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¿Dejaría usted la educación de sus hijos en manos del exprocurador Ordóñez?

No quedan dudas para este nuevo Tomás de Torquemada que Alejandro Gaviria merece, literalmente, la hoguera.

Joaquín Robles Zabala, Joaquín Robles Zabala
11 de mayo de 2017

La duda está más cerca de la ciencia; la certeza, de la fe. Los científicos casi nunca están seguro de nada mientras que profetas y curas parecen conocer el origen de todas las cosas. Dios es, para estos señores, un misterio que tiene la respuesta a todas las preguntas. Los hombres de ciencia leen montones de libros y escriben otros tantos; exploran con sus telescopios las profundidades del Universo y con sus microscopios el mundo invisible de las bacterias y virus que producen las enfermedades; estudian los procesos humanos para comprender mejor a las sociedades; dedican largos años en la búsqueda de la cura para una enfermedad aunque al final del día los interrogantes sean mayores. Los profetas y curas, por su lado, leen la Biblia y aseguran tener todas las respuestas. ¿En cuál de estos hombres pondría usted, padre de familia, la educación de sus hijos?

Alejandro Gaviria ha demostrado a lo largo de su vida pública que es un hombre inteligente, poco ortodoxo y claramente liberal. Alejandro Ordóñez, por el contrario, ha dejado ver con sus actuaciones que tiene más corazón que cerebro. Quemar libros no es un acto de heroísmo ni mucho menos de protesta. Quemar libros es una acción de amplia y profunda barbarie. Sigue creyendo, como los curas medievales, que el estudio de la naturaleza se constituye en un desafío a los principios divinos, que la guerra contra la ciencia es el triunfo de la religión y sus dogmas, ignorando, por supuesto, que estos son productos de la imposibilidad del hombre primigenio de explicar racionalmente los hechos misteriosos del entorno.

No quedan dudas para este nuevo Tomás de Torquemada que Alejandro Gaviria merece literalmente la hoguera. Le horroriza que un funcionario de pensamiento liberal se declare ateo y que un par de ministras se refieran abiertamente a su sexualidad. Si el alcance de su poder le diera para crear leyes, volvería a aquella de confinar durante cinco años en solitario a todo aquel que negara la existencia de Dios, o la muerte si al final de su condena no se había reformado. Así de sencillo porque para él el valor de las creencias está por encima del valor de los hombres. No tiene ni la más remota idea de que no fue casual que con la aparición del ateísmo y el agnosticismo en el siglo XVIII se originó la Ilustración, que dio origen a su vez al nacimiento de la ciencia moderna.

Para el cantinflesco personaje no existe la posibilidad de que el mundo pueda explicarse sin Dios. No existe la posibilidad de explicar la configuración del Universo, ni la fuerza de gravedad de la que hizo referencia Newton, ni el movimiento de los astros alrededor del Sol ni de este alrededor de la galaxia. La fe sigue siendo para este señor la roca de la montaña sobre la cual edificaron la iglesia. Le interesa un carajo que la ciencia haya explicado un montón de cosas sobre el Universo y su configuración y cómo la luz de la estrella mayor llega a la Tierra a una velocidad de 300.000 kilómetros por segundos. Para él es blasfemo la teoría darwiniana de que los humanos tienen su origen en los animales primitivos, que hemos llegado a donde estamos gracias a una selección natural y que en este sentido Dios nada tuvo que ver.

El troglodita está convencido de que todo el Universo es un escenario ordenado por Dios. Es un convencido de la teoría de que nada en este teatro se mueve sin su voluntad. Esto define, en pocas palabras, el fundamentalismo subyacente en toda creencia religiosa, pues la posibilidad de que existan tonalidades distintas al blanco y negro es, sencillamente, una blasfemia. Dios es Dios y por encima de él no hay nada ni nadie. Lo anterior define, igualmente, el absoluta convencimiento en las jerarquías que dieron origen a esa pirámide social colonialista que ilustraban los antiguos textos de historia, donde en la punta más alta del triángulo estaba la divinidad, seguido del rey, la nobleza y comerciantes. En la base, por supuesto, se hallaba el pueblo raso, que incluía a campesinos, negros e indígenas. De ahí la creencia de que no solo por encima de todo está Dios, sino que por el encima de él no puede estar siguiera la Constitución Política que rige los destinos de los pueblos, pues esta fue hecha por hombres (pecadores) y la Biblia es la divina voluntad del Creador.

Dentro de ese abanico de voluntades y jerarquías, los hijos no eran hijos sino propiedad del padre; las mujeres, “cosas”; los reyes descendían de Dios y los Papas eran sus secretarios en la Tierra. Si nos convenciéramos de que el alma “divina” reside en el cerebro y que el cerebro es un sinnúmero de circuitos eléctricos interconectados, nos habríamos evitado muchas guerras, solía decir el gran Ralph Waldo Emerson en las reuniones de amigos. Pero eso, quizá, no lo entienda el troglodita que tiene sueños presidenciales. Jamás lo podrá entender la señora Viviane Morales, proponente de un proyecto de ley que busca evitar la adopción de niños entre parejas del mismo sexo u hombres viudos o separados. Jamás lo podrá entender su marido, Carlos Alonso Lucio, un payaso corrupto que fue miembro del M-19 y que hoy funge como pastor de una iglesia cristiana.

Si a la señora, como a sus seguidores, le interesara de verdad el futuro de los niños de Colombia, propondría leyes más eficientes que metieran en cintura a los padres que abandonaran a sus hijos, y de esta manera no buscaría ponerle el palito en la rueda a aquellos que quieran adoptarlos. Se interesaría, con la ayuda de ese Congreso del cual hace parte, llevar a cabo estudios sobre los procesos de las familias diversas y la adopción de los homosexuales. Se interesaría en saber cómo han sido esos métodos de crianza de los niños con dos papás o dos mamás. Cada vez que escucho alguien decir que la Biblia es clara en el concepto de familia, dan ganas de entrarle a “cocotazos” por ignorante y porque es un tambor que replica el pensamiento ortodoxo de figuras públicas tan cuestionadas como el exprocurador Ordóñez, María Fernanda Cabal y Paloma Valencia. Pero, sobre todo, porque creen que por encima de la Biblia solo está Dios, y la Constitución Política de Colombia no puede estar por encima del libro sagrado ni mucho menos del “Señor, tu Dios”.

En Twitter: @joaquinroblesza
E-mail: robleszabala@gmail.com

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