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EFECTOS ECONOMICOS DE LA REFORMA TRIBUTARIA

Por: Semana

Una reforma tributaria para lograr que los colombianos pagaran los impuestos que les corresponden era indispensable, inevitable e inaplazable. El nivel que había alcanzado la evasión tributaria era inaceptable. Ese deterioro de los ingresos del Estado, junto con el proceso de desorganización del gasto público, resultó en un déficit fiscal que se ha convertido, en un obstáculo insalvable que condiciona cualquier intento de formular una política económica sana.
En el primer artículo que escribí para SEMANA en mayo del año pasado, concluía: "El déficit es un cáncer que afecta la actividad del gobierno y que condiciona su capacidad de adoptar políticas orientadas a desarrollar los demás sectores de la economía y de la sociedad"; y preguntaba "¿Cuáles serán los programas de los candidatos a la Presidencia de la República para reducir o eliminar el déficit fiscal?". La Reforma Tributaria de 1982 es la primera parte de la respuesta del gobierno Betancur a esta pregunta.
Algunos comentaristas se han limitado a cantar un ditirambo a la Reforma Tributaria porque consideran que es la contrarreforma de la de 1974.
En mi opinión, la Reforma Betancur no constituye una rectificación de fondo de la Reforma López puesto que mantiene y desarrolla los principios e instrumentos incorporados a nuestra legislación tributaria hace ocho años. El cambio en los niveles de tarifas no constituye una rectificación fundamental, sino un ajuste necesario para compensar la inflación, cuyo precedente ya había creado la administración López. Más aún, la Reforma Betancur no deroga ninguno de los principios ni de los mecanismos de la reforma anterior. Cabe preguntarse, ¿cuáles serán los efectos económicos a corto y mediano plazo de la Reforma Tributaria?
El efecto inmediato de cualquier medida de fondo que busque el aumento del pago de impuestos es de expectativa y de análisis. Es, pues, probable que un conjunto de medidas severas, orientadas a controlar la evasión fiscal y a aumentar los ingresos del Estado, genere en los empresarios una actitud de análisis y de expectativa, que entorpezca el esfuerzo de reactivación. Ese efecto es especialmente delicado, cuando el país lleva más de dos años de recesión, y cuando la reactivación debe ser, en opinión de muchos, la prioridad más urgente de la política económica de corto plazo. Parece útil recordar, en este contexto, que una de las críticas que se le hicieron, a posteriori, a la Reforma de 1974 fue la de que se había adoptado cuando había una recesión mundial y, por consiguiente, había agudizado los efectos contraccionistas externos durante 1975. El paralelismo con la situación actual es evidente. La crisis de la economía mundial actual es mucho más severa que la de 1975. Las restricciones al comercio internacional de hoy son mucho más proteccionistas que las de entonces. Las probabilidades de superar la crisis durante 1983 son remotas. El énfasis de la política económica de los principales países industrializados en el control de la inflación, aún a costa del desempleo y de la recesión, no permite ningún optimismo.
El conjunto de circunstancias nacionales e internacionales, que acabo de describir, añadido a las consecuencias normales de cualquier reforma tributaria seria me obligan a pensar que el gobierno va a tener que examinar muy cuidadosamente sus metas de corto plazo y ajustar sus políticas coyunturales para evitar que la recesión existente se convierta en una depresión abierta y muy peligrosa desde el punto de vista económico y social. Parece indispensable que se tengan en cuenta las circunstancias externas e internas para que se ajuste la Reforma Tributaria, de tal manera que se resuelvan las principales aprehensiones que tienen hoy los empresarios, y que se adopten medidas complementarias con menos énfasis en el control de la inflación y con el ánimo expansionista de la reactivación. Pero ya señalé, al principio de este artículo, que la Reforma Tributaria era indispensable, inevitable e inaplazable. Era necesario que el gobierno resolviera el problema del déficit fiscal, si quería recobrar su capacidad para dirigir la economía colombiana. Parece que esos conceptos fueran contradictorios con la preocupación y la advertencia de los riesgos de que la recesión se convierta en depresión. ¡He ahí la paradoja de nuestra coyuntura actual! ¡Si se hacía la reforma tributaria, se agudizaba la recesión; pero si no se hacía, el gobierno carecía de la capacidad para controlar la inflacicn y para lograr la reactivación!
Ante ese dilema perverso, era indispensable comenzar por la Reforma Tributaria para recuperar la capacidad de iniciativa. Ahora es necesario complementar la acción tomada con un profundo reordenamiento del gasto público. Y, en seguida, se requerirá de gran audacia y paciencia para iniciar un proceso largo de reactivación y desarrollo. La Reforma Tributaria y el reordenamiento del gasto son premisas indispensables de una política eficaz de largo plazo para la reactivación y el desarrollo; pero no son suficientes. Es necesario utilizar el mayor margen de flexibilidad, que ha recuperado el gobierno, para aplicarse ahora sistemática y disciplinadamente al manejo de la reactivación .
Los resultados de este último proceso no podrán ser inmediatos, por las razones expuestas arriba. No es previsible una aceleración de la actividad económica colombiana durante los primeros trimestres de 1983. Pero, en mi opinión, un manejo acertado permitiría un ritmo bastante satisfactorio de crecimiento económico y social, a partir de 1984. Esta apreciación no es muy optimista; pero las decisiones que se han tomado durante la emergencia económica, a pesar de su severidad, permiten esperar para los años futuros mejores horizontes.