta los diálogos de paz en La Habana. Algo totalmente indeseable, pues, el Procurador ha utilizado su tribuna, privilegiada, para intentar imponer sus preferencias ideológicas o religiosas.

Y ahora enfrentamos el riesgo de que el Contralor se vea tentado, igualmente, a ingresar al club de protagonismo indebido. A pesar de que el artículo 267 de la Constitución es diáfano cuando afirma que “el control fiscal es una función pública que ejercerá la Contraloría General de la República, la cual vigila la gestión fiscal de la administración y de los particulares o entidades que manejen fondos o bienes de la Nación (…)”. Es decir, que se trata de una entidad de carácter técnico.

El daño que este protagonismo le hace a la institucionalidad del país no tiene nombre. ¿No se dan cuenta de hasta qué punto coadyuvan a desvertebrar las instituciones, al invadir las funciones de otros órganos del Estado? ¿No se dan cuenta  de hasta qué punto afectan la gestión gubernamental? En vez de coadyuvar a la colaboración armónica entre las entidades del Estado, se convierten en focos de polémica y confrontación interinstitucional.

Desde mi perspectiva, el país debe aprovechar la coyuntura del cambio en la Fiscalía y la Procuraduría para nombrar funcionarios dispuestos a cumplir su labor con dedicación y discreción. Hablar a través de los fallos y las resoluciones como se decía antiguamente y no a través de los micrófonos y las pantallas de televisión.

Y quienes aspiren a estos cargos y no puedan contener su afán de protagonismo, es preferible que se lancen a la política abierta y así puedan opinar sin restricciones sobre todo lo divino y lo humano.